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Opinión y Actualidad

La era de las batallas inútiles

El intento por imponer dos jueces en la Corte Suprema no le dará al Gobierno ningún rédito político ni electoral.

05/04/2025
Javier Milei.

Por Ignacio Miri, en diario Clarín
En su primer año largo de mandato, Javier Milei enunció decenas de batallas. Es una lista larguísima, sólo accesible a través de un esforzado estudio de las publicaciones de la cuenta de X presidencial. Aún así, corriendo el riesgo de dejar algunos cabos sueltos, se pueden agrupar en dos grandes categorías.

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Algunos anuncios, algunos proyectos de ley, algunas decisiones administrativas, le permitieron al Presidente llevar adelante cambios que él considera necesarios para encaminar las variables económicas hacia donde él cree que deben dirigirse o para implementar reformas que cree indispensables. Son las peleas que da cualquier Gobierno.

Otras escaramuzas, e incluso algunas que terminaron en derrota, fueron iniciadas bajo una premisa que el Gobierno considera central: conformar a la opinión pública. En estos casos, el mero hecho de portar el escudo y la lanza le sirvieron al Presidente para mostrarse ante su electorado como un cruzado anticasta. Se perdieron en el momento, pero le sirvieron a La Libertad Avanza para mejorar sus chances para el año electoral.

Y después está la guerrita que el Gobierno quiso dar para imponer dos miembros de la Corte Suprema, primero enviando los pliegos al Senado sin intentar abrir ninguna negociación seria con los bloques mayoritarios y luego nombrando por decreto en comisión a Ariel Lijo y Manuel García Mansilla. Esta última decisión fue instrumentada de modo tan deficiente que el primero ni siquiera asumió en ese puesto porque prefirió mantener su lugar en Comodoro Py y el segundo pudo disfrutar sólo de algunas semanas en el tribunal más importante del país antes de quedar sepultado por una carrada de votos en contra.

¿Por qué hay que separar esta última iniciativa de las otras que dio el Gobierno? Porque fue una pelea que no consiguió su objetivo y que tampoco le generará ningún rédito político al Presidente. No habrá gente indignada por la caída de los pliegos de Lijo y de García Mansilla y, por el contrario, habrá una oposición que podrá decir que en este caso jugó para defender la institucionalidad.

Es imposible saber hoy si el Gobierno se resignará a dejar libres las vacantes en la Corte o si abrirá una negociación con la oposición para ocuparlas, un diálogo que podría incluir también a otros centenares de nombramientos en el Poder Judicial.

Lo único que salva al Gobierno del papelón completo es que la principal fuerza de la oposición, el kirchnerismo, también está embarcado en una batalla incomprensible y con rédito imposible en la provincia de Buenos Aires.

Cristina Kirchner y Axel Kicillof, de ellos se trata, no tienen diferencias ideológicas, ni programáticas, visibles. A pesar de eso, llevan meses trepándose a una pelea que les interesa sólo a ellos dos y a los cuatro o cinco miembros de sus siempre raleados entornos íntimos y que busca dirimir quién de los dos manda.

Por alguna razón que se desconoce, Kicillof esperaba que Cristina se retirara de la política y le cediera el mando del kirchnerismo. La ex presidenta, a su vez, consideró, contra toda lógica, que Kicillof está dispuesto a ser candidato a la Casa Rosada con un esquema parecido al que entronizó a Alberto Fernández. Como todo el mundo imaginaba, las dos pretensiones resultaron equivocadas.