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Opinión y Actualidad

La importancia de ser confiables

La única manera de volver a crecer es restaurando la confianza. Para ello, debemos cumplir con nuestras obligaciones y dejar de estafar.

19/10/2025

Por Ricardo Arriazu, en el diario Clarín

Un viejo chiste europeo define al paraíso como un lugar en donde el administrador es suizo, el cocinero francés, el policía inglés, el mecánico alemán, y el amante italiano; al mismo tiempo que define al infierno como un lugar en donde el administrador es italiano, el cocinero inglés, el policía alemán, el mecánico francés y el amante suizo.

Dejando de lado todas estas exageraciones y preconceptos, es claro que los suizos tienen la reputación de ser administradores eficientes y confiables, y las cifras así lo demuestran.

A pesar de tener pocos recursos naturales y un poco menos de seis millones de habitantes, Suiza muestra hoy el tercer mayor ingreso por habitante en el mundo y reservas por 909 mil millones de dólares -equivalentes a casi 10 veces su PBI-. Para tener una idea de magnitud, esa proporción sería equivalente a que Argentina tenga hoy más de 7 billones de dólares de reservas (hoy tenemos 42 mil millones) y que China tuviese hoy más de 200 billones.

¿Cómo lo logró? Con disciplina fiscal y del gasto privado, y cumpliendo con todos sus compromisos.

Los datos desde 1980 muestran que Suiza registró en promedio superávits en la cuenta corriente de la balanza de pagos (diferencia entre los ingresos y los gastos de un país) equivalentes al 6,2% del PBI por año, lo que le permitió acumular superávits por 1,3 billones de dólares (mayor al actual nivel de las reservas).

Durante el mismo período el resultado fiscal promedio fue equivalente a sólo - 0,3% del PBI, mientras que el superávit privado promedió el 6,5% del PBI, lo que le permitió financiar el pequeño déficit fiscal y exportar capitales por la diferencia.

No sólo eso, durante ese período el franco suizo se apreció de 1,68 a 0,88 francos por dólar, y a pesar de ello las exportaciones crecieron en volumen al 3,9% por año. Como dato anecdótico, para acumular tantas reservas se vieron obligados a intervenir activamente en el mercado cambiario, y su breve experiencia con la flotación “limpia” fue rápidamente abandonada por la apreciación exagerada del tipo de cambio ante los ingresos de capitales.

La tasa de ahorro fue equivalente al 34,3% del PBI por año, lo que permitió financiar inversiones equivalentes al 28,2% y exportar capitales. La inflación anual fue de solo el 1,6% y el ingreso real por habitante se quintuplicó.

Vale la pena comparar estos números con los de la Argentina. Nuestro país cuenta con amplios recursos naturales y su población supera los 47 millones. El crecimiento del ingreso real por habitante desde 1980 fue nulo, lo que determinó que pasemos del 25 lugar en el mundo al 73, con un gran aumento de la pobreza.

Los factores que explican esta decadencia son variados, pero vale la pena centrarse en algunos aspectos financieros y de falta de prudencia. Durante este periodo nuestro país (tanto el sector público como el privado) gastó casi 200 mil millones de dólares más que su ingreso (equivalente a un déficit en cuenta corriente cercano al 1% del PBI por año).

Este exceso está explicado totalmente por un exceso de gastos del sector público (2,5% del PBI por año), que no pudo ser compensado por el ahorro del sector privado. El nivel promedio del gasto público fue equivalente al 31,1% del PBI, similar al de Suiza, pero con una eficiencia muy inferior. La contrapartida de este exceso de gastos se reflejó en un gran crecimiento de la deuda pública, a pesar de haber incumplido en forma reiterada nuestras obligaciones.

Desde el punto de vista de la capacidad productiva, el stock de capital disminuyó en forma persistente porque la baja tasa de inversión (16,3% del PBI) no fue suficiente para compensar la depreciación del stock de capital existente. Parte del problema se explica por la bajísima tasa de ahorro.

Es posible que estas cifras exageren la realidad porque durante este período los argentinos trasladaron sus ahorros al exterior (casi un PBI entero), y con control de cambios es casi seguro que lo hicieron distorsionando las cifras oficiales.

La conclusión obvia es que las sucesivas estafas (inflación, devaluaciones, incumplimiento de obligaciones) afectaron la confianza y se reflejaron en periódicas crisis de balanza de pagos (huidas de la moneda nacional destinadas a la compra de dólares). Las cuentas nacionales muestran 20 años de crecimiento negativo en los últimos 44 años, casi todas asociadas a procesos de huida del peso.

En estas columnas enfatizamos reiteradamente que la base de la economía es la confianza. Con confianza gastamos, invertimos, tomamos riesgos y generamos crecimiento económico; con desconfianza dejamos de gastar, tratamos de proteger lo que tenemos y generamos una implosión económica.

La única manera de volver a crecer es restaurando la confianza, y para ello, debemos cumplir con nuestras obligaciones y dejar de estafar. Esta simple medida genera un círculo virtuoso que permite el crecimiento del ahorro, de la inversión, de la producción y la baja de la pobreza.

Sin embargo, seguimos escuchando sugerencias de que la manera de resolver nuestros problemas es volviendo a estafar (incrementar el déficit fiscal, dejar de pagar la deuda y devaluar). Honestamente me cuesta comprender estas propuestas ante tanta evidencia empírica que muestra sus nefastas consecuencias.

Ricardo Arriazu es economista.