X
Opinión y Actualidad

Entre lo mejor y lo peor

Si sacáramos lo mejor de nosotros, otro sería el mundo.

08/01/2025

Por Alina Diaconú
Para Clarín

HACÉ CLICK AQUÍ PARA UNIRTE AL CANAL DE WHATSAPP DE DIARIO PANORAMA Y ESTAR SIEMPRE INFORMADO

“El único símbolo de superioridad que conozco es la bondad”. Ludwig van Beethoven

Jean Jacques Rousseau decía que el hombre nacía bueno y que la sociedad lo envilecía. Lo cual siempre me resultó cuestionable, ya que, ¿cómo podía aplicarse esta teoría a la crueldad que, tan frecuentemente, acompaña el comportamiento de los niños?

Por otra parte, esta idea también se contrapondría con la alegoría del Génesis, donde Dios planta el Árbol del Bien y del Mal, prohibiéndoles a Adán y Eva probar el fruto. Por contradecirlo, además de conocer el pecado (la manzana), el hombre es echado del Paraíso, perdiendo así su inmortalidad.

Quiere decir, entonces, que el ser humano lleva la bondad y la maldad, incorporadas a su esencia. Esa es la moraleja de la Biblia y, –como me decía Cioran en nuestra primera conversación del año 1985- eso es importante, significa que “el hombre está viciado desde el origen”.

Zoroastro ya hablaba de “las fuerzas del Bien y del Mal”. Sócrates y Aristóteles también coincidieron en equiparar el Bien con la verdad y el Mal con la ignorancia. Tras lo cual, más allá del sentido moral, Vicio-Virtud, el Mal sería, sobre todo, la resultante de un oscurantismo cognitivo .

¿A qué vienen todas estas disquisiciones? Me surgieron en estos días de Fiestas, a raíz de la enorme cantidad de mensajes recibidos y de buenos deseos, donde el amor, la generosidad y el altruismo desbordaban a través de palabras, imágenes, llamadas.

Sentí como una avalancha de afecto y de buenos sentimientos, brotando del corazón de amigos, conocidos y desconocidos, de aquí y del exterior.

Como si, por unos días, el mundo hubiese transformado su energía. (Según la física cuántica, todo lo existente, nosotros incluidos, somos eso: energía.)

En esos días festivos, parecíamos todos buenos. Era como si la maldad hubiese desaparecido. Y recordé a aquel investigador japonés, Masaru Emoto (1943-2014) que impresionó al mundo con su revolucionario libro “Mensajes del Agua”, presentando una teoría muy singular: sostenía que los pensamientos y emociones humanas, al ser formas de vibración, modificaban la estructura molecular del agua. Tomó fotos de agua congelada , las amplió y llegó a la conclusión de que las palabras y los sonidos referidos a bondad y belleza en contacto con el agua ,hacían que los cristales se vieran bellos y armónicos. Y , en cambio, adoptaran estructuras y formas caóticas ante los mensajes desagradables y negativos.

Si el agua se comporta así, el planeta entero y nosotros, que somos 70-80% agua- afirmaba Emoto, deberíamos reaccionar de igual modo.

Volviendo al tema de las Fiestas, como siempre ocurre, no todas fueron rosas, Papás Noel