El director firma esta coproducción hispano francesa sobre un primer amor adolescente, protagonizado por los novísimos Aminthe Audiard (sobrina de Jacques) y Samuel Kircher (hermano de Paul), y con el español Alex Brendemühl.
Por Mariona Borrull
Para Fotogramas
HACÉ CLICK AQUÍ PARA UNIRTE AL CANAL DE WHATSAPP DE DIARIO PANORAMA Y ESTAR SIEMPRE INFORMADO
Adonde fueres, dicen: Jaime Rosales se enfunda las formas hípsters de la modernidad francesa para dibujar un melodrama serio, que palpita tierno cual primer corazón roto y muestra más deferencia hacia su mona pareja protagonista que hacia el patio de butacas. Ellos son como Karina para Belmondo o el fieltro para la pana; en definitiva, igual de peliculeros, antipáticos y arquetípicos que los mitos de antaño. Los novísimos Aminthe Audiard (sobrina de Jacques) y Samuel Kircher (hermano de Paul, 'enfant terrible'-sensible) podrían haber nacido hace 80 años.
En la línea del antiedadismo terco de Philippe Garrel, para modernizarse Rosales flirtea con el palique obtuso, coral, y el distanciamiento en la forma, parca: del blanco y negro al color, del párrafo declamado al documental y alternando entre relaciones de aspecto. Como si girara las páginas de un álbum familiar en busca de un recuerdo huidizo, la trama titubea y se desanda en finales posibles. Luego, sin que apenas lo percibamos, el film empieza a desaprenderse. 'Morlaix' apuesta matemática en su transgresión al cine ‘bien escrito’. Larga, fea, sobrecompuesta y de respeto nulo al rácord, vibra con la intensidad torpe de un corto de estudiantes… De hecho, esto solo lo haría, o un Joan Miró, o un adolescente inquieto. En un gesto de honestidad radical, tan particular que nos da exactamente lo mismo, Jaime Rosales se viste de joven y descubre que su cinefilia amada es vieja, malhecha, algo ridícula. Entonces, filma una película.
Para cinéfilos maduros, de taninos resistentes.