El Mercosur fue la única política de estado de la democracia.
Por Alfredo Morelli (*), en diario La Nación
La unión de Brasil, Uruguay, Paraguay, Argentina en el Tratado de Asunción constituye la mayor epopeya de la diplomacia democrática y sostenida por un consenso político nunca visto. Éramos un enorme grupo de brasileños, uruguayos, paraguayos, argentinos y con posterioridad, chilenos, que pensábamos lo mismo y veíamos al Mercosur como la mejor herramienta para interactuar en un mundo lleno de incertidumbres. Mercosur hizo posible más de medio siglo de paz en el Cono Sur, luego de décadas de desgobierno y desconfianza recíproca.
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Mercosur costó un enorme esfuerzo, que considero un enorme error dilapidar.
Mercosur no es perfecto, no puede ser mucho mejor que los países que lo integran porque depende de la calidad de las políticas internas, pero ha sido una herramienta muy útil para administrar las relaciones entre los socios.
Las circunstancias mundiales han cambiado, cuando era estudiante el mantra era “free trade is good” (el libre comercio es bueno) pasamos de “just in time” a “just in case”(del “justo a tiempo” al “por si acaso”). El mundo comenzó a usar la interdependencia, instrumento de paz y generadora de confianza mutua, como arma de agresión, la Argentina misma no estuvo exenta de esta práctica cuando le cortó el gas a Chile. El esquema multilateral de comercio está en crisis, la globalización retrocede.
Habrá entonces detalles de la configuración del Mercosur que necesitan actualizarse a nuevas circunstancias, pero su carácter de herramienta idónea para administrar la relación entre la Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay y Chile se mantiene inalterado, más vigente que nunca.
El primer error fue politizar un acuerdo estructurado con reglas comerciales de cumplimiento obligatorio, precisamente para “despolitizar” las relaciones entre los socios y evitar que los presidentes se vieran embadurnados en controversias comerciales. Estas reglas benefician a los más débiles, detalle que no fue comprendido por las autoridades argentinas de entonces, que no cumplieron los fallos. Si bien está claro que la política es lo más importante, es cierto también que sin solución técnica no hay solución política y el esquema institucional y el mecanismo de solución de controversias sencillo y ágil que diseñamos era la respuesta técnica que resolvía la cuestión política.
Politizar el acuerdo condujo a la discrecionalidad, para ventaja de los más grandes, e impactó su credibilidad frente a los socios e inversores.
La ampliación del Mercosur era coherente con la necesidad de profundizarlo, pero no fue feliz la inclusión de Venezuela y Bolivia, países que están lejos de cumplir con las exigencias de la Cláusula Democrática, derechos humanos y de disciplina fiscal, que en vez de aumentar las exigencias hacia mejores disciplinas tuvieron el efecto contrario. Si el interés era el tema energético se podría haber negociado algo específico que no contaminara el resto del Acuerdo.
Para devolverle vitalidad al Mercosur hay que ponerlo “a dieta”. Para recuperar su energía tiene que volver a sus orígenes estrictamente económicos comerciales. Con una Secretaría Administrativa que vuelva a un presupuesto frugal, que no permita que políticos ocupen el cargo de director.
El Parlasur debe ser ocupado por legisladores con mandato vigente que sean miembros de la Comisión de Mercosur de sus respectivas Cámaras.
El sistema de Solución de Controversias debe volver a su diseño original con un sistema de arbitraje técnico. Toda la superestructura jurídica creada por intereses corporativos, de casta, sin ventajas en la celeridad y eficiencia de los procesos, debe ser eliminada. Es curioso que en lo interno, los países buscan métodos pre-judiciales, incluso con la ayuda de Inteligencia Artificial, para acelerar procesos y administrar justicia en los tiempos que los negocios requieren, y en lo internacional repetimos los mismos errores que queremos corregir en el ámbito interno.
Para terminar, hablar de las cosas no son las cosas, en repetidas experiencias de integración avanzamos en los comienzos, para luego cuando llegan las desgravaciones arancelarias, aparecen los pedidos de protección, las restricciones no arancelarias. Hemos sido incapaces de administrar los diversos intereses corporativos y burocráticos.
Al eliminar aranceles, se hacen evidentes las diferentes políticas internas que desnivelan el campo de juego. Nunca pudimos acordar un régimen de promoción de inversiones, el régimen federal impedía asimismo acuerdo en cuestiones sanitarias y fitosanitarias. El seguimiento de la casuística de la Comisión de Comercio servía como material de estudio para los alumnos del Instituto de Servicio Exterior pero no sirvió como “feed back” para aprender por la experiencia sobre las necesidades de flexibilidad normativa. A lo mejor es hora de pensar en aranceles diferenciados que permitan un campo de juego nivelado.
Hoy la globalización retrocede, aunque no desaparecerá, el nacionalismo crece, el consenso doméstico en los países está debilitado, las afinidades entre los negociadores es mucho menor, las percepciones sobre cómo evoluciona el sistema internacional es diferente. Por ello creo que frente a la realidad, es más importante que nunca preservar Mercosur como mecanismo de administración de las relaciones entre los socios.
(*) Embajador de Carrera, exsubsecretario de Integración Americana y Mercosur, vicepresidente del ALCA (FTAA) durante la Presidencia de Canadá.