La probabilidad de perder en la calle y en el Congreso es demasiado elevada para el Gobierno, mientras el presidente Milei juega a “matar o morir”.
Por Claudio Jacquelin
Para La Nación
“Esta guerra es a matar o morir”. Esa es la respuesta que casi sin variaciones suele dar Javier Milei a quienes le cuestionan el fondo de algunas medidas, las formas con las que las presenta y las defiende o el maximalismo que le imprime a muchas de sus decisiones. Colaboradores y aliados la han escuchado innumerables veces. A todo o nada. Aunque, a veces, el Presidente corrige o matiza, cuando el enojo no le nubla la comprensión del riesgo.
En esa lógica se inscribe la disputa con el sistema universitario público nacional. Por eso no ha habido retroceso alguno frente a la sanción de la Ley de financiamiento que acaba de vetar. Ni aún después de la segunda marcha multitudinaria en todo el país en apoyo de esa norma, que ahora el Congreso amenaza con sostener en la sesión en la que el veto se tratará la semana próxima.
En pocos días, podría registrarse una doble derrota para el oficialismo, que por segunda vez tuvo en las calles a una multitud lanzada a cuestionar algo más que la asignación de fondos para revertir el retraso salarial que sufren docentes y no docentes desde que comenzó el mandato de Milei.
La doble objeción, en el espacio público y en el Congreso, podría tener efectos que excedan el conflicto por la educación superior. Es un hecho que en el bloque cooperador de Pro crece el rechazo al veto presidencial, por muchas razones, en línea con la mayoría de las demás bancadas opositoras.
Se trata de una derivación que el Gobierno, por ahora, subestima, con el analgésico argumento (parcialmente cierto) de que la concurrencia a la marcha fue menor que la del pasado 23 de abril y que fue “un acto político”, porque en su composición tuvo un peso importante la presencia de dirigentes y militantes de organizaciones políticas y sindicales en desmedro de los asistentes espontáneos, como estudiantes y familiares sin filiación política que hace cinco meses prevalecieron.
Esa fue la foto dominante de lo pasó en la ciudad de Buenos Aires, aunque no necesariamente la de las ciudades universitarias del interior, donde la masividad y la espontaneidad se sostuvieron, según los reportes locales.
El número de participantes (más de 250.000 solo en las calles porteñas), por otra parte, no resulta nada despreciable en tiempos aciagos para la movilización popular y crisis de representación y legitimidad de la dirigencia de toda índole. El Gobierno lo admite, aunque lo relativice, como aconseja el manual de reducción de daños, y ponga la sonrisa del boxeador al que le entró un golpe.
Para los observadores más neutrales se torna relevante el hecho de que la marcha fue un catalizador de opiniones y ánimos diversos, para conformar una nueva reunión de distintos (en pertenencia y motivación), que empiezan a converger en un mismo punto: cuestionar al Gobierno y alimentar el esbozo de un arco antimileísta más marcado. La cadena de equivalencias de demandas, de la que hablaba el filósofo del populismo Ernesto Laclau, comienza a forjarse y atemperar el rechazo a verse cerca que algunos sectores tenían desde que Milei irrumpió en escena y cambió el mapa político.
Macristas enojados
En ese plano, es un dato mayor el malestar (o la bronca) creciente en el macrismo, que ha sido hasta acá el espacio que con más disciplina blindó en el Congreso la mayoría de las medidas adoptadas por el Gobierno. Ni siquiera los libertarios han sido tan consecuentes. Sin embargo, ese blindaje empieza a mostrar fisuras y podrían darse fugas que permitan rechazar el veto y sostener la ley. Hay batallas para las que no hay tantos “héroes” dispuestos a inmolarse en beneficio de otros.
“Milei insiste en eso de que esta es una guerra a matar o morir y que no hay lugar para tibios, pero no puede maltratar a los que genuinamente cuestionan algo y pretender que todos se sometan en su beneficio. Es muy irresponsable y peligroso”, le han escuchado decir a Mauricio Macri sus más allegados. El fundador de Pro está cada vez más incómodo con la radicalización presidencial, la falta de respuesta a sus planteos y los embates contra su fuerza política, que parecen destinados a rendirla a los libertarios.
El repiqueteo del ariete de Patricia Bullrich, que solo un día antes de la manifestación universitaria fusionó a sus diputados con los mileístas en la Legislatura bonaerense, cada vez resulta menos tolerable para el amenazado macrismo puro. Es otro frente abierto por el oficialismo con la mira puesta en las elecciones del año próximo, salteándose los efectos que tienen esos embates sobre el tránsito hacia ese destino.
“En la última reunión de coordinación con la Casa Rosada, Cristian [Ritondo, jefe del bloque de Diputados del PRO] fue muy claro. Advirtió a los funcionarios que si el Gobierno no iba atender nuestra opinión en los temas que tienen que pasar por el Congreso no tenía sentido mantener ese espacio”, revela uno de las principales figuras del macrismo legislativo.
“Si ustedes quieren comprar aviones de combate o máquinas para cortar el pasto no tienen porqué consultarnos, pero si pretenden tomar decisiones en cuestiones que pasan por el Congreso no pueden querer imponer lo que se les ocurra y, encima, tratar de rompernos”, fue, palabras más, palabras menos, la advertencia de Ritondo. Puertas adentro del macrismo, el léxico bastante menos diplomático.
“El Gobierno se está tirando un tiro en los pies con la pelea con las universidades y quiere que nos lo peguemos nosotros en la cabeza. Somos muchos los que no estamos dispuestos a hacerlo. La universidad pública a muchos de nosotros nos importa y representa un valor para nuestros votantes que mayoritariamente son de la clase media”, anticipa una de las principales figuras legislativas de Pro.
No son las únicas cuestiones que hacen ruido en el macrismo. Al igual que en círculos empresarios (como lo expresó públicamente AEA, la poderosa entidad que reúne a los dueños de las principales compañías argentina) inquieta de manera creciente la radicalización de la retórica presidencial y sus expresiones de intolerancia a todo contradictor.
El discurso de Milei ante la asamblea de las Naciones Unidas (más allá de muchos asuntos con los que empresarios y macristas coinciden), el cariz del acto en el Parque Lezama y los ataques del Presidente en las redes sociales dispararon alarmas por la agresiva retórica, que, a juicio, de muchos dirigentes afines al rumbo económico de la gestión, solo genera enemigos y, en la mayoría, de los casos sin propósito.
“Parece como si Milei solo quisiera tener razón y darse gustos sin medir consecuencias que pueden conspirar contra el éxito de la gestión, incluso en el plano internacional de donde se necesita que lleguen inversiones”, señala un preocupado empresario.
La escalada en el embate a periodistas y empresarios de medios, así como el despliegue de militantes cada vez más provocadores, a los que se arenga y estimula desde la cima, mueven el sismógrafo del círculo rojo. Casi tanto como los recientes acercamientos y acuerdos con distintas expresiones de “la casta”, judicial, política y sindical, que tiene importantes ramificaciones en la dimensión económica. Cambiar en medio del río los apoyos y los sujetos de la representación, más allá de la cristalización del vínculo emocional con sus seguidores más duros, puede resultar una jugada temeraria. Más en un momento en el crece la fatiga social, ante una recuperación económica remolona, que llega sectorialmente a cuentagotas.
Allí también reside la importancia de la protesta universitaria.
Humor social alterado
“El principal factor del deterioro del humor social con la gestión de gobierno es la recuperación de la economía. Pero a eso se le suman otras decisiones que tienen más desacuerdo que acuerdo por parte de la sociedad. El veto al aumento de los jubilados fue una, el conflicto de la universidad es otra y la quita de subsidios es otra”, explica el consultor Federico Aurelio.
El director la consultora Aresco, agrega, en ese sentido, que “mientras el Gobierno avanza en búsqueda del déficit cero (aunque esto tiene conceptualmente un buen nivel de acompañamiento similar al del propio Milei), las medidas que adopta para llegar al déficit cero no tienen buen nivel de apoyo. Como si se creyera que mágicamente se puede llegar al superávit sin ajustar universidades, jubilaciones, salarios públicos, subsidios y planes sociales. Entonces, en la medida de que Milei no consiga explicar a los que lo acompañan, pero que no tienen la convicción de que esas decisiones de ajuste sean lo más conveniente, puede seguir perdiendo nivel de acompañamiento”.
Para Pablo Knopoff, director de Isonomía, “en educación es donde Milei tiene más para perder y posiblemente le quede solo su electorado duro que compra todo. Es mucho más riesgoso lo del veto de lo que pensamos, porque sería como volver atrás en preguntas que él ya había respondido, como si podía gobernar o sacar leyes . Y que vuelva esa pregunta ahora puede ser un problema más grande de lo que piensa el gobierno, y hasta de lo que piensa la oposición”.
Desde otra perspectiva, el consultor Luis Costa señala que “la masividad de la manifestación universitaria encarnó la máxima del sociólogo Durkheim que dice que ‘la unidad del efecto demuestra la unidad de la causa’. Eso significa que si la sociedad mayoritariamente se indigna ante un hecho es porque el hecho ofende valores de la mayoría de la sociedad y genera una reacción automática, que él denominó ‘solidaridad mecánica’. Eso es lo que pasó con la cuestión universitaria”.
Lo significativo para Costa es la derivación que esta disputa podría tener, ya que, a su juicio, el Gobierno se caracteriza “por sobreestimular (o irritar) a la sociedad y hay estímulos como el de la cuestión educativa que son los que más efectos negativos producen. Si el Gobierno insiste y sobreactúa puede derivar en su radicalización y en un escenario de conflicto más complejo, más aún si el Congreso rechaza el veto a la ley de financiamiento universitario. No resulta fácil entender cuál es la razón de semejante enojo con las universidades. No es bueno mezclar tanto las emociones con las razones”, advierte.
En el Gobierno no faltan funcionarios que advierten los desafíos y los riesgos que enfrentan, aunque eso no se traduzca en la adopción de medidas y hasta se profundicen algunos conflictos impopulares. No obstante, a la hermanísima Karina Milei, a quien en el Gabinete apodan “la dueña de los no”, se la escuchado señalarle al Presidente situaciones difíciles que están afrontando muchos argentinos en la vida cotidiana. Por ahora, no se advierte que la gota horade la piedra.
El conflicto universitario sigue abierto y como señala un agudo diputado radical el oficialismo debería tener presente la frase que se le adjudica al presidente francés Charles De Gaulle ante las protestas de estudiantes y trabajadores de Mayo del 68 que pusieron en jaque su última presencia: “Nunca hay que mezclar un conflicto de raíz material con gente que tiene tiempo”. Para pensar y para hacer.
El riesgo de afrontar una doble derrota, en la calle y en el Congreso, es una probabilidad demasiado elevada que ahora enfrenta el Gobierno. A todo o nada.