Los reclamos constantes pueden conducir a la inacción. Gastamos demasiado tiempo en lamentarnos y, al final, no hacemos nada por solucionar lo que nos preocupa.
El cerebro humano está diseñado para detectar peligros y evaluar riesgos y esto es algo que nos ha permitido sobrevivir como especie. Sin embargo, hoy tendemos a ver como situaciones amenazantes acontecimientos que no suponen un peligro en realidad por lo que vivimos en constante alerta.
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Zaidy Di Franco, terapeuta y coach de Santo Domingo, explica una reflexión sobre el hábito de quejarse, destacando que se trata de una conducta aprendida que, en muchos casos, puede ser transmitida de generación en generación.
“A menudo, heredamos el hábito de quejarnos de nuestros padres, abuelos o incluso de la sociedad, ya que vivimos en una cultura donde prevalecen las quejas en lugar de una mentalidad orientada a resolver problemas o mejorar las situaciones”, afirma.
Un estudio de la universidad de Stanford indagó en cómo las quejas afectan a nuestro cerebro. Quejarse provoca tres consecuencias negativas a nivel neurológico:
El Dr. Travis Bradberry, psicólogo de la Universidad de California y autor del libro Inteligencia emocional 2.0, sugiere cultivar una actitud de gratitud. Esto se hace desplazando tu atención hacia algo por lo que se esté agradecido cuando aparecen ganas de quejarse.
Sin duda, ser consciente del hábito malsano de quejarse sin descanso e intentar cambiarlo es esencial para mejorar la calidad de vida. Es un objetivo que forma parte del crecimiento personal de cada individuo y que se puede reforzar con el apoyo de la terapia psicológica.