Las sociedades humanas se construyen y se desarrollan a imagen y semejanza de las ideas centrales que las unen. Es interesante comparar las películas infantiles de ciencia ficción soviéticas y estadounidenses: una potente locomotora cultural que empujaba generaciones enteras hacia la búsqueda del futuro.
Por Oleg Yasinsky
Para RT
Las películas del país de mi infancia narraban el futuro de una humanidad por fin unida y hermanada, emprendiendo travesías espaciales en búsqueda de más comprensión y sabiduría, superando nuestra soledad cósmica ya que "no estamos solos". Como no teníamos Internet aún, no sabíamos que detrás de la "cortina de hierro" nuestros coetáneos estaban disfrutando de 'La Guerra de las Galaxias', con todos sus espectaculares efectos especiales, con los que en el cine soviético todavía ni soñábamos, pero donde el relato ficticio acerca del futuro, repetía los tristes y estúpidos modelos del pasado y presente humanos, con sus guerras de conquista, avaricia del poder y armas modernas todopoderosas imponiendo la ley del más fuerte. Todo un espectáculo colorido, entretenido y extremadamente pobre en contenidos. Dos diferentes y opuestas formas de soñar el futuro.
Recordemos los conciertos del grupo Kiss por aquellos mismos años, en donde esos y otros artistas similares mataban pollitos delante del público. Bueno, ahora, obviamente, dicen que eso no era así, que nunca pasó y como los defensores de animales y los vegetarianos de estas nuevas generaciones seguramente desconocen el sentido de las SS en mayúscula en el logo del grupo, también niegan su relación con el nazismo.
Revisemos la estética de las 'performances' de Marina Abramóvich y sus seguidores en esta extraña nebulosa dentro del universo postmodernista. El mensaje artístico es totalmente reemplazado por el escándalo, apostando a la ignorancia y al arribismo del público, donde la forma acaba con el contenido y busca provocar la repulsión, la rabia o la náusea. En las ruinas del arte destruido, humillado y despreciado se impone una moda del terror, generosamente aliñada con buenas dosis de insensibilidad y de cinismo, según lo demandan desde arriba.
Por otro lado, recordemos el misterio y el suspenso en la gran película 'Stalker' de Andréi Tarkovski. El cine soviético, heredero de la gran tradición del arte del actor de Stanislavski, su tremendo psicologismo, filosofía y sutileza, en antagonismo con la seguidilla de las "películas de terror", con todo tipo de cementerios, ataúdes y muertos vivientes, el cine masivo que con mucha rapidez convirtió a la muerte y el terror en algo cómico… algo donde los juegos virtuales que no se diferencian de la realidad de la mira de los drones y aviones de guerra… fue toda una estética que permeó a la cultura masiva occidental… hasta el mismísimo Michael Jackson imitó con su talento los movimientos de los zombis que marcaron el rumbo de su tiempo, mientras los expertos de la CIA con sus otras 'performances' creaban a Osama Bin Laden, Al Qaeda, ISIS y otras de sus obras maestras donde la realidad no solo supera a la ficción, sino que la inspira.
El sirio Abu Mohamad al Julani, exterrorista y ahora "rebelde" recién salido del salón de belleza de la "prensa internacional", luce como gemelo de Zelenski, mientras los drones ucranianos con relleno otaniano impactan los rascacielos de Kazán, repitiendo las imágenes de los aviones incrustándose en las Torres Gemelas de Nueva York hace casi un cuarto de siglo. Dentro del guion de esta película, el corte de cabezas en Siria y las reuniones de los emisarios de las grandes democracias con los carniceros armados por ellos, quedan tradicionalmente fuera del cuadro. Al igual que la futura alianza, tampoco anunciada pero ya inevitable, entre el nuevo líder "rebelde" sirio Al Julani y el Gobierno genocida de Israel, que debe reírse en privado del apellido de su nuevo aliado.
Los estadios llenos de prisioneros en el Chile de Pinochet, la impune masacre de la junta militar salvadoreña de los casi mil habitantes del pueblito El Mozote hace más de 43 años y los mares de sangre en Colombia son parte del mismo proyecto del dominio, que no ha cambiado en décadas, solo se está reforzando con las nuevas tecnologías y herramientas del control cognitivo.
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El terrorismo es la obra de los que aman el terror. Hoy es el instrumento principal de la política del "mundo civilizado" y no se reduce solo al campo militar o delincuencial armado. El terror económico contra Cuba de los últimos 74 años, las guerras comerciales y saqueo de los recursos de la parte mayor del planeta, junto con los programas educativos estatales y privados dirigidos a idiotizar la población, generan anualmente muchas más víctimas que todos los atentados armados juntos y suelen ser invisibilizados por la prensa, tan sensible a las libertades ciudadanas y democráticas de otros.
El tema del terrorismo es también un asunto de sensibilidad. Sembrado el terror por el mundo y disciplinando a las sociedades con miedo, se logra también insensibilizarlas, ya que la deshumanización creciente impide cualquier organización social, capaz de cuestionar al poder.
"Una población insensible es una población peligrosa", decía Isaac Asimov, el humanista y escritor de ciencia ficción estadounidense, quien hace más de ocho décadas abrió proféticamente la discusión sobre los límites de la inteligencia artificial. Asimov conocía bien la sociedad en la que vivía. "Hay un culto a la ignorancia en los Estados Unidos, y siempre ha existido. La cepa de anti-intelectualismo ha sido un hilo conductor que serpentea a través de nuestra vida política y cultural, alimentado por la falsa noción de que la democracia significa que 'mi ignorancia es tan buena como tu conocimiento'", escribió una vez, seguramente sin poder imaginar cómo se iba a agravar esta tendencia en los tiempos modernos. Y, obviamente, va de la mano con la cultura del terror y sus efectos inmediatos.
El terror acelera y paraliza la mente humana, tiene un efecto parecido al de las drogas. También es contagioso y adictivo. Una sociedad adicta es dócil y obediente, controlarla resulta ser mucho más fácil y más barato.
En un sentido cotidiano y básico, una película de terror sirve para que una mujer salte asustada a los brazos del hombre que la invitó, aunque fuera de la sala del cine él no le atraiga mucho. Es el mismo efecto que se logra al exponer a la población a una realidad de terror, con bombas terroristas o con tiroteos indiscriminados o algún atropello masivo: los electores votarán por el primero y más fuerte que se les acerque y prometa la mejor protección.
Dentro de la cultura occidental, basada en el individualismo, el éxito personal, el consumismo y el miedo hacia el otro, el terrorismo se ve cómo un elemento más, que le da un cierto equilibrio a esta absurda constricción social. Por eso, no hay cómo superarlo sin acabar con sus orígenes y mecanismos culturales.