Cine de acción sin zarandajas ni corrección política, "El piloto" no tiene tiempo para analizar un país dividido, es un cóctel de testosterona.
Por Pablo Vázquez
Para Fotogramas
La nueva película del artesano Jean-François Richet tras la estilizada 'El emperador de París' (2018) resulta ser un artefacto para nostálgicos irredentos que prueba que el libro de estilo de Golan y Globus no se ha quedado obsoleto tras los efectos de la COVID. Cine de acción sin zarandajas ni prurito de corrección política, 'El piloto' no tiene tiempo para analizar la situación de un país dividido dividido ni para desarrollar los perfiles psicológicos de unos personajes enfrentados a una situación límite: lo suyo es el cóctel de testosterona y adrenalina a la manera de viejos chefs como Joseph Zito o Michael Winner.
En esas Filipinas donde maestros como Eddie Romero o Jack Hill rodaron sus mejores películas, Richet rememora 'Fugitivos' (S. Kramer, 1958), 'El vuelo del Fénix' (R. Aldrich, 1965) o 'Fugitivos del desierto' (J. L. Thompson, 1958) con un Gerard Butler que se convierte en un digno heredero de la tradición del macho hero, el mismo tipejo que no querríamos como padre o amigo, pero que nos viene de perlas como ‘empotrador’ casual o negociador de rehenes.
Para ‘gourmets’ de las ensaladas de tiros.