Mauricio Macri se la pasa, pero Javier Milei se las morfa todas. Es su naturaleza. No mira para los costados y arremete llevándose puesto todo lo que encuentra a su paso.
Por Héctor M. Guyot, en diario La Nación
Más que la pared virtuosa con quienes patean para el mismo lado, prefiere embestir a toda carrera mientras seduce a los defensores rivales con la ayuda del frío estratega que, desde el banco, mueve las piezas. Dueño de la pelota, Milei no la presta y quiere que todos jueguen para él. Pero así se llena de aliados dudosos, traicioneros; hoy se la dan al pie, pero en cuanto la cancha se incline para el otro lado empezarán a patear en contra. Igual, con el campo de juego en mal estado y tantas caídas en el barro, a las camisetas ya no se les distingue el color y por momentos nadie sabe para dónde patear. Ventaja para Milei. A un bilardista confeso solo le importa el resultado. Nada de jogo bonito.
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Primera inquietud, desde la tribuna: ¿no se cansa Macri de pasar pelotas que nunca vuelven? El destrato que le dedican Milei y su entorno induce a pensar que en el oficialismo no hay conciencia de lo que vale el apoyo que recibió de Pro, así como de otras expresiones de Juntos por el Cambio, en instancias clave. Muchos libertarios le dirigen a Macri un desprecio más o menos velado y señalan su fracaso en promover el cambio que ellos vienen a instaurar. Olvidan que la posibilidad de éxito del Presidente, y hasta su misma irrupción en los primeros planos de la política, se debe al desastre que dejó el gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner.
Macri elige ignorar las ingratitudes y persiste en el acompañamiento a Milei, sobre todo en lo relativo al rumbo económico, convencido –así lo ha dicho– de que el país no debe perder la oportunidad de acabar con un corporativismo que ha convertido al Estado en un botín a rapiñar. Ambos patean para el mismo lado, pero toda jugada del Gobierno se vuelve confusa en la puerta del área. Allí, cuando hay que encarar hacia el arco, afloran las contradicciones.
La razón reside en lo político, donde Milei no encarna el cambio, sino la continuidad. “Todos los fanáticos alimentan su fervor en el rechazo. Cuanto más rechazan, más rectos se sienten”, escribió John Berger. Cité la frase en el pasado para describir una reacción de Cristina Kirchner. Vale hoy para cada insulto que suelta Milei. También escribí que el gen del populismo reside en la personalidad del líder. Habría que buscar ahí la causa de la continuidad. El mesianismo, el dogmatismo, el ataque a quien piensa distinto, la división de la sociedad entre buenos (los que están conmigo) y malos (los que me contradicen), el desprecio por las instituciones, todo esto permanece. Por más que Milei patee hacia el lado correcto, es imposible soslayarlo.
“La democracia solo prospera en una atmósfera de reconciliación y diálogo. Quien absolutiza su opinión y no escucha a los demás ha dejado de ser un ciudadano”, dice Byung-Chul Han en El espíritu de la esperanza, libro muy recomendable en estos tiempos. De acuerdo a Han, los argentinos hemos elegido como presidente a un hombre que todavía no alcanzó los atributos que demanda la condición de ciudadano. Tendemos a no reconocerlo o a olvidarlo.
Esta continuidad “populista” se traduce en políticas concretas, como el ataque sistemático al periodismo independiente, con gran protagonismo del insulto presidencial, y la porfía en llevar a la Corte Suprema al juez Ariel Lijo, un avance contra la independencia de la Justicia que el Gobierno negocia con el kirchnerismo. A veces no está claro para dónde patea el Presidente.
Así las cosas, no es raro que el juego se trabe cuando la pelota llega al área y Milei se dispone a convertir. A diferencia de Patricia Bullrich, Macri es de aquellos que, aun aportando a la viabilidad del gobierno libertario, busca discriminar entre cambios y continuidades. La tarea no es sencilla: en el caos que promueve la personalidad volcánica de Milei, cambios y continuidades tienden a presentarse mezclados. Sin embargo, quizá no haya tarea más necesaria que establecer responsablemente cuándo decirle que sí al Presidente y cuándo plantarse y decirle que no. La gestión de Milei depende de la economía, y lo mismo el rescate de tantos argentinos que están bajo la línea de flotación. Pero la economía depende de la calidad de las instituciones. Palabra de un Nobel.
Segunda inquietud desde la tribuna, más de fondo: ¿cuál es el resultado que busca este bilardista declarado que, como ha deslizado el propio Macri, a veces prefiere a los malos? ¿Dónde está el arco en el que se propone convertir el gol de la victoria? En un interesante artículo, Marcelo Gioffré lo planteaba así en las páginas de este diario: “Cuál es entonces el modelo hacia el cual va este gobierno? ¿La sociedad abierta o un corporativismo de clóset?”. No está tan claro. Lo sabremos al correr de la gestión, mientras acecha el contraataque del peronismo, nostálgico de la pelota. Aun con muchos lesionados (y condenados), siempre es peligroso cuando se propone recuperar el balón para romper la defensa. Y más todavía si esa defensa tiene infiltrados y no está bien abroquelada.
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