Barry Levinson dirige esta película basada en hechos reales en la que Robert De Niro interpreta a Frank Costello y Vito Genovese, dos de los mafiosos más icónicos del Nueva York de la década de los veinte del siglo pasado.
Por Blai Morell
Para Fotogramas
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Barry Levinson se adentra en el pantanoso terreno del cine de mafiosos con este ejercicio que, desde el primer fotograma, se sabe heredero de una tradición tan gloriosa como saturada. Alto, no es su primera incursión: ya en 1991, con 'Bugsy', Levinson dejó su huella en el género, pintando a Warren Beatty como un gánster de ambiciones desmesuradas y sueños de neón. Incluso en 'Sleepers' tocaba el tema. Ahora, regresa con una historia real y con Robert De Niro como estandarte, un actor que no solo carga con el peso de la historia del cine criminal, sino que parece haberla moldeado con sus propias manos, desde los callejones de 'Malas calles' hasta los silencios sepulcrales de 'El irlandés'. Aquí, el neoyorquino se desdobla en un juego de espejos interpretando a Frank Costello y Vito Genovese, dos titanes del hampa que trascienden los titulares sensacionalistas para convertirse en retratos de poder y contradicción. Y es que De Niro, a sus 81 años, sigue siendo el faro que ilumina -o ensombrece- este tipo de relatos, pero cabe preguntarse: ¿es 'The Alto Knights', producida por Irwin Winkler, el hombre que estaba detrás de 'Uno de los nuestros' y 'El irlandés', un canto de cisne o un eco que se resiste a apagarse?
El cine de gánsters, esa catedral de traiciones, cigarros humeantes y trajes impecables, lleva décadas bebiendo de las mismas fuentes: Scorsese, Coppola, Leone. De Niro, claro, es un pilar de ese templo, un actor que ha hecho del mundo de la mafia su propio feudo cinematográfico. Y Levinson, consciente de esa herencia, no rehuye el diálogo con el pasado, pero tampoco logra escapar del todo de su sombra: por supuesto, una película como esta no puede evitar caer en clichés, porque en el fondo, la vida del gánster es un cliché en sí misma. Pero sí que hace un esfuerzo por alejarse del fetichismo del poder y optar por un análisis casi clínico de las dinámicas internas de la mafia, cortesía del guionista Nicholas Pileggi. Sí, el mismo de 'Uno de los nuestros' y 'Casino'. De nuevo, vasos comunicantes.
El desdoblamiento de De Niro en dos roles es el gran anzuelo de la cinta. No es solo un efectivo alarde técnico, que lo es, con un maquillaje excelente -Medem, aprende, porque lo de '8' es inenarrable-, sino una apuesta por explorar las dualidades del poder criminal: la calma taimada de Costello frente a la ambición voraz de Genovese para la que aplica el estilo nervioso y explosivo de su colega Joe Pesci -¿homenaje o inspiración?-. Realmente hay algo casi teatral en cómo el intérprete transita entre ambos, como si quisiera recordarnos que el cine de mafiosos no es solo plomo, sino también psicología. Levinson, con su pulso de artesano, saca partido de esa tensión, aunque a veces se pierde en una narrativa que prefiere reverenciar a sus predecesores antes que clavar el colmillo a fondo.
Y sin embargo, funciona. Funciona porque De Niro sigue teniendo ese magnetismo, esa capacidad para llenar la pantalla con un simple arqueo de ceja. Funciona porque el cine de gánsteres, incluso en sus versiones menos rompedoras, tiene un encanto atávico que nos sigue atrapando. Y encima, hay un guiño inesperado: una escena en una granja que recuerda a la desternillante 'Una terapia peligrosa'. Allí, De Niro parodiaba al mafioso vulnerable, confesando traumas entre gallinas y heno bajo la mirada atónita del psicólogo con el rostro de Billy Crystal. Aquí, el tono es menos cómico, pero igual de irónico: un respiro que desnuda el mito del gánster y lo confronta con su propia humanidad.
Pero también cansa. Cansa que cada nuevo título tenga que medirse con la cámara nerviosa de Scorsese o el lirismo trágico de Coppola. Aquí no se reinventa nada, pero lo pule con esmero. Quizás no tenga la grandilocuencia épica de las grandes sagas mafiosas de Coppola, ni el tono elegíaco de los finales inevitables que han marcado la obra de Scorsese. Pero precisamente ahí reside su valor: en mostrar la cotidianidad sórdida y el desgaste interno de quienes llevan décadas lidiando con la muerte y el poder. Levinson entrega un filme sólido, elegante, con algún destello de brillantez, pero nunca inolvidable. En este género, o te coronas o te entierran. De momento, 'The Alto Knights' se queda en un purgatorio digno. Y es que, después de todo, la mafia nunca muere: simplemente envejece, se reinventa y sigue cobrando sus cuentas pendientes.