La diputada que organizó la jornada admitió que a su ganado lo vacuna contra la aftosa.
Por Silvia Fesquet
Para Clarín
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Cuando pensábamos que ya lo habíamos visto todo en el Congreso, entre diputruchos, diputadas hot en el barro, legisladores barrabravas, insultos a viva voz y vasos de agua voladores, apareció la jornada antivacunas.
La responsable fue la diputada del PRO por Chaco Marilú Quiroz y la reunión, en el auditorio del Anexo A de la Cámara Baja, fue autorizada por el presidente de esa Cámara, Martín Menem, a despecho de las advertencias de distintas sociedades científicas para que se desestimara la solicitud.
El revuelo fue el imaginable; el partido salió a despegarse de la iniciativa, el Ministerio de Salud de la Nación junto a las provincias -salvo Formosa y Buenos Aires, que denunció haber sido excluida- dieron a conocer un comunicado en defensa de la vacunación, e investigadores, asociaciones y expertos de la Sociedad Argentina de Vacunología y Epidemiología y de la Comisión Nacional de Inmunizaciones (Conain), entre otros, repudiaron el encuentro y alertaron sobre sus consecuencias en una población con tasas de vacunación alarmantemente bajas. Pero el daño ya estaba hecho.
Irresponsabilidad es quizá la palabra más suave para calificar una jornada donde, como en un auténtico show circense, se exhibió a un hombre, con el torso desnudo, que dijo sufrir de “magnetización” a partir de recibir dos dosis de una vacuna contra el Covid-19 -.de no haber aparecido un celular entre los objetos del “hombre imán”, se podría haber pensado en una escena de la Edad Media- y volvió a menearse la presunta relación entre vacunas y autismo.
Durante la pandemia, como señala el sitio Chequeado, ya circuló en redes la falsa información de “magnetización” atribuyéndola a la vacuna del Covid. Ya entonces, Fabricio Ballarini, doctor en Ciencias Biológicas por la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA, entre otros, explicó en su cuenta de Instagram el fenómeno conocido como “tensión superficial”, por el cual los objetos pueden “pegarse” a la piel, echando por tierra la idea de que las vacunas tienen metales pesados o algún tipo de radiación electromagnética.
Los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos, por caso, ya habían hecho su desmentida, ratificando la seguridad de las vacunas.
La presunta relación con el autismo tiene su origen en la investigación, demostrada falsa, del médico inglés Andrew Wakefield, que terminó expulsado del Colegio Médico General Británico, con la prohibición de ejercer la profesión. Un trabajo del Colegio Médico de Filadelfia desmenuzó el engaño perpetrado por Wakefield y sostuvo que para los académicos de la medicina, la vacunación es uno de los diez logros máximos de la salud pública en el siglo XX.
El engaño de Wakefield estuvo lejos de ser inocente: en 1998 recomendó analizar más en profundidad la relación de la vacuna del sarampión, las paperas y la rubeola con el autismo. Pero se comprobó que a Wakefield le habían ofrecido dinero para orientar las investigaciones y se determinó que había habido “un fatal conflicto de intereses”. Ninguna de las evaluaciones posteriores logró determinar ningún daño de la mano de estas vacunas.
Sobre esa sarta de mentiras desbaratadas -la revista científica The Lancet, que había publicado los trabajos de Wakefield, se retractó- se montó la campaña que una diputada llevó al Congreso de la Nación.
La prédica de Wakefield sigue vigente. El sarampión, una enfermedad que puede ser mortal, está creciendo en países que estaban libres de ella, como nuestra región: la vacuna contribuiría a su erradicación. Cuanto más gente inmunizada, menores chances de que el virus circule y contagie.
Eso sí: en un imperdible diálogo con el periodista Jairo Straccia, Quiroz, también dedicada al campo, admitió que a sus vacas las vacuna contra la aftosa. Y que el país está libre de aftosa gracias a la vacuna. No más preguntas señor juez.