El hallazgo, publicado en la revista PNAS, sugiere que el simple hecho de adelantar la hora de ir a la cama podría ser una herramienta poderosa para mejorar la salud y el bienestar general.
Un nuevo estudio realizado por investigadores de la Universidad de Monash, en Australia, y publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), analizó los hábitos de sueño y ejercicio de 19.963 adultos. Todos los participantes accedieron a llevar dispositivos biomédicos en la muñeca que permitieron registrar de forma precisa su actividad diaria, sumando un total de 5.995.080 “noches-persona” de datos.
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La conclusión principal fue contundente: quienes se iban a dormir más temprano realizaban más actividad física al día siguiente. En concreto, los adultos que se acostaban habitualmente antes de las 9 p.m. realizaban alrededor de 30 minutos más de ejercicio moderado a vigoroso al día siguiente en comparación con quienes se dormían alrededor de la 1 a.m.
Incluso al comparar con quienes se acostaban a las 11 p.m., los madrugadores sumaban 15 minutos más de actividad física diaria. Aunque la diferencia pueda parecer menor, la acumulación semanal y mensual de esos minutos extra puede marcar una diferencia significativa en la salud a largo plazo.
Aunque puede parecer lógico pensar que dormir temprano permite despertarse con más energía y tiempo para hacer ejercicio, este estudio es uno de los más robustos en confirmar esa relación con datos empíricos. Según los investigadores, no se trata solo de un rasgo de personalidad o estilo de vida.
De hecho, aquellos participantes que cambiaron voluntariamente sus horarios para acostarse más temprano también comenzaron a moverse más al día siguiente. Este cambio sugiere que no es que las personas nocturnas estén predispuestas a evitar el ejercicio, sino que la estructura de las rutinas sociales y laborales favorece a quienes tienen hábitos más tempranos.