Gemma Blasco y Ángela Cervantes presentan una tragedia moderna entre dos hermanos con una personal mirada sobre la violencia sexual, el asco y la vergüenza.
Por Blai Morell
Para Fotogramas
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Hay películas que no buscan ser cómodas ni complacientes, sino abrir heridas que muchos prefieren ignorar. El debut de Gemma Blasco es una de ellas. Con una mirada cruda y sin concesiones, construye un drama asfixiante sobre la rabia silenciada, la culpa impuesta y el aislamiento de quien carga con un dolor que el mundo se empeña en minimizar. Y en el que Ángela Cervantes brilla con una interpretación descomunal, sosteniendo un relato donde la ira se cuece a fuego lento y la soledad pesa como una losa. Blasco filma sin efectismos, cámara en mano, apostando por la crudeza y la contención, aunque el paralelismo con la tragedia clásica, aquí Medea, si bien sugerente, se siente algo forzado, como si la película no terminara de integrarlo.
A medida que avanza, el relato gana en intensidad, pero su final se vuelve confuso. Aun así, la cinta incomoda y duele, porque su verdad es innegable. Como escribió Virginie Despentes: "Si la violación es un trauma, no es solo por el acto en sí, sino porque nadie quiere escucharlo". Un grito necesario en un mundo que prefiere mirar hacia otro lado.
Para quienes busquen un cine desafiante que no teme pisar un terreno incómodo.