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Opinión y Actualidad

La escalada en la batalla cultural de Milei y el espejo kirchnerista

El Presidente acaba de abandonar la prudencia inestable con la que mantuvo cerca a los votantes menos leales que contribuyeron a su triunfo en el balotaje de 2023.

28/01/2025

Por Luciana Vázquez
Para La Nación

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Enero termina cargado de preguntas. Interpelan a Javier Milei y sus sueños de una Argentina tan libertaria como duradera. También, a Mauricio Macri, a la supervivencia de su legado y al votante modelo 2025 y sus preferencias electorales ahora que la inflación va a la baja. La primera cuestión es: ¿por qué Milei hizo salto de garrocha récord en el paseo global que lo llevó desde la asunción presidencial de Donald Trump a Davos para escalar directo, de un solo envión, en la batalla cultural recargada? En Davos 2024, Milei no mencionó ni una sola vez la palabra “woke” y la cultura woke como referencia de su argumento tuvo un papel realmente menor. En Davos 2025, en cambio, el eje central de su discurso fue antiwoke y la noción de “wokismo enfermizo” apareció enseguida en su alocución, transcurridos tan sólo 3.33 minutos. Hubo catorce menciones de “woke” o de “wokismo”, siempre de manera condenatoria, en un discurso de 29.52 minutos.

Ese salto cualitativo es curioso y relevante. Y evidente. Y temprano: a apenas trece meses de haber asumido, Milei y su círculo de decisión cambian su estrategia justo en año electoral. Milei acaba de abandonar la prudencia inestable con la que mantuvo cerca a los votantes menos leales que contribuyeron a su triunfo en el balotaje de 2023, que no querían saber nada de dar marcha atrás con el aborto, o de reivindicaciones cuestionables de las concepciones de la última dictadura o de una agenda cultural demasiado reaccionaria en cuestiones de género y de minorías de todo tipo. Hoy, el panorama es otro.

Aunque ambos discursos de Davos causaron extrañeza y fueron un cimbronazo para los estándares aceptados en ese foro, las batallas culturales que dio Milei en enero del año pasado, y la que libró hace pocos días, después de un año de gestión, muestran matices significativos. En 2024, en un discurso de 3300 palabras y 22.48 minutos de duración, la palabra “woke” o sus derivados no tuvieron lugar: cero, ni una sola vez. Y las referencias al feminismo radical aparecieron recién en el minuto 16.33, cuando ya había transcurrido el 70% de su discurso. Fueron palabras suaves comparadas con las que se escucharon este enero: “En lo único que devino esta agenda del feminismo radical es en mayor intervención del Estado para entorpecer el proceso económico, darle trabajo a burócratas que no le aportan nada a la sociedad, sea en formato de Ministerios de la Mujer u organismos internacionales dedicados a promover esta agenda”.

En aquel enero de estreno mundial, Milei se concentró en las virtudes del capitalismo de mercado y de libre empresa y su éxito para crear riqueza y salir de la pobreza. Fustigó al “socialismo” y al “colectivismo”, mencionado en varias ocasiones, que amplían la intervención del Estado y crean pobreza. Cuestionó a la “justicia social” y las distorsiones que le adjudica, perjudiciales para el capitalismo, y puso a la Argentina como ejemplo de todo esos males.


En este Davos 2025, en un discurso que duró 29.59 minutos y tuvo 5000 palabras, la cultura woke fue el blanco único: “wokismo enfermizo”, “la agenda siniestra del wokismo”, “el virus mental de la ideología woke”, wokismo como “ideología aberrante”, “el wokismo, un régimen de pensamiento único”. Entre este posicionamiento antiwoke y su posicionamiento procapitalista de 2024, sin embargo, hay un puente: en la versión actual de su batalla cultural, el wokismo sintetiza una matriz cultural que pone en el centro a un Estado cada vez más grande: “El wokismo no es ni más ni menos que un plan sistemático del partido del Estado para justificar la intervención y el aumento del gasto público”, dijo Milei en el último Davos.

El antiwokismo más feroz lo llevó al pasaje más cuestionado de su discurso, cuando deslizó una asociación reprochable entre homosexualidad y pedofilia: una línea argumental con salto lógico errado, centrado en tomar un caso como la representación de un todo que deriva en la estigmatización de una minoría de género y la sobresimplificación de cuestiones que demandan un lenguaje preciso y un razonamiento impecable. También hubo una mención brutal en contra del aborto, algo nuevo también en la rutina de Davos, cuando vio en el wokismo a “los principales promotores de la agenda sanguinaria y asesina del aborto, una agenda que va a destruir a la Tierra”. La escalada de la batalla cultural tuvo, además, otro salto más todavía con el anuncio del Gobierno de institucionalizar su guerra antiwoke dando marcha atrás con parte de la legislación que protege a las minorías de género.

En su discurso, Milei produjo una asimilación demasiado rápida y brutal entre cultura woke, cultura de la cancelación y sensibilidad con las minorías y los derechos sexuales y reproductivos de las personas en general, y de las mujeres en particular. En ese punto, su contrato electoral con los votantes del balotaje entra en zona de riesgo: el 20% de votos derivados de Juntos por el Cambio, sobre todo del macrismo, hacia Milei tiene un oído sensible a las minorías como derivado de una posición de tolerancia republicana. Ese perfil de votante puede oponerse a la dimensión más cancelatoria de la cultura woke, con el vigilantismo retórico en cuestiones de lenguaje o la imposición ideológica más polémica en las escuelas y en la infancia, pero es favorable a las libertades consentidas entre adultos.

¿Por qué Milei avanzó con tanta fiereza sobre esas concepciones? En Davos, Milei dio una respuesta posible al editor de Bloomberg, John Micklethwait, que planteó los riesgos de la elección de 2025. Milei dejó claro la necesidad de una batalla cultural: “Hay otro elemento fundamental, lo que nosotros llamamos ‘la batalla cultural’. A usted no le alcanza con los logros económicos, no le alcanza con los logros políticos. Si la sociedad no comprende que el camino de la prosperidad es abrazar las ideas de la libertad tendrá un gobierno, dos gobiernos, tres pero tarde o temprano eso se va a perder”.

¿En qué batalla cultural piensa Milei? En Davos 2024, se centró en la económica. En 2025, en la antiwoke. ¿En esa escalada de conflictividad cultural hay riesgos para la sostenibilidad de una Argentina subida con consistencia al carril de la revolución económica de corte racional, no importa quién gobierne? O en versión Milei, ¿se puede llegar desde ahí a la plena realización de la Argentina de las reformas de tercera generación con las que sueña Milei? ¿Milei la está viendo o la batalla cultural sobregirada pone en riesgo en el mediano plazo la continuidad de esa racionalidad capitalista?

La segunda cuestión aplica a la sociedad argentina. Al menos al votante antikirchnerista que votó a Milei para protegerse de Massa y la matriz cultural económica del kirchnerismo. ¿Cuánto pesará esta escalada en el apoyo del votante menos fiel y más táctico de Milei, ese que en 2023 era macrista en sentido amplio o radical de centroderecha, es decir, de Juntos por el Cambio, y votó por la batalla cultural económica en el balotaje, aunque no le gustara Milei, y ahora, a un año nada más, Milei le amplía el menú de la guerra que libra? Este año electoral estará atravesado por esa pregunta: así como el votante kirchnerista fue capaz de minimizar el impacto de la corrupción política, ¿cómo se comportará el votante antikirchnerista cuando Milei se vuelve enemigo de principios que defiende?

La tercera cuestión alcanza a Macri, y por derivación, a Milei. ¿Cómo hará Pro para sostener su identidad liberal republicana si no se diferencia de la identidad libertaria conservadora, y cada vez más antiliberal, del Gobierno? Una cuarta cuestión es: ¿fue la batalla cultural el factor clave que permitió sostener al kirchnerismo en el poder? Milei y los mileístas creen que sí: que la batalla gramsciana es inevitable. Pero el kirchnerismo tuvo otra cosa que no tuvieron ni Macri ni tampoco tiene Milei: una infraestructura societaria familiar con herederos naturales que permitió la continuidad en el poder y la centralidad en el armado ideológico partidario. La muerte de Néstor Kirchner debilitó esa continuidad. El kirchnerismo fue una power couple con décadas en políticas dispuesta a transformar la alternancia democrática en una sucesión monárquica. El triunfo relativo de la batalla cultura kirchnerista no se entiende sin esa estructura político familiar: el kirchnerismo careció del problema de sucesión, hasta que ese problema llegó. Alberto Fernández no fue una buena solución. Tan claro fue eso que a pesar de muerto el rey, Kirchner, Cristina Kirchner pudo asumir ese lugar. Milei carece de ese andamiaje.

Aunque Karina Milei lleve el apellido de Milei, todavía no está clara como opción electoral. De hecho, la posibilidad de una Karina Milei compitiendo en las elecciones legislativas de 2025 se aleja, al menos por el momento.

Por eso mismo, si Milei quiere continuar su legado, el mecanismo es otro. A Milei sólo le queda el matrimonio con Macri y sus votantes. Pero el anillo de boda viene en la cajita de la economía racional, no en el de la guerra antiwoke.

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