El saludo nazi del millonario tecnofeudal Elon Musk y el mensaje en su defensa que emitió Javier Milei resultan tópicos de un mundo occidental con guerras racistas, con la furia antiinmigratoria que busca chivos expiatorios para explicar su decadencia y con las declaraciones expansionistas de Donald Trump para Canadá, México, Panamá y Groenlandia.
Por Luis Bruschtein
Para Página 12
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Elon Musk no piensa en Hitler, y si lo hace, seguramente lo desprecia por perdedor. Pero sí sabía lo que hacía, sabía que ese saludo era de los nazis. Y le importó un pepino cuando, al terminar su discurso, evidentemente sobreexcitado, se golpeó el pecho y extendió el brazo derecho. Hizo el saludo nazi, no porque él sea nazi, sino porque le importa un pepino lo que digan. Fue una forma de decir que es el dueño del mundo y que hacía el saludo porque le daba la gana.
De paso quedaba bien con sus simpatizantes neonazis de Alternativa por Alemania y en general con la ultraderecha que se opone a los gobiernos europeos que han impulsado la Ley de Servicios Digitales que tiende a regular las redes sociales infestadas de discursos de odio, trolls, noticias falsas, empresas de apuestas, pornografía y estafas.
Este hijo y nieto de millonarios sudafricanos —propietarios de minas de diamantes en Sudáfrica— se convirtió en ídolo del mundo desigual y bizarro al que aspira Javier Milei y también es el principal socio de la principal potencia occidental. El presidente argentino, que juega en otras ligas, salió en defensa de su ídolo, y lo hizo con el mismo tono violento y amenazador que usan Trump y Musk.
Musk podría ser lo que fue el barón Thyssen, pero de Donald Trump en vez de Hitler. Los discursos de Trump han sido expansionistas y racistas como cuando dijo que los inmigrantes mexicanos se comían las mascotas de los norteamericanos. Y aunque tiene a las grandes corporaciones tecnológicas como ejército de ocupación y control, tampoco saca el dedo del gatillo, con acuerdos militares en puntos estratégicos y más de 600 bases en todo el mundo.
Llamar hijos de puta a todos los zurdos y advertirles que tiemblen porque millones de derechistas los irán a buscar hasta el último rincón del planeta, tiene un parentesco con ese brazo en alto con la palma extendida hacia abajo. Y si Musk hace recordar al barón Thyssen, Milei es el reflejo de los líderes europeos que pidieron y se alegraron cuando Alemania invadió sus países. Alguno fue juzgado en Nüremberg, y a otros nadie los quiere recordar o disfrazan sus biografías.
Milei no califica de zurdos solamente a la izquierda tradicional, sino a todos los que no tienen un pensamiento elitista y conservador. La idea de justicia social es cosa de zurdos, aunque su promotor haya sido el peronismo. Zurdos hijos de puta son todos los que no lo votan, los que aspiran a una salud pública de calidad, a una educación pública de excelencia o simplemente creen que corresponde una jubilación justa para los adultos mayores que han trabajado toda su vida.
También se dice que estas exageraciones violentas constituyen una forma de comunicar. Y que después, esa violencia discursiva no se traduce en hechos. Dan el ejemplo de uno de los troles que trabajan para el gobierno que insultó a un pibe rapero que viajaba en el mismo avión. El pibe lo identificó y lo encaró. El troll se fue al mazo porque en el fondo son personas con problemas que se envalentonan en las redes con sus avatares de luchadores invencibles.
Un troll puede ser un tipo con problemas, cobarde y acomplejado, pero genera un clima violento y muchísimo más un jefe de Estado como Milei. A eso hay que multiplicarlo por un millón si se trata del dueño de una plataforma con millones de seguidores. Y por otro millón, cuando se trata del presidente de un país con el ejército más poderoso del planeta.
Los discursos de odio de las redes y de los políticos reaccionarios llevaron en la Argentina al intento de asesinato de Cristina Kirchner. El discurso violento puede generar un discurso defensivo también violento, lo cual prefiguraría otro baño de sangre. Y en eso, la sociedad argentina tiene que estar agradecida a la expresidenta que no respondió con un discurso de venganza y sólo reclamó justicia.
El argumento de que esa violencia de las redes no se transmite a la realidad no es cierto. Siempre tiene su correlato en la realidad. De una forma o de otra. Si el discurso es violento, la práctica también lo será. Vivimos en un país cada vez más violento, en un mundo cada vez más violento, del cual forman parte esos discursos de odio.