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Opinión y Actualidad

Los básicos de una paz: la importancia de reconocer los hechos

Rusia ha invadido Ucrania y no Ucrania a Rusia. Que lo hiciera sin declarar guerra suena una hipocresía, más que la refutación de un hecho incontrovertible.

03/12/2025

Por Lorenza Sebesta O'Connell, en diario Clarín
Aunque admitamos que cada generación tenga el derecho de escribir su propia historia, nos negamos a admitir que tenga el derecho de reorganizar los hechos en armonía con su propia perspectiva; no reconocemos el derecho de atentar contra la materia factual misma.” Escribía Hanna Arendt en 1964, en un texto bello e iluminado sobre las (problemáticas) relaciones entre verdad y política (Wahrheit und Politik, 1964).

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Para aclarar su pensamiento, la filósofa alemana, siempre atenta a la pulcritud, brindaba un ejemplo preclaro a sus lectores: contaba que en los años veinte del siglo XX, Georges Clemenceau, ex primer ministro francés y uno de los artífices del Tratado de Versalles, ya muy mayor por entonces, “se encontraba en una conversación amistosa con un representante de la República de Weimar acerca de las responsabilidades por el estallido de la Primera Guerra Mundial”.

Sigue Arendt: “Se le preguntó a Clemenceau: «Según usted, ¿qué pensarán los futuros historiadores de este problema embarazoso y controvertido?» Respondió: «Eso no lo sé, pero de lo que estoy seguro es de que no dirán que Bélgica invadió Alemania».”

Hay dos elementos interesantes en este ejemplo, uno evidente, que apunta a oponerse a los atentados “contra la materia factual”, y el otro más lateral, que vendría a ser la premisa indispensable para entender la pregunta del representante de la República alemana -una pista que a Arendt no le interesa seguir, pero a nosotros, tal vez, sí.

Partimos de un hecho: el tratado de Versalles de 1919, uno de los documentos diplomáticos que regularon el fin y el período posterior a la Gran Guerra, declaró a Alemania responsable por los daños materiales causados a lo largo del conflicto.

El artículo que expresaba esa posición (artículo 231) era bastante claro al respecto, ya que decía: “Los Gobiernos aliados y asociados afirman, y Alemania acepta, la responsabilidad de Alemania y sus aliados por haber causado todas las pérdidas y daños a los cuales los Gobiernos aliados y asociados y sus nacionales han sido sometidos como consecuencia de la guerra impuesta sobre ellos por la agresión de Alemania y sus aliados.”

De hecho, el tratado de paz con Austria tenía un artículo muy similar (art. 177) y aquellos con Hungría, Bulgaria e Imperio Otomano hacían también referencia al mismo concepto: no se hablaba de responsabilidad por la guerra (aunque, sí, se hablara de agresión, una agresión, sin embargo, que había sido correctamente anunciada con una declaración de guerra oficial), sino de la responsabilidad por los daños causados.

A partir de este momento, se desató una polémica, cuyos ecos todavía resuenan, sobre si el texto haría o no alusión a la culpa moral de Alemania en provocar el conflicto; en el país se lo llamó Schuldartikel. La muy concreta preocupación de los abogados que ayudaron a redactar el artículo de vincular el pedido de indemnización, objeto del artículo siguiente, a una responsabilidad especifica de los daños (y no de la guerra), era demasiado técnica para oponerse con eficacia al uso instrumental de esta cláusula.

El concepto de “culpa moral” sirvió a los movimientos extremistas nacionalistas para deslegitimar la recién nacida República de Weimar y su gobierno socialdemócrata, al cual se le reprochaba su anti patriotismo por haber firmado el texto del tratado; fue un elemento más de los que le allanaron el camino a Hitler.

Por otro lado, la responsabilidad política de la guerra es todavía un tema abierto en el debate historiográfico. A favor de los imperios centrales, por ejemplo, parece escrita la monumental obra del historiador australiano Christopher Clark, que retrata los europeos yéndose a la guerra “como sonámbulos” (Sonámbulos. Cómo Europa fue a la guerra en 1914, publicado originariamente en 2012), cada uno con voces y opiniones distintas, su mira puesta, en la mayoría de los casos, en algún grande o pequeño beneficio que le podría derivar de esto.

No así Bélgica, un país al cual no se le puede atribuir ningún interés propio en la contienda y que fue agredido abierta y cruelmente por Alemania. Que se lo hiciera para eludir la línea de fortificaciones francesas y a pesar de la neutralidad del país poco importa. Importante es no confundir los hechos con sus interpretaciones o, peor aún, con las opiniones sobre ellos (frutos de análisis y abiertas a criticas las primeras, hijas de sentimientos y pasiones éstas últimas y, por ende, irrebatibles).

¿Cuál sería la lección para los intentos de paz contemporáneos al este de Europa? Que hay que reconocer los hechos: Rusia ha invadido Ucrania y no Ucrania a Rusia. Que lo hiciera sin declarar guerra suena una hipocresía, más que la refutación de un hecho incontrovertible.

El discurso de la responsabilidad política, por el momento, lo podemos dejar de lado, aunque, para quienes nos oponemos al abandono del derecho internacional a favor de decisiones aleatorias, se trata de una gran concesión. No podemos renunciar, sin embargo, al principio de realidad, sin encaminarnos hacia un regreso a la pre-Ilustración.

Sobre tal base, se puede discutir cómo reconocer y traducir en cláusulas originales las relaciones de fuerza que privilegian a Rusia, pero con un límite infranqueable, que es la decencia. No acepto leer que la guerra se la hizo para eliminar los nazis de Ucrania, así como no admito que se ponga el agredido y el agresor en una misma bolsa. Análogamente, no tolero escuchar que la barbarie contra Jamal Khashoggi son “cosas que ocurren”.

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