Megan Fox da vida a una IA humanoide con oscuras intenciones reivindicándose en el cine de ciencia ficción de serie B más distópico y marchoso.
Por Pablo Vázquez
Para Fotogramas
Bienvenidos a la era dorada la 'IAexploitation'. Cuando el mundo avanza demasiado rápido, no necesariamente con el rumbo adecuado, se desencadenan nuestros demonios más atávicos, dando pábulo a la distopía terrorífica, que no es solo una fabulación de lo que pasará, sino una metáfora visionaria del presente. Hace apenas un mes pasaba de forma fugaz por los cines la nada desdeñable 'Diabólica', donde el Chris Weitz de 'American Pie' (Paul y Chris Weitz, 1999) aprovechaba la coyuntura para rendir cuentas con aquellos que ahora critican la escena del vídeo compartido del personaje de Shannon Elizabeth de su opera prima para proponer una parábola donde el proceso denuncia/ justicia popular/ cancelación fueran automatizados, ejercidos por una máquina que no entiende de sutilezas ni de contextos, pero que interpreta y ejecuta con una superioridad moral veloz y matemática. Si el hombre es un lobo para el hombre… ¿qué es un robot? ¿Qué demonios es una IA?
Un robot en la familia. La nueva película de S.K. Dale ahonda en la idea de que, en tiempos controlados por los dogmas de las redes sociales y la voracidad de los algoritmos, la interpretación literal no tiene por qué ser la auténtica, y lo adecuado o correcto no siempre constituye un ideal de justicia. Del mismo modo que lo inmoral difiere de lo ilegal, algo imperceptible para una inteligencia artificial que se cortocircuita ante la ambigüedad o la existencia del claroscuro. La verdad de la máquina versus la verdad humana en mundo necesitado de matices y, de nuevo, presa de las profecías más desalentadoras de George Orwell, Philip K. Dick o Aldous Huxley. Es buena noticia que un discurso incómodo, tan esquinadamente a contracorriente, nazca en el contexto de una película comercial con alma de serie B, que no habría disgustado a Larry Cohen.
Porque hay en el film de Dale mucho de la ciencia ficción de los setenta, de 'Las esposas de Stepford' (B. Forbes, 1975) a 'Engendro mecánico' (D. Cammel, 1977), de la tecnofobia de 'Black Mirror', pero sus orígenes, y sus ideas primigenias, se remontan a las primeras décadas del siglo pasado, a clásicos como 'La muñeca' (Ernst Lubitsch, 1919), 'Mandrágora' (Henrik Galeen, 1928) y, por supuesto, 'Metrópolis' (Fritz Lang, 1927). Asimismo, es el reverso de una fantasía masculina virada en pesadilla, el lado oscuro de ensoñaciones pop como 'La mujer explosiva' (J. Hughes, 1985) o 'Cherry 2000' (S. De Jarnatt, 1987) que, conforme la acción se precipita, convierte el conjunto en una curiosa declinación de 'Atracción fatal' (A. Lyne, 1987) y derivados en clave de ficción especulativa, un inesperado cruce entre el Michael Crichton de 'Almas de metal' y el Michael Crichton de 'Acoso'.
Y aunque el guion se torne previsible en su segunda mitad y se eche en falta una pizca de la vena sarcástica de la, en más de un sentido, profética 'Demolition Man' (M. Brambilla, 1993), ahí está una Megan Fox de armas tomar, desafiante e inoxidable. El tándem ya dio buen resultado en la honesta 'Till Death: Hasta que la muerte nos separe' (S. K. Dale, 2021), y el pequeño milagro se repite tres años después. Si no tuviéramos prejuicios hasta en las legañas, aplaudiríamos su trabajo como hicimos con el de Alice Vikander en 'Ex Machina' (A. Garland, 2014). Servidor está dispuesto a defenderlo a pecho descubierto y puño desnudo con la entereza de Ilia Topuria. Díganme lugar y hora.
Para satisfacer a mentes abiertas y apetitos saciables.