El estreno de '28 años después', el regreso de Danny Boyle al mundo de los infectados, nos obliga a repasar el título que protagoniza nuestra polémica del mes.
Por Ricardo Rosado
Para Fotogramas
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Era imposible que esto saliese bien, al menos si entendemos como insalvables las normas por las que se rigen las contemporáneas secuelas tardías de mercantilistas objetivos. 23 años después de '28 días después' (2002), el mundo de los redivivos ha dejado de ser carnaza para los aficionados al cine de terror, las fórmulas han opacado cualquier oportunidad de autoría en los regresos de las franquicias y, tras el estreno de 'Yesterday' (2019), aquel narrador ya no se parece tanto al vibrante director de 'Trainspotting' (1996).
Pero Boyle no ha muerto, estaba de parranda y, afortunadamente, nada de esto le ha importado lo más mínimo. Junto a su ahora aplaudido escudero Alex Garland, el de Mánchester ha regresado a su universo de infectados (que no zombis) con '28 años después', una película que se atreve a arriesgarlo todo, errando por el camino en busca de una experiencia inesperada que, fuera de cualquier molde establecido, logra sorprendernos como si volviese a tener toda su carrera por delante.
Borracha de sí misma, incluso algo mamarracha en sus mejores momentos, todos los excesos de '28 años después' reman a favor de una imaginería filmada por un brillante Anthony Dod Mantle que, como Boyle, se siente rejuvenecido en una fotografía que viaja de lo magnéticamente onírico a lo juguetón. Permitir que el título respire contradicción, locura y algún que otro derrape no es un desliz, es un manifiesto.
El director no pretende cerrar una trilogía, sino reabrir una herida, exponerla al aire y comprobar si aún supura algo vivo y, aunque toma prestado el prólogo de '28 semanas después' (2007), el cineasta evita a la cumplidora secuela de Juan Carlos Fresnadillo en forma y fondo, dispuesto a volver a repartir la baraja para empezar una nueva partida con otras normas, criaturas, colores y un salvaje montaje visual y sonoro al borde del aneurisma. Un oasis de heterogéneos modos en un mundo de cobardes decisiones demasiado preocupadas en no equivocarse como para darse cuenta de que lo están haciendo.