Los científicos creen que el microbioma juega un papel en los males de Alzheimer y Parkinson, entre otros.
En 2014, John Cryan, profesor en la University College Cork, en Irlanda, asistió a una reunión en California sobre el mal de Alzheimer. No era experto en demencia. En lugar de ello, estudiaba el microbioma, los billones de microbios en el interior del cuerpo humano saludable.
Cryan y otros científicos empezaban a encontrar indicios de que estos microbios podían influir en el cerebro. Quizás, dijo a la reunión científica, el microbioma tiene un papel en el mal de Alzheimer.
La idea no fue bien recibida.
“Nunca había dado una charla a tanta gente que no creyera lo que le estaba diciendo”, recordó Cryan
Mucho ha cambiado desde entonces: los científicos están hallando evidencia de que el microbioma puede jugar un papel no sólo en el Alzheimer, sino en el mal de Parkinson, la depresión, la esquizofrenia, el autismo y otras condiciones.
Uno de los escépticos en esa reunión fue Sangram Sisodia, neurobiólogo en la Universidad de Chicago. El médico decidió someter la idea a una prueba sencilla.
Él y sus colegas dieron antibióticos a ratones propensos a desarrollar una versión del Alzheimer, a fin de erradicar gran parte de las bacterias intestinales en los ratones. Más tarde, cuando los científicos inspeccionaron el cerebro de los animales, hallaron muchos menos de los grumos proteínicos vinculados con la demencia.
Sisodia ahora sospecha que sólo unas cuantas especies en los intestinos —quizá tan sólo una— influye en el curso del Alzheimer, tal vez al liberar un químico que altera la forma en que las células inmunes trabajan en el cerebro.
Tradicionalmente, los microbiólogos han dedicado poca atención al cerebro, pues no parecía tener mucho caso. El cerebro está protegido de la invasión microbiana por la llamada barrera hematoencefálica. Por lo regular, sólo pequeñas moléculas pueden pasar.
“Hasta hace nada, en 2011, era considerado una locura buscar asociaciones entre el microbioma y el comportamiento”, dijo Rob Knight, microbiólogo en la Universidad de California, en San Diego.
Distintos estudios revelaron algunos patrones sorprendentes. Los niños con autismo tienen patrones inusuales de especies microbianas en sus heces. También se reportaron diferencias en las bacterias intestinales de personas con otras condiciones mentales.
Sin embargo, ninguna de estas asociaciones demuestra causa y efecto. Hallar un microbioma inusual en las personas con Alzheimer no significa que la bacteria impulse la enfermedad.
Los trasplantes fecales pueden ayudar a identificar estos vínculos. En su investigación sobre el Alzheimer, Sisodia y sus colegas transfirieron heces de ratones comunes a los ratones que habían tratado con antibióticos. Una vez que sus microbiomas estuvieron restaurados, los ratones tratados con antibióticos empezaron de nuevo a desarrollar grumos proteínicos.
“Estamos sumamente confiados de que son las bacterias las que impulsan esto”, indicó.
Debido a que los investigadores están transfiriendo cientos de especies de bacterias a la vez, los experimentos no pueden revelar cuáles son responsables de los cambios en el cerebro. Ahora los investigadores están ubicando las cepas individuales que parecen tener un efecto.
Mauro Costa-Mattioli y sus colegas en el Baylor College of Medicine, en Texas, estudiaron ratones que muestran algunos síntomas de autismo. Una mutación genética puede ocasionar que los ratones eviten el contacto con otros ratones, por ejemplo.
Cuando los investigadores analizaron los microbiomas de estos ratones, encontraron que los animales carecían de una especie común llamada Lactobacillus reuteri. Cuando añadieron una cepa de esa bacteria a la dieta, los animales se volvieron sociales de nuevo.
Costa-Mattioli halló evidencia de que la L. reuteri libera compuestos que envían una señal a las terminaciones nerviosas en los intestinos. El nervio vago envía estas señales desde los intestinos al cerebro, donde alteran la producción de una hormona que promueve los lazos sociales.
Resulta que otras especies microbianas también envían señales a lo largo del nervio vago. Sin embargo, otras se comunican con el cerebro vía el torrente sanguíneo.
A medida que los investigadores entiendan mejor la influencia del microbioma en el cerebro, confían en que los médicos podrán emplearlo para tratar condiciones psiquiátricas y neurológicas.
Los investigadores deben ahora lograr un difícil acto de equilibrio. Sus experimentos han sido prometedores, pero los científicos no quieren alentar la noción de que las curas basadas en el microbioma llegarán pronto.
Fuente: Clarín.