Se trata de un duelo donde se ponen en juego diversos factores. Afecta a todo el grupo familiar.
Cambiar de casa es mucho más que dejar un lugar para pasar a uno nuevo. En cada mudanza, lo que cada persona deja allí es un poco de su historia. Además, este proceso requiere de un intenso trabajo físico en el que se guardan pertenencias, se descartan otras, se desarman muebles y se vive durante algún lapso de tiempo en medio del desorden que imponen cajas, canastos y bolsas que irán a parar al nuevo hogar. Todo esto, sin dudas, no es un camino fácil y puede generar diferentes niveles de estrés en una familia.
La doctora María Olga Barcones Giani, psiquiatra Sanatorio Finochietto, explicó a Entremujeres que “una mudanza genera mucho estrés tanto en una persona como en una familia porque los seres humanos estamos atravesados por dos variables que nos definen, nos orientan y nos dan nuestra posición en el mundo: el espacio y el tiempo”, y una mudanza afecta a ambos aspectos.
“Un espacio es el lugar en donde la persona se mueve, hace de eso su mundo, su identidad. Cambiar ese espacio, aunque sea para algo soñado y esperado, genera una situación de duelo no sabida, porque la persona está entusiasmada por su nuevo lugar. En relación a la pérdida y el paso del tiempo, las casas muchas veces representan la época en la cual vivimos: la casa de nuestra familia de origen, la casa donde vivimos solas, la casa donde se construye una familia, la casa que se deja porque queda grande y los hijos se fueron, la casa que se deja porque esa pareja se separa. Hay que volver a libidinizar ese nuevo lugar para transformarlo en algo propio, es un proceso importante de adaptación al cambio”, sostuvo la médica.
Para evitar que el impacto sea más fuerte aún, la especialista recomendó recurrir a la planificación y que todos los miembros de la familia sean parte de ella. “Siempre que las situaciones de incertidumbre puedan tener alguna planificación y si surgen de un deseo de toda la familia, donde todos eligieron, fueron a ver, compararon, decidieron dejar un lugar, esto hace que el estrés sea menor”, aseguró. En ese sentido, recomendó “realizar ese cambio de manera programada, pausada, en distintos tiempos, tomando espacios, pudiendo imaginar esos distintos ambientes de la manera que uno los quiere, hablándolo, intentando proyectarse como persona en los distintos roles en el próximo lugar”
Por supuesto, no todas las mudanzas son iguales ni tienen su origen en la misma necesidad. Barcones Giani distinguió aquellas que “surgen como un hecho deseado” de aquellas que son la consecuencia de “un hecho inesperado que irrumpe y que se impone”. Respecto a las primeras, las planificadas, “hay situaciones que van a hacer que sean menos estresantes. Primero, elegir el lugar a donde se va a ir. Segundo, decidir qué se hace con los objetos que están en el lugar anterior. Esto implica un duelo vital en relación a algo que se deja y a algo que se logra. Pero son procesos que son saludables y buenos en el ser humano, dependen de la plasticidad de los mecanismos de afrontamiento de cada persona”.
¿Cómo reaccionará un niño ante este cambio tan significativo? “Los niños reaccionan teniendo como espejo al adulto más cercano afectivamente”, mencionó la psiquiatra. “Por lo tanto, la reacción de un niño ante una mudanza va a estar condicionada por la reacción que tengan esos padres o personas que estén con ellos. Si ese cambio se hace desde una situación de desesperación, la reacción del niño va a depender de cómo esa persona afronte una situación que no le es fácil. Pero en una mudanza programada los niños pueden hacer de esto una situación de ganancia, de nuevo espacio, de nueva ubicación, de nueva distribución de sus objetos”, finalizó la especialista.