Opinión y Actualidad

La gran guerra de Rusia

Las zonas contiguas como Bielorrusia, Ucrania, Georgia y Armenia concentran las mayores tensiones geopolíticas.

19/02/2025

Por Alberto Hutschenreuter, en diario Infobae
El profesor Carlos Fernández Pardo solía decir que el mundo nunca fue un lugar seguro para Rusia. Cuando observamos los casi incesantes despliegues, intervenciones y advertencias del gran país euroasiático, no podemos no coincidir con ese aserto.

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Hace ya tres inviernos que Rusia se encuentra en guerra. Si bien en Ucrania la confrontación es directamente militar, Rusia afronta otras situaciones de intervenciones y conflictos en otras geografías del mundo y en su mismo territorio y adyacencias: desde varios sitios de África donde operan soldados y milicias rusas multifuncionales hasta la reluctancia hacia Moscú por parte del régimen de los talibanes en Afganistán, pasando por el contrapunto en Siria y la siempre amenaza de células islámicas durmientes en el Cáucaso, como así de movimientos rebeldes en las ex repúblicas soviéticas centroasiáticas, el “bajo vientre” de Rusia.

Pero es en sus zonas contiguas rojas, es decir, Bielorrusia, Ucrania y Georgia (a la que hoy se suma Armenia) donde más se concentran las aprensiones y reparos de Rusia, pues allí casi siempre existen dinámicas divergentes en las que (también) casi siempre intervienen poderes extranjeros.

La aproximación hacia sus fronteras por parte de potencias terrestres y marítimas a lo largo de su historia fue creando en Rusia un “genoma” geopolítico sensible y reactivo. En el siglo XX el país fue invadido dos veces por Alemania (en 1941 con el propósito de capturar sus recursos y someter a la población a la esclavitud) y en el siglo XXI una nueva “marcha hacia el este”, esta vez por parte de la OTAN, llevó a Rusia a movilizarse militarmente para evitar lo que podría haber sido el último acto de victoria occidental en la Guerra Fría: sumar a Ucrania a la Alianza para, de esta manera, vigilar y contener a Rusia en y desde su misma frontera.

De modo que aquello que sostiene el estadounidense Stephen Kotkin en relación con la existencia de un hábito expansionista irrefrenable por parte de las autocracias rusas a través del tiempo, la “geopolítica perpetua”, es, en parte, discutible. Cuando un país se halla protegido por barreras geográficas, por ejemplo, Estados Unidos, el ejercicio del “pluralismo geopolítico”, es decir, el respeto a la soberanía de los países contiguos (con los que generalmente antes se realizaron los necesarios “ajustes” geopolíticos) se vuelve algo casi corriente. Pero cuando un país, como Rusia, no dispone de grandes barreras naturales, limita con casi una veintena de países y siempre hay poderes externos acercándose a sus fronteras, el ejercicio de pluralismo geopolítico es una opción altamente riesgosa.

Se podría decir que la situación o trayectoria política-territorial en Rusia, es decir, las conquistas territoriales, los desafíos provenientes del exterior y el interior, la lucha por gestionar las distancias, el encierro, etc., ha sido una guerra perpetua. Casi se podría escribir la historia de Rusia desde la geopolítica terrestre.

Pero más allá de la “larga lucha territorial” rusa, hay otra guerra, una gran guerra que todavía no ha ocurrido y es la que aguarda. Se trata de una guerra impostergable: la de Rusia con sí misma, es decir, la “guerra” que debe llevar adelante para transformarse de un gran poder en una gran potencia cabal, completa. En pocos términos, la “guerra” que convierta a Rusia en un poder grande, rico y estratégico, condición que hoy solamente reúne Estados Unidos, seguido un poco más atrás por China.

Rusia es grande y rica, sin duda, pero le falta ser integralmente estratégica, es decir, construir poder en todos sus segmentos, no solamente en el estratégico-militar-nuclear, energético, espacial y cultural, en los que es un poder preeminente, sino en el comercial, tecnológico, financiero, monetario, digital, biogenético, etc.

