Opinión y Actualidad

Los nadie

La importancia de la palabra, la gestualidad y los silencios en las piezas audiovisuales. La memoria como herramienta de la verosimilitud de la ficción. La evocación como instrumento para hacer creíbles nuestras historias.

03/05/2025

Por Pablo Argañarás, Lic. en Cine y Televisión
Existe un principio básico en el Guión para Medios Audiovisuales que reza lo siguiente: "El personaje articula con el habla aquello que piensa.  En cambio, aquello que siente se demuestra a través de sus acciones". En la dirección de Actores para Cine hay un postulado que expresa la vital importancia que cumplen la elocución de los parlamentos, el tono de voz que se debe de utilizar, la impostación o no de la misma, y las acciones corporales que se agrega o no por parte del actor a cada texto.  Solamente en estos dos ejemplos (existen muchos más) tomamos la importancia del "decir", de la expresión mediante la voz y la articulación de las palabras.

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Mientras aprendía estos postulados en la Carrera de la Licenciatura en Cine y Televisión en la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina, no pude dejar de pensar en "los monteros de mi infancia".  Cuando niños vivíamos junto a mi familia en un barrio satélite a la Capital provincial de Santiago del Estero.  Frente al complejo habitacional, cruzando la ruta o carretera como se le dice usualmente en Latinoamérica, estaba el monte.  En medio del mismo, en ranchos bastantes precarios, vivían familias muy humildes.  Los niños de nuestra vecindad y los niños del monte, "los monteros", como les decían los mayores de mi barrio, éramos amigos de juegos y aventuras.  Nosotros repartíamos el tiempo entre juegos y  la escuela, ellos entre juegos y trabajos.  Esos niños no tenían voz.  Jugaban en silencio.  Parecía ser que su palabra era callada desde adentro con un nudo en las tripas.  Recuerdo eran eximios jugadores de fútbol, los mejores, los más habilidosos.  Ni que hablar en el uso de las ondas y "pocoteras".  Y jugando a las bolitas eran unos cracks.  Indefectiblemente perdíamos cada vez que jugábamos a algunas de estas cosas con los silenciosos monteros.  En la única ocasión que se les escuchaba su voz era cuando salían en barra a mendigar a la salida de la misa los domingos, o en la puerta de cada casa del barrio con su única frase "... tiene alguito ´pa que me dé?...".  Salvo esa frase, estos niños tenían la palabra vedada.

Muchos años después, en el 2004,  filmando mi primera película de ficción santiagueña en el Barrio Bosco III, en las afueras de la Ciudad Capital, tuve una experiencia similar.  Yo había escrito un guión sobre la vida de una familia de carreros que deambulaban por el centro capitalino haciendo changas con su carro y sobreviviendo el día a día.  Como dicta la disciplina de la escritura para cine, el buen guión es aquel que se reescribe una y otra vez hasta que los personajes son intocables,  ya que cobran vida propia y no te dejan pasar el borrador.   Luego de la primer versión del guión y hasta su reescritura decimosexta, (sí reescribí 16 veces esta historia), pasé tiempo con familias en el Barrio Bosco III.  Necesitaba estar con ellos en su cotidianeidad y aprender sus palabras, su léxico, su manera de nombrar las cosas y situaciones.  Y allí me encontré con su monumental silencio.  Era tal la tragedia que vivían estas personas en su día a día que no hablaban.  Apenas unos gestos toscos, alguna mueca.  Palabras?... muy pocas... casi ninguna.  La carencia de absolutamente todo, educación, comida, agua potable, viviendas dignas, cloacas, urbanización, y un larguísimo etcétera, eran parte de su vida cotidiana.  Estas personas habían perdido su voz, su capacidad de hablar, de expresarse, tal vez era un silencio ancestral que viene desde la conquista española y que muerde fuerte la bronca en  sus genes por siglos de opresión. Así la reescritura consistió en la supresión de tantísimos diálogos en donde la palabra estaba de más.  ¿Qué palabras podía decir un padre de familia al llegar por la noche a su choza sin ningún  alimento para los suyos y tener que tomar una taza de mate cocido bebido con toda su familia?  No existe palabra para expresar el ruido de las tripas.

Así poco a poco fui comprendiendo el silencio de "los monteros", de "los nadie", de los "sin voz", de los olvidados y excluidos, de los que el sistema "barre debajo de su alfombra". El ser humano nace con el afán de comunicarse. Muchas veces nuestras sociedades enmudecen estas ansias en las personas.  El arte, el cine en este caso, es un medio que debe visibilizar estas cuestiones, dando voz a aquellos que la perdieron.