La ganadora del León de Oro Audrey Diwan actualiza la novela erótica de Emmanuelle Arsan, pero no logra revolucionar los cánones que cuestiona.
Por Mariona Borrull
Para Fotogramas
La reconquista del porno suave: las mujeres empoderadas del cine están despertando del sueño liberador de las estructuras patriarcales para darse cuenta de que, en realidad, no sienten nada. En menos de un mes, Nicole Kidman en ‘Babygirl’ y Noémie Merlant en ‘Emmanuelle’ han renunciado a lo cool para aspirar a lo hot. Comparten ambas el redescubrimiento del placer como torpedo ambivalente (peligroso, pero genuino) ante una vida demasiado perfecta, un motor argumental que no se avergüenza —ni debería— de florecer en brazos de la noveleta rosa.
Como guiada por el orgullete hacia la esencia aspiracional y soñadora del folletín, un sentir justificado por años de vilipendio hacia los productos de la “baja cultura” (sobre todo los dirigidos a mujeres), Audrey Diwan adapta el folletín erótico homónimo de Emmanuelle Arsan deshuesando todos los clichés exotizantes propios de la Francia de los sesenta, para quedarse sólo con lo esencial en cualquier fantasía de bolsillo: un goce mayor que la vida, reservado a las valientes.
Pero ‘Emmanuelle’ rehuye los crescendos de la ficción heroica e invierte las lógicas del viaje de descubrimiento manteniéndose tozudamente episódica, avivada a lo sumo por una anecdótica trama empresarial con Naomi Watts por contraparte (también por los cameos: los conocedores del cine de Johnnie To disfrutarán esperando el par de escenas con Anthony Wong). En cualquier caso, en lo estructural Diwan mira conservadora hacia ‘Las mil y una noches’; si lo piensan, la primera gran victoria de las mujeres en un mundo de épicas masculinas. Noémie Merlant se encierra en el fastuoso hotel que supervisa como sultana conocedora de las formas doradas y suaves que lo organizan, y que también planan sobre el sedoso lenguaje cinematográfico de Diwan. No hay ni un corte brusco en montaje, ni un tono fuera de los ocres estrictamente placenteros de un aparador de lujo.
Son los labios apretados y la mirada severa de Merlant –el papel iba para Léa Seydoux, pero entonces la película se sentiría muy diferente– el contrapunto para un relato convencido del anhelo que cultiva. El personaje de Emmanuelle, o “la mujer” en abstracto a falta de cualquier caracterización real, es quien nos asegura con el cuerpo que el deseo no siempre lleva al placer. Una parábola sencilla aun bien resuelta, ilustrada por un reparto de secundarios (Chacha Huang, Carole Franck y el fantasma definitivo, Will Sharpe) que son pura muleta para un recetario sexualmente edificante.
Nada demasiado lejos de la novela de Arsan, por lo menos hasta que Naomi Watts declama un discurso perfectamente recortado para copys en redes sociales acerca de cómo nuestro sentir es también producto de los raíles del patriarcado (¿un prevenir de manual para curarse contra las pullas?). Sus palabras actúan de bisagra hacia un tercer acto algo tardío donde lo suntuoso del hotel va a ceder enfrente a lo untuoso de un Hong Kong desconocido y nocturno. Un lugar donde perderse, entiéndase la metáfora.
Diwan parte de los azules metal de Wong Kar-Wai para ambientar un tramo final que se ampara con insistencia en la deliciosidad del vértigo, en el miedo que antecede todo gran descubrimiento… Sin embargo, la cineasta responsable de ‘El acontecimiento’ filma de manera suave y algo automática, lejos de la inquietud animalística de los cuerpos de Claire Denis. Por ello no transgrede, ni en lo formal ni en lo sexual. Se dice que Emmanuelle alcanza el culmen del placer, pero la ‘Emmanuelle’ película no registra nada fuera de lo común, no más allá de la réplica sin tapujos de las maneras de la erótica media. Y así, damos una vuelta de 360 grados. En teoría, gozamos.