El hijo de Anthony Perkins firma el guion y dirige esta adaptación del relato corto de Stephen KIng en la que ''enhebra un humor carnavalesco, de feria de pueblo rodeada de freaks y atracciones con trampa'', y en la que sorprenden los cameos de Elijah Wood y del propio cineasta.
Por Pablo Vázquez
Para Fotogramas
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Los caminos del horror comercial son casi siempre inescrutables. El hijo de Anthony Perkins llevaba una carrera trufada de trabajos secundarios como actor y de películas mediocres tras la cámara y su choque con el posmodernismo de la modernez petarda podía haber producido monstruos. Para nuestra sorpresa, la algo sobrevalorada 'Longlegs' (2024), Nicolas Cage aparte, desperezó las esperanzas perdidas al conectar con la perversidad de lo oscuro arañando los enfermizos climas de un clásico 'underground' como 'The Last House of Dead End Street' (Roger Watkins, 1972). Su siguiente largo dentro de los elásticos límites del género lo reúne con uno de los 'masters of horror' más interesantes e irregulares de la actualidad, James Wan, a partir de un relato del emperador Stephen King publicado por primera vez en 1980 y que evidenciaba la huella de dos de sus referentes más queridos, Edgar Allan Poe y W.W. Jacobs (básicamente, era un relectura personal e igual de pesimista de la inmortal 'La pata del mono') para ahondar en temas como la culpa, la familia, el tiempo y el eterno concepto del Mal invencible.
Sorprende que James Wan y Perkins se hayan atrevido a convertir este material en una comedia negra salvaje, desternillante y apocalíptica, que invoca también el tropo del juguete asesino —Tod Browning, 'Magic. El muñeco diabólico', la inagotable saga de Chucky, las mascotas de Charles Band… hasta la siempre revisable 'El silencio desde el mal' dirigida por el propio Wan en 2007 a partir de un guion de Leigh Whannell. Si nuestro fetiche son los monos, el cinéfago acunado en los ochenta hará bien en rememorar 'Link' (Richard Franklin, 1982) y 'Atracción diabólica' (George A. Romero, 1988), cuya carátula original no puede acercarse más al diabólico juguete de la película que nos ocupa.
Ya desde su rotundo prólogo, Wan y Perkins muestran no tener miedo alguno a enhebrar un humor carnavalesco, de feria de pueblo rodeada de freaks y atracciones con trampa, con el gore más festivo y desacomplejado, mirando de un lado a Lloyd Kaufman y de otro a los cómics de la E.C. El nombre de King vuelve a aparecer si recordamos las dos primeras entregas de la saga 'Creepshow', que en los 80 dirigieron George A. Romero y Michael Gornik a partir de historias de King y del propio George A. Romero. Esta primera secuencia, más que al título seminal, remite a la denostada segunda parte, y en particular al episodio 'Old Chief Wood´n head'.
Pero lo importante es la osadía de tomarse a chacota, luego veremos que no tanto, el planteamiento del relato de rey del terror, que el cineasta retuerce una y otra vez sin vergüenza, demostrando que, cuando hablamos de la muerte como eterno surtidor de sangre, la risa siempre esconde el escalofrío y el horror nos traslada de inmediato a la carcajada más negra. A partir de ahí, un empático Theo James nos sumerge en una función 'grindhouse' clandestina con ocasionales ráfagas de ácido lisérgico, en el que brilla la presencia de Tess Degenstein, y sorprenden los cameos de Elijah Wood y del propio cineasta, dispuesto a enfangarse hasta los calcetines en la oscuridad grumosa de su propio pastel de sangre.
Si el compañero Fausto Fernández tuvo a bien mentar a John Waters, y en particular, a un clásico moderno como 'Los asesinatos de mamá' (1994), en su crítica sobre la notable 'M3GAN'(Gerard Johnstone, 2022), otra hija del laboratorio de ideas y criaturas deformes de Wan, la primera y superior parte de 'The Monkey' busca su inspiración en otro Waters menos conocido pero igual de vitriólico, Daniel. Esa estructura de muertes supuestamente accidentales y sepelios tan ampulosos como ridículos debe mucho al negrísimo humor y a la sangrante crítica de 'Escuela de jóvenes asesinos' (Heathers), que Daniel Waters escribiera en 1998 para Michael Lehmann.
Su elenco de personajes secundarios, hijos de esa América Profunda tan caricaturesca como inquietante, listos para pasar por la guadaña o para cabalgar a lomos del Jinete Pálido, tampoco desmerece a cualquiera de los tronados títeres del instituto Westerburg. En el ecuador de la historia, Perkins vuelve a las raíces del relato de King, y se permite algún respiro para profundizar en dos temas que permean la obra tras su pátina de 'grand-guignol': la muerte como accidente engañoso y destino tan inexorable como la misma existencia. Una reflexión que corre pareja a su aproximación a la familia, que es sinónimo aquí de maldición, sortilegio y condena, con esos dos hermanos marcados desde el nacimiento, llamados a enfrentarse para sobrevivir y trascender, que tienen mucho que ver, en este sentido, con los de 'Scanners' (David Cronenberg, 1981).
La introducción de estos picatostes de densidad conceptual en la picadora afecta al ritmo y al tono, porque Perkins no es precisamente un maestro de la sutileza, pero su película nunca deja de ser un trepidante y corrosivo cuentakilómetros de descuartizamientos molones y cadáveres exquisitos que ríanse ustedes del de ´Premutos, el ángel caído´ (Olaf Ittenbach, 1997), en un momento en el que, tras los éxitos como las distintas entregas de la saga 'Terrifier' o 'La sustancia' (Coralie Fargeat, 2024) el gore parece haber recibido carta blanca moral en plataformas y multisalas.
Con ese galopante y excesivo clímax, queda lo que queda, lo que hay cuando Dios abandona el trono para dejarle su espacio y su cetro a la Pálida Dama: un páramo cínico y nihilista que quizá sea el que esta generación de juerguistas desencantados anhela, persigue y merece (merecemos), el sinsentido como forma de sentido tras el derrumbe de los viejos mitos (políticos, sociales, ideológicos), a través del carpe-diem revertido y pervertido de la saga ´Destino final´, el 'Pánico a la muerte ridícula' de Def Con Dos, la malsana causticidad de los Darwin Awards y el Sam Raimi más 'cartoonesco' y cavernícola. De largo, la mejor película de su director, que abre inesperadas y turbadoras ventanas a un futuro sin futuro.