Si echamos una mirada a algunos indicadores y datos de Rusia, podremos concluir que hay una considerable distancia entre ser un gran poder y ser una gran potencia integral: por caso, según datos del FMI, la economía rusa se halla en el puesto 11° (al inicio de la década se encontraba en el 5° lugar), y podría descender más para 2028; de acuerdo al Global Innovation Index 2024, Rusia aparece en el puesto 59°; en cuanto a la esperanza de vida, en Rusia la misma es de 72 años, muy por detrás de los 15 primeros; finalmente, si bien Rusia ha impulsado un modelo para competir con ChatGTP, según la lista de países elaborada por el Instituto de Inteligencia Artificial de la Universidad de Stanford, en 2024 Rusia no se encontraba entre los 12 primeros países líderes en inversión, investigación y desarrollo en IA.

Se trata de cifras que no se relacionan con la muy alta viabilidad y desarrollo relativo del país-continente. Es por ello que Rusia debe encarar su modernización, pero lo debe hacer independientemente del buen precio por el que puedan atravesar sus principales productos de venta, gas, petróleo y minerales, el eterno “factor GPM” de la economía nacional.

En gran medida, los precios altos siempre fueron el obstáculo y el ancla de Rusia para modernizarse, tanto en tiempos soviéticos como en la Rusia actual. Asimismo, las posibilidades de que la modernización tenga correlato político también puede considerarse un problema. Sin embargo, China lleva cuatro décadas de construcción de “poder agregado” sin que ello haya tenido consecuencias en el sistema autocrático. Más todavía, la modernización china no solo no amenazó dicho sistema, sino que el régimen represivo de mercado evolucionó hacia un sistema de control total-digitalitario.

El problema en Rusia reside en que si el régimen se cierra más sin proporcionar alivios y ganancias económicas a la sociedad, es posible que la sociedad se rebele cada vez más. Es decir, el régimen se quedaría sin el último recurso de legitimidad relativa. En China el “pacto” ha funcionado, más allá del fuerte centralismo, y hoy la clase media asciende a 400 millones de chinos.

Rusia sabe sobre su déficit de modernización y por ello no hace mucho ha intentado pasos hacia ella. Durante la presidencia de Medvedev, tras un largo ciclo de bonanza en materia de precios de las materias primas, Rusia pareció que acometería la colosal tarea de modernización nacional. En noviembre de 2009 se lanzó un proyecto que abarcaba cinco áreas: uso eficiente de la energía; tecnología nuclear; tecnología de la información; tecnología médica; y farmacéutica.

Por diferentes razones, se avanzó muy poco en ese ambicioso proyecto. Pero cuando Putin volvió al poder se plantearon proyectos para evitar el aislacionismo tecnológico digital de Rusia y, como señala el experto Justin Sherman en un excelente estudio de 2024, evitar la deriva de Rusia hacia la dependencia digital de China. De allí las interesantes iniciativas lanzadas por el presidente ruso en 2014 y 2016 para hacer de Rusia un polo tecnológico de escala.

Sin embargo, cuestiones relativas con corrupción, clima internacional, ineficiencia, desconfianza hacia las redes globales, etc., llevaron a obtener pocos resultados e incluso, como señala Sherman, el gasto del cuatro por ciento sostenido del PBI hasta 2035 no resultó posible.

Ciertamente, la guerra comprometió los proyectos e iniciativas, quedando Rusia, una vez más, con la asignatura de modernización pendiente.

Por supuesto que Rusia no es una “gran gasolinera” ni un “país fósil”, como peyorativamente sostienen en Occidente, para referirse a su condición o estructura económica.

Se trata de un gran poder, de un actor estratégico de orden internacional (pues resulta impensable lateralizar a Rusia en la construcción de un orden). Pero si Rusia pretende ser un strategic player en el tablero internacional del siglo XXI, como lo son hoy Estados Unidos y China, deberá dirigirse más allá de su estatus de superpotencia nuclear, energética, geopolítica y estratégica militar, y convertirse en un actor preeminente completo, cabal, extenso, es decir, líder en aquellos segmentos duros de poder, pero también líder en aquellos segmentos dúctiles de poder.

Es la “gran guerra” de Rusia en el siglo XXI. Pues si no la emprende y no alcanza una categórica victoria en ella, continuará siendo un gran poder, sin duda, pero, como advertía el experto ruso Georgi Arbatov en los años noventa, será un mero exportador de materias primas a los actores post-industriales.