¿Cuántas veces nos pasó que escuchamos tal o cual canción que nos lleva a un determinado momento y lugar? ¿Qué pasa cuando un tema que antes nos transmitía placer ahora nos despierta otro sentimiento?
Por Diana Baccaro, en el diario Clarín
HACÉ CLICK AQUÍ PARA UNIRTE AL CANAL DE WHATSAPP DE DIARIO PANORAMA Y ESTAR SIEMPRE INFORMADO
Suena “Viva la vida” y los infieles se bambolean al ritmo de Now the old king is dead, ¡Long live the king! (Ahora el viejo rey ha muerto, ¡larga vida al rey!). El hit de Coldplay habla sobre la naturaleza transitoria del poder mientras la pareja escrachada por la “kiss cam” de la banda británica se abraza y canta One minute I held the key / Next the walls were closed on me (En un minuto yo tenía la llave / al siguiente, los muros se cerraron ante mí ).
Para tener memoria, el mundo creó la música. Las canciones, se sabe, funcionan como marcadores temporales que disparan recuerdos autobiográficos. Tema a tema, vamos creando una “playlist” cerebral, la banda sonora de nuestras vidas.
¿Cuántas veces nos pasó que escuchamos tal o cual canción que nos lleva a un determinado momento y lugar? Los expertos explican que por lo general las canciones que memorizamos se alojan en el lóbulo frontal, donde está nuestra “discoteca” mental. Pero, ¿qué pasa cuando una canción que antes nos transmitía placer ahora nos despierta otro sentimiento? La pareja del escándalo viral, por ejemplo, ¿podrá volver a bailar y cantar “Viva la vida” del mismo modo que lo hizo en el concierto de Coldplay?
La música siempre está ahí, a un click de encender nuestra máquina del tiempo. A veces, solo hay que ponerla a prueba.
Te quiero, y ya nada importa / La vida lo ha dictado así /Si quieres yo te doy el mundo / Pero no me pidas que no te ame así.
Cuando suena Sandro, por caso, te llevará a la habitación de tu abuela, donde la ayudabas a enhebrar agujas y todo olía a piso recién pulido.
Con Sui Generis tu cerebro recibirá una descarga que te trasladará directo a una terraza de Avellaneda donde bailaste el primer lento. Hubo un tiempo que fue hermoso y fui libre de verdad, cantaba Charly, y tu compañerito te tarareaba al oído quiero saber tu nombre, tu lugar, tu dirección, y si te han puesto teléfono también tu numeración.
Y, ay, Los Beatles. All you need is love siempre te llevará del brazo derecho de tu padre hacia el altar para dar el sí...
Entre canción y canción vamos construyendo nuestra identidad, la bitácora de los viajes vividos. Hasta que un día aparece el “síndrome del abandono”, ese preciso momento en que te das cuenta que nunca más vas a volver a escuchar tu canción favorita sin que se te nuble la sonrisa.
Puede ocurrir en un recital o después de ver una serie cualquiera, como “El baile de las luciérnagas”. En la última escena, la protagonista (una periodista) despide a su amiga de la infancia (otra periodista) con una danza desgarradora a prueba de pañuelos. ABBA te va a tironear hasta el barrio de tu adolescencia, a los cielos estrellados de los ‘80, a las confidencias con tus amigas... No, después de ver esa serie ya no vas a poder bailar Dancing queen como lo hacías entonces. Ahora la reina ya no tiene su capa alada. Como el rey de los infieles de Coldplay. Now the old king is dead, ¡Long live the king!