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Opinión y Actualidad

Crítica de "Hombre Lobo"

Leigh Whannell nos regala su mejor aportación como director, guionista y amante del fantástico al género con esta película escrupulosa y revolucionariamente clásica, protagonizada por Christopher Abbott y Julia Garner.

20/01/2025

Por Fausto Fernández
Para Fotogramas

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A poco que lo piensas, la licantropía en el cine ha sido siempre la historia, el drama trágico entre padres e hijos. Tragedia que incluso puede convertirse en comedia: el secreto familiar que descubría Michael J. Fox en 'Teen Wolf'. Pero en una gran mayoría de los casos, y cuanto más nos alejamos en el tiempo (en el nitrato de plata del celuloide) y más nos acercamos a los clásicos, la huella dolorosa de la herencia/maldición paternofilial se revela capital (y consideremos clásica a la versión de Joe Johnston con Benicio del Toro y Anthony Hopkins, 'El Hombre Lobo') y la verdadera clave de la horrible transformación de un hombre bueno en una bestia sedienta de sangre. Estaba en la seminal 'El Hombre Lobo' de los años 40 y la Universal, con un Lon Chaney Jr. que inspiraba lástima y piedad, y que sumaba a su conversión en lobo el peso de ser el hijo que defraudaba a su padre, Claude Rains. Y estaba en la hammeriana 'La leyenda del Hombre Lobo', de Terence Fisher, donde la sangre del padre (rico, déspota) afectaba a su bastardo, interpretado por Oliver Reed.

'Hombre Lobo', quizás la mejor aportación como director, guionista y amante del fantástico de Leigh Whannell al género, es escrupulosa y revolucionariamente clásica, un voluntario eco a los largometrajes de la asimismo aquí productora (con la "bastarda" Blumhouse en el alumbramiento del film) Universal, en especial al de George Waggner. Además del encantador guiño a Jack Pierce en el nombre del camión de mudanzas en el cual viajan los tres miembros de la familia protagonista, y en el extraordinario maquillaje (artesanal) que convierte paulatinamente (también es de felicitar que la película, y Whannell, dosifiquen esa metamorfosis y jueguen con las sombras a la hora de hacerlo) al padre en un monstruo. Y es que es eso, otra vez es la tragedia de un padre (unos padres… y una madre que siente celos de ese padre y de la relación estrecha con su hija) que ama a su familia, que moriría antes de hacerles daño y que lucha por reprimir los impulsos animales sanguinarios.

Legado de sangre, por supuesto, y la sangre está presente en toda esta reformulación del mito extraordinaria que Leigh Whannell (y su esposa en el guión) ha hecho en 'Hombre Lobo': en las heridas, en los ataques rabiosos que el director filma de una manera elegante, sin ahorrarnos el esperado sobresalto, y en la infección que recorre las venas del licántropo. En este sentido, Whannell hace algo novedoso (y lo plasma visualmente de una forma original) dentro de su devota aceptación de las reglas básicas del género: nos introduce en el interior del hombre lobo, en su cruel aislamiento del mundo (humano) real, la imposibilidad de comunicarse con sus seres queridos (salvo con su hija por un breve instante en ese juego entre ambos de leer la mente, que es un guiño a la gitana pitonisa del largometraje de 1940), y cómo ese otro universo, esa otra realidad que es la del bosque, la atávica Naturaleza misma, se abre ante sus ojos y sentidos, acogiéndole en una nueva dimensión, casi como sucedía al final de otro clásico del fantástico producido por la Universal: 'El increíble hombre menguante'.

'Hombre Lobo' no necesita casi escenarios o personajes para devolvernos la reflexión alrededor de que hay algo oscuro, fuera o en nuestro interior (y la de Whannell es una película de interior, de interiores, y oscura, literalmente), que nos puede convertir en lobos, en los depredadores de aquello y aquellos a quienes queremos. Convertirnos, a nuestro pesar y por mucho que sobreprotegemos a nuestros hijos, en sus verdugos. Una idea, la del Mal que ha sido o es el ser amado (o que fue amado), presente ya en la anterior relectura de otro de los iconos del fantastique (Universal): 'El Hombre Invisible'.

'Hombre Lobo' es nuevamente un padre y un hijo, un vínculo de sangre y de amor que derramará sangre y que tendrá al amor como bala de plata sacrificial. Es, sin ninguna duda, un título grande en el terror (y es una película de terror buenísima), tan epidérmica como 'La mosca', de David Cronenberg, a la cual debe mucho, y con una imagen absolutamente perturbadora, la del infectado protagonista calmando sus instintos animales y homicidas alimentándose de su propia emponzoñada carne. El Joe D'Amato de 'Gomia, terror en el Mar Egeo' jamás habría imaginado ser citado en un producto Universal mainstream.

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