El imprevisible director de "Napoleon Dynamite" y "Super Nacho" adapta el popular videojuego que se convierte en un historia de perdedores redimidos por la fantasía y que protagonizan Jason Momoa, Jack Black, Danielle Brooks, Sebastian Eugene y Emma Myers.
Por Pablo Vázquez
Para Fotogramas
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El imprevisible Jared Hess se perfilaba como la elección idónea para la adaptación 'live action' de cualquier videojuego. Más aún, de uno con las particularidades de 'Minecraft', desarrollado por Markus Persson para Mojang Studios; tanto por su modalidad de mundo abierto como para la gran libertad que ofrece a los usuarios, y que, desde 2011, funcionara como versión alternativa, mejorada y apasionante, de una realidad hostil y grisácea. Hablamos de la misma libertad retorcida que recorría las primeras películas del cineasta, protagonizadas por parias del sistema que vivían la adolescencia como un perpetuo estado de exclusión, cuyo único asidero era la búsqueda de espacios imaginarios.
Los protagonistas de las excelentes 'Napoleon Dynamite' (2004) y 'Gentleman Broncos' (2009), llegada la madurez, estaban condenados a convertirse en los adultos extraños y disfuncionales, que protagonizaban las, tan coherentes como irregulares, 'Don Verdean' (2015) y 'De-mentes criminales' (2016), poseedoras del mismo tono marciano, entre popular y nicho, de la más recordada 'Super Nacho' (2006), coescrita por Mike White. ¿Tal vez el 'sense of wonder' de la viñeta o la magia de la Playstation solo tengan cabida en un universo de coordenadas tan concretas y limitadas como la adolescencia, y su poder y capacidad de seducción se conviertan en humo con la llegada de la toma de responsabilidades que conlleva la edad adulta?
En este sentido, 'Una película de Minecraft' era una prueba de fuego, saldada ahora con una película tan disfrutona como francamente descompensada, tanto para Hess como para sus personajes y espectadores potenciales (¿acaso los mismos?), así como una posibilidad de ampliar, corregir y sublimar, en el seno del 'mainstream', el espíritu ácrata y contracultural que flotaba en sus películas directamente anteriores, que de alguna manera habían acercado su cine más a Todd Phillips que al penúltimo Wes Anderson.
Un mundo (im)perfecto
Para su nuevo acercamiento a las mieles y peajes del cine para público mayoritario, Hess vuelve a contar con el Jack Black de la parcialmente frustrada 'Super Nacho', pero el tono y las texturas del conjunto buscan acercarse, sin lograrlo del todo, a dos éxitos recientes cargados de épica portátil y zumbona: 'Jumanji: bienvenidos a la jungla' (J. Kasdan, 2017), al margen de su justita secuela, y 'Dungeons & Dragons: honor entre ladrones' (J. Francis Daley, John M. Goldstein, 2023).
Hay algo, también, en 'Una película de Minecraft' de las adaptaciones videojueguiles de los noventa, convertidas ahora en piezas, psicodélicas, psicotrónicas y psicotrópicas, de culto 'vintage', pero con un estilo abrillantado por un humor descreído y un moderado distanciamiento posmoderno. El universo de Hess conecta a la perfección con el personaje de Black, un oficinista desencantado que halla el pasadizo a un mundo paralelo y portátil, y, sobre todo, con ese Jason Momoa en una arrolladora encarnación de 'gamer' perseguido por el infortunio, que parece escapado de la patulea de personajes reales de 'The King of Kong: A Fistful of Quarters' (S. Gordon, 2007). La química entre ambos personajes, en la línea de los Bing Crosby y Bob Hope de la saga 'Camino a…' con fugas al musical de Joshua Logan o Vincente Minnelli en versión rock metal, funciona como declinación de desorientadas masculinidades tóxicas cruzadas que desemboca, las más de las veces, en la broma 'slapstick' o la camaradería 'filogay'.
En compensación, los personajes de Danielle Brooks, Sebastian Eugene y Emma Myers, diseñados a mordiscos y con demasiado breves secuencias de lucimiento, parecen existir únicamente para compensar el desparrame cinético de la dupla. La acción es trepidante, como en esas secuencias al ritmo de temas de Dirty Honey, Dayglow y el propio Jack Black, y la fotografía de Enrique Chediak captura con gracia el tejido de un cosmos tan alucinado como, a ratos, pesadillesco. Aunque a quien mejor parezca entender Hess, y su quinteto de guionistas, sea a esa risueña Jennifer Coolidge, también en busca de dimensiones o realidades paralelas, no necesariamente humanas, como posibles vías de escape a su funcionarial rutina de fabulosa dama otoñal.
Sería mucho pedir que toda una reafirmación de la épica 'loser' (sí, esta es otra película de perdedores redimidos por la fantasía, con la humanísima poesía de John Huston a toda mecha) no cayera víctima, por momentos, de la misma disfuncionalidad que exalta y celebra. Lo hace cuando su sobresaturación de estímulos casa regular con el sentido de la maravilla y el 'timing' humorístico, así como cuando la amargura medular de cada personaje tiene las de perder frente a tanto 'minion' y zombi animado. Todo ello, al margen de un solapamiento de tonos que juegan en paralelo y no siempre para bien a la acción y a la aventura, a la autoparodia, a la 'buddy movie' y al entretenimiento familiar, con reminiscencias que van de Stephen Sommers a Michael Lehmann, pasando por Terry Gilliam, Tim Burton, Adam McKay, Shawn Levy o Don Coscarelli; apenas nada. Si una de las características clave del mundo de Minecraft era no tener final, su adaptación cinematográfica, que no es especialmente larga, parece atrapada en un bucle infinito tan disfrutable como abigarrado, casi diría que agotador. Quizá el mismo del que gozan aquellos 'gamers', de alma peterpanesca y coraza de 'píxels', al sumergirse en las lúdicas pantallas para reencontrarse con unos avatares demasiado parecidos a la mejor versión de sí mismos. Como alternativa a la realidad, este Minecraft es tan estimulante como fastidiosamente imperfecto, quizá por hacer bandera de una anarquía que resulte, a la postre, más calculada que genuinamente libertaria.