La nueva cinta del portugués Miguel Gomes recoge esa vocación por las narraciones heterogéneas y encadenadas de su trilogía 'Las mil y una noches' y la combina, como ya hizo en 'Tabú', con la recreación de los imaginarios coloniales.
Por Eulàlia Iglesias
Para Fotogramas
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El 'Grand Tour' de Miguel Gomes no solo comprende un viaje geográfico y cinematográfico por una serie de países del Lejano Oriente. También supone una sublime recapitulación de las inquietudes de uno de los directores más estimulantes del cine contemporáneo. La nueva película del portugués recoge esa vocación por las narraciones heterogéneas y encadenadas de su trilogía 'Las mil y una noches' (2015), y la combina, como ya hacía en 'Tabú' (2012), con la recreación al mismo tiempo fascinada y autoconsciente de los imaginarios coloniales. Todo ello desde una cinematografía, la portuguesa, que apenas dispone de tradición propia en este campo, y a partir de un juego constante de dualidades.
'Grand Tour' se desarrolla a través de dos historias interrelacionadas, la de Edward, el funcionario colonial que avanza huyendo de su prometida, y la de Molly, la mujer que resigue sus pasos por buena parte del continente asiático. En una revisión de dos géneros cinematográficos marcados asimismo por los géneros respectivos de sus protagonistas. Edward protagoniza una película de aventuras atravesada por la melancolía que desmitifica una cierta idea de viajero occidental, una figura que aquí se define más por el miedo al compromiso que por amor a lo desconocido. Mientras que Molly, entregada a perseguir su ideal romántico, se mueve por los tempos más reposados y emocionales del melodrama.
La recreación de estos relatos de aires clásicos entra en dialéctica con los registros contemporáneos del día a día en esos países que sirven de paisaje de fondo de las tribulaciones de Edward y Molly, en una serie de escenas que plasman la resistencia de formas narrativas precinematográficas en las culturas asiáticas. 'Grand Tour' consigue resolver la paradoja de concebir un arte desde la conciencia de su naturaleza artificiosa mientras sigue invocando el poder hipnótico del dispositivo cinematográfico. En un panorama audiovisual cada vez más adocenado, Gomes nos regala una película que sigue explorando el potencial intrínseco del cine como arte. Un film que no se puede explicar del todo; solo ver, quizá soñar.
Para quienes siguen creyendo en la singularidad inalienable de la experiencia cinematográfica.