Este 26 de febrero se cumple el primer aniversario de la llegada del coronavirus a América Latina. Desde ese primer caso detectado en Sao Paulo, Brasil, hemos estado inmersos en una pandemia que terminó trasmutando la cotidianidad, la economía y la salud en todo el subcontinente.
Por Ociel Alí López
Sociólogo, analista político y profesor de la Universidad Central de Venezuela
A finales de enero de este año la región contaba con más de 600.000 muertes por la pandemia, lo que es quizá el dato más calamitoso con el que se haya tenido que enfrentar desde la conquista española.
Pero el dato fúnebre no llegó solo. Y no hablamos de los más de 20 millones de contagiados por el covid-19, muchos de los cuales estuvieron en severo riesgo de muerte o gastaron sus ahorros para hacerle frente.
Hablamos más bien de la situación económica. Según datos del Programa de Naciones Unidos para el Desarrollo (Pnud), la contracción llego a -7,7 puntos durante el 2020, lo que también significa el mayor bajón conocido en los anales de sus registros.
Así que estos indicadores permiten entender que el 2020 fue el peor año del que se tenga noción en toda nuestra historia.
Y el 2021, aunque trae la esperanza de la vacuna, no afloja en las cifras de decesos, como por ejemplo en Brasil y México, que actualmente sufren más de 1.200 muertes diarias, lo que quiere decir que el virus sigue posicionado y afectando a la población, a pesar de todas las medidas tomadas.
Por países, resaltan Brasil con 250.000 muertes; México con más de 180.000; Colombia con 58.000 y Argentina con 51.000, desde el inicio de la pandemia.
Desde aquel 26 de febrero, los gobiernos de América Latina se prepararon y lanzaron sendas políticas restrictivas: se cerraron aeropuertos; se pidió a la población no salir a las calles sino para cosas imprescindibles; se establecieron toques de queda en varios países; se paralizaron áreas productivas y comerciales a toda escala y sector; se cerraron escuelas, universidades y cualquier espacio laboral, educativo o recreativo.
Un conjunto de medidas radicales que no pudieron parar la letalidad del virus.
A pocas semanas de su llegada, se hicieron virales videos que mostraban hechos apocalípticos como la incineración y abandono de cadáveres en Guayaquil (Ecuador) y enormes fosas comunes en Manaos (Brasil).
Esta hecatombe cambió nuestras formas de vida y llevó a millones a la pobreza y la exclusión, lo que en un continente como el nuestro implica un verdadero deslave social, además del incremento de la desigualdad y la marginación social y laboral.
Según algunas ONG, el coronavirus produjo 30 millones de nuevos pobres en el subcontinente.
Al principio se temía por los trabajadores informales que viven del día a día y que quedaron sin ningún ingreso. Pero pasados los meses pudimos darnos cuenta que muchos sectores laborales terminaron en la informalidad para poder sobrevivir, lo que implica una precarización 'de golpe' tremendamente impactante.
Además, la exclusión social forjó nuevas rutas entre los conectados que pudieron continuar su vida laboral, escolar o académica, y quienes sencillamente quedaron totalmente desconectados de la realidad virtual que comenzó a privar en nuestras vidas.
Los centros de atención sanitaria colapsaron en muchos lugares y demostraron la vulnerabilidad que tenían los sistemas de salud, algo que parecía irremediable después de que vimos cómo grandes centros urbanos del primer mundo, como Nueva York o Madrid, corrían la misma suerte.
El punto positivo es que la mayoría de gobiernos, independientemente del signo político, acudieron a utilizar las finanzas del Estado para hacer ayudas directas a la población o bonos que le permitieran confrontar la desesperación en ascenso.
Ciertamente, no hubo una relación directa entre las medidas a tomar y las posturas ideológicas de los gobiernos. En Perú, la derecha asumió medidas restrictivas igual que en Argentina o Venezuela. Mientras que otras administraciones consideradas progresistas, como el gobierno de México, tuvieron posturas negacionistas similares a las de Jair Bolsonaro en Brasil.
A todos les fue mal en la salud y la economía. Resaltando Argentina y Perú, que tuvieron la peor caída con -12 %; México con -10 %; y Brasil con -5,5 % durante todo el 2020.
2021
Antes del primer aniversario de la pandemia llegó la vacuna, una verdadera esperanza que tiene claros vicios excluyentes. Todo en medio de las alarmas por las nuevas olas y peligrosas variantes del covid-19.
En comparación a otras regiones, como Europa o Norteamérica, la adquisición de vacunas es tremendamente desigual y marca un rezago de América Latina. Algo que se repite internamente.
Países como Brasil han vacunado a 5,2 millones de personas; Chile, a 2,7 millones; y Argentina a 1, 2 millones. En cambio, Honduras, Guatemala y Cuba aun no han tenido acceso a las vacunas. Uruguay apenas empieza.
Otras naciones, como Colombia y Venezuela, apenas han recibido 150.000 y 100.000 dosis, respectivamente.
Cuba, México y Brasil han avanzado en la fabricación de sus propias vacunas.
A un año de la llegada del coronavirus a América Latina todavía no podemos captar del todo el trauma sufrido, pero sí podemos saber que la pandemia llegó para cambiarlo todo, y aun no sabemos por cuánto tiempo.
En este 2021 los organismos multilaterales prevén una reactivación económica y la vacuna debería controlar la alta letalidad del virus, algo que está por verse, pero que al menos produce esperanza.