El pueblo reclama democracia y libertad, Maduro responde con balas y represión.
Por Constanza Mazzina
Para Clarín
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La contundente derrota de Nicolás Maduro en las elecciones realizadas en 2024 tuvo, por parte del régimen, una reacción esperada: el flagrante fraude y la represión masiva.
Miramos cómo, una vez más, un gobierno autoritario avanzaba sobre la ciudadanía sin reparos, no sólo persiguiendo, desapareciendo, encarcelando, torturando a los opositores de ese régimen atroz, sino a todo ciudadano que quisiera defender el resultado de unas elecciones, que a pesar de haber hecho todo tipo de fechorías fraudulentas, el gobierno perdió.
El pueblo pedía democracia y libertad, Maduro contestó con balas y represión. Las mentadas organizaciones de derechos humanos, presidentes, académicos y periodistas de izquierda, jamás levantaron sus voces para denunciar, criticar o acusar a un gobierno del que son cómplices, en los negocios y en sus crímenes.
Así, fuimos testigos del avance de los gobiernos autoritarios. En los últimos meses de 2024 vimos cómo los regímenes de Cuba, Venezuela y Nicaragua cerraron aún más el espacio de contestación pública con más detenciones arbitrarias, presos políticos -incluyendo torturas físicas y psicológicas-; la persecución sistemática y el encarcelamiento -incluso desaparición- de opositores.
Mientras tanto, muchos líderes de la región observan impávidos estos sucesos. Lamentablemente, en esa lista son muchos, y no pocos, desde Lula Da Silva a Petro, y otros ex mandatarios como Pepe Mujica de Uruguay o Andres Manuel López Obrador. Mientras tanto, la España de Pedro Sánchez mantiene una actitud dolosa.
No es ya noticia el desencanto con la democracia y su retroceso, pero la izquierda latinoamericana -incluso europea- no se ha hecho cargo de sus fracasos. Y es incapaz de entender y procesar por qué pierden en las urnas. Incluso, cuando pierden acusan a los gobiernos democráticos resultantes de ser “de derecha” o “dictaduras”. Pero, ni antes ni ahora, han podido levantar la voz frente a las dictaduras de izquierda que nos asolan. Cuba sigue siendo un paraíso del que no logran explicar por qué la gente quiere huir.
Cuando preguntan cómo se define una autocracia, la respuesta es sencilla: por la autoinvestidura, los autócratas se dan el poder a ellos mismos. Eso es lo que ha ocurrido y ocurre con Maduro. No recibe el poder del pueblo ni del Parlamento, sino de sí mismo.
El apoyo que muchos han brindado a Maduro -que se apresta a asumir otro mandato de origen espúreo-, enviando embajadores a su acto de asunción, en una táctica para no romper relaciones sin mostrar su abierta complicidad, está a siglos de distancia de la diplomacia pro-democrática de los años ‘80 y ‘90 que recorría las venas de América Latina. Al lado de ellos, quienes para referirse a Edmundo González Urrutia lo llaman “líder de la oposición” cuando es el presidente electo. Sí, Presidente electo.
¿Hay luz al final del camino? Claro. Como decía Vaclav Havel, “la esperanza no es la convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene sentido, sin importar cómo resulte”. Dejo estas últimas palabras para expresar mi completa admiración por esos líderes -como Mandela, como Navalny- que están dispuestos a dar la vida por la libertad.