En septiembre las malas noticias del frente militar y el diplomático en la guerra ruso-ucraniana confluyeron en un escenario pesimista. Entonces, ¿qué sucedió con el optimismo desatado luego que las tropas ucranianas parecieron recuperar la iniciativa ingresado en el territorio ruso de Kurst?
Por Carlos Pérez Llana
Para Clarín
Ahora es posible advertir que el presidente Zelenski en verdad hizo una apuesta arriesgada buscando lograr que Washington, y los países europeos de la OTAN, le entregaran misiles capaces de atacar la retaguardia rusa en profundidad. Sólo en ese contexto se entiende una misión casi imposible: salir del frente de batalla para llevar la guerra al núcleo del invasor. En paralelo, el proyecto estratégico incluía la utilización de los cuantiosos fondos rusos, embargados en bancos europeos, como asistencia financiera.
Pero el plan falló. Septiembre resultó ser el mes de mayor avance ruso desde la invasión del 2022: Rusia ocupó más del 20% del territorio ucraniano y desplegó un plan de ataque a la infraestructura ucraniana centrada en el daño a centrales eléctricas y a plantas proveedoras de agua pensando en el invierno.
Decididamente, la nueva cúpula de la defensa rusa, donde los militares han perdido el comando ahora en manos de un economista, logró superar el pensamiento burocrático heredado de la era soviética.
Simultáneamente, Ucrania no ha podido compensar la brecha existente en el factor humano. Rusia cuenta con 550.000 soldados y Ucrania sólo con 400.000, con un agregado aún más desfavorable: ella no posee fuerzas de reserva y casi no rotó sus tropas. Sin duda, los decretos de movilización son más “eficaces” en Rusia que en Ucrania.
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La economía también ha jugado contra Kiev. En Moscú el gasto de defensa aumentó 30%, sumados seguridad y defensa cuentan con el 40% del presupuesto del Estado. Mientras Putin continúa inaugurando obras, su economía crece un 4% , el comercio exterior se consolida profundizando los vínculos con China, Turquía e India; aumenta la venta de combustibles, transbordando el gas que no puede colocar en Europa; cuenta con la “Alianza sin Límites” de China y sumó proveedores militares no menores: Irán le vende drones y Corea del Norte misiles intermedios. En todos estos planos también suma a China. La idea de la “bi-mundialización”, dos espacios, uno liderado por los EE.UU y el otro integrado por un “Sur Global” que suma a Moscú y Pekín, si bien no es nueva se profundizó en paralelo a la guerra de Ucrania.
Políticamente, en los últimos meses han influido circunstancias no menores. La apuesta de Moscú a un triunfo de Donald Trump en las elecciones de noviembre no es nueva, y se alimenta de numerosas declaraciones del propio candidato republicano que no ha dejado de atacar al presidente de Ucrania mientras prometió terminar con la guerra apenas arribe a la Casa Blanca.
En su nuevo libro “War”, el veterano periodista del Washington Post, Bob Woodward, profundiza sobre el vínculo Trump/Putin y destaca sus conversaciones telefónicas incluyendo las del 2024.
Como se sabe, también en Europa creció el espacio anti guerra de Ucrania. Una virtual “Alianza Danubiana” está en formación, integrada por Eslovaquia y Hungría que puede sumar al nuevo gobierno austríaco. Estos partidos, próximos a la extrema derecha alemana, no sólo se oponen a una integración de Ucrania a la Unión Europea y a la OTAN, sino que también amenazan la gobernanza europea planteando el uso de su veto paralizante.
En esa vasta geografía, curiosamente se solapan el pasado comunista soviético y el actual nacionalismo neutralizante que condena injustamente a Ucrania.
En pocos días, en este espacio, donde conviven fuerzas democráticas y resabios de lo que fuera el mundo comunista de la Europa Central, habrá elecciones en un país cuya historia reciente se asemeja muchísimo a Ucrania. Se trata de Georgia, un Estado independiente invadido por Rusia en el año 2008, que le ocupa hasta el presente los territorios conocidos como Abjacia y Osetia del Sur, el 20 % de su territorio original. Observando la región se advierte el viejo sueño que está detrás de la geopolítica rusa: concebir al Mar Negro como un lago interior, asfixiando la salida al Mediterráneo de Rumania, Ucrania y Georgia.
En esta Europa fracturada el miedo a la guerra regresó y explica su parálisis estratégica. El insuficiente compromiso con la independencia de Ucrania está a la vista y se advierte en dos grandes esferas: la militar y la financiera.
El temor en materia de defensa se funda en lo que Putin definió como Revisión de la Doctrina Nuclear Rusa. En el pasado el arma nuclear debía ser utilizada si peligraba la existencia del Estado ruso, con la nueva definición el arma nuclear puede ser utilizada en el caso de una agresión a Rusia de un Estado no nuclear apoyado por un estado nuclear, el caso ucraniano.
Financieramente el temor se expresó en el debate acerca de la utilización de los fondos rusos, congelados en bancos europeos, para otorgarle asistencia a Ucrania, con el argumento de las posibles sanciones, en verdad las implicancias para la banca.
Finalmente, y con muchas salvedades, se acordó utilizar sólo los intereses que generan esos fondos. Una verdadera zona gris que habla de la debilidad estructural de una Europa incapaz de avanzar en su autonomía estratégica.