La esperada nueva versión del clásico animado "Blancanieves" se atreve a convertirse, Marc Webb mediante, en "La princesa prometida" del siglo XXI.
Por Fausto Fernández
Para Fotogramas
HACÉ CLICK AQUÍ PARA UNIRTE AL CANAL DE WHATSAPP DE DIARIO PANORAMA Y ESTAR SIEMPRE INFORMADO
Cuando Walt Disney decidió que su productora, un reino a un tris de convertirse en imperio, estaba lista para competir en el territorio de la imagen real ('La isla del tesoro' supuso el comienzo oficial de esta nueva etapa) jamás se le ocurrió hacerlo consigo mismo reconvirtiendo sus éxitos en animación en actrices y actores de carne y hueso. Es curioso, porque precisamente imágenes reales eran utilizadas por los dibujantes y animadores de la compañía para su trabajo. La pionera (la base del emporio Disney) 'Blancanieves y los siete enanitos' no fue ajena a ello y es divertido comparar ambos juegos de celuloide. Desde que el gran estudio hollywoodiense familiar, y todopoderoso, por antonomasia decidió reciclar su legado los resultados bascularon entre la fotocopia digital sin alma (Rob Marshall el culpable de muchas de ellas) y puntuales intentos de solventar el encargo con gotas de autoría que iban un poco más allá de lo ciclostilado y de los férreos códigos de corrección política y moralina al gusto actual: la 'Cenicienta' de Kenneth Branagh; 'El libro de la selva' de Jon Favreau, y, con reparos, el 'Dumbo' de Tim Burton.
Hasta ahora, Blancanieves permanecía intocable para la codiciosa junta de directivos disneyanos, pero ya se sabe que no hay nada sagrado, y así tenemos en los cines esta 'Blancanieves' que busca reinterpretar en claves contemporáneas el cuento recogido por los hermanos Grimm. Los resultados distan, afortunadamente, del horror hortera de, por ejemplo, 'La sirenita', y acaba siendo (tal vez no todo lo que uno quisiera) la película personal o revolucionaria (dentro de lo que cabe en una major) que prometía viniendo de Marc Webb, director especialmente dotado para las cuitas sentimentales, en zonas de peligro, de adolescentes fuera en la deliciosa '(500) días juntos', donde el musical se dejaba ver con originalidad, o en sus acercamientos al universo Spider-Man, comedias románticas donde la amenaza de los supervillanos es secundaria al lado de la del enamoramiento con sus tira y afloja.
De hecho, 'Blancanieves', además de la violencia y del terror (la esencia del clásico animado de 1937), prescinde directamente de la villana: aquí, el personaje de la madrastra (Gal Gadot parodiando a la risible Angelina Jolie de 'Maléfica') no es la bruja perversa del cuento y del largometraje de dibujos animados, sino una suerte de influencer (el espejo mágico su smartphone con acceso a la irrealidad del mundo de las redes sociales), una émula de inofensiva maldad (su dilema no es nada más que el de belleza exterior versus belleza interior) de una Kardashian cualquiera. Para Webb y su guionista (Erin Cassandra Wilson, quien aterriza en este producto blanquísimo e inofensivo tras escribir las fetichistas 'Secretary' y 'Retrato de una obsesión'), lo importante es la historia de amor entre la princesa y el Robin Hood aficionado; entre la princesa y su pueblo (a la libertad por la autoayuda), y entre la princesa y ella misma.
Webb maneja con grácil ingenio e ingenuidad imágenes icónicas del original y las canciones clásicas, entonadas con unos arreglos de especial televisivo (sí, 'Telepasión Española'), replicando la sencillez naíf de las comedias añejas protagonizadas por Danny Kaye, concretamente la de 'El bufón de la corte' (ese puñadito de rebeldes en el bosque, en realidad un grupo de actores, de cómicos, en paro). Los homenajes al Hollywood de la edad dorada están allí y allá en 'Blancanieves' mientras la acción, las canciones y los números musicales se suceden con la nada oculta intención de ser el 'Wicked' de la Disney. Los más cinéfilos reconocerán en dos de los enanitos, Sabio y Mudito, las facciones de un secundario inmenso como S. Z. Sakall (quien, vaya, coincidió con Danny Kaye en 'El asombro de Brooklyn') y las del gran cómico Red Buttons, respectivamente.
Inofensiva a la postre, tal vez lo que nuestra sociedad ajena al mal, a la incomodidad, y sobreprotectora de la infancia exige, 'Blancanieves' se convierte, voluntariamente (Marc Webb conscientemente mediante) en 'La princesa prometida' del siglo XXI: su estructura, personajes, sentido del humor, de la justicia y del romance remiten a la película de culto dirigida por Rob Reiner. No hay una frase con vitola de mítica como la de Íñigo Montoya y su padre, pero sí una sobre una ballesta que deja para la posteridad Quigg, el rebelde bajito.
Para nostálgicos de una Disney hoy imposible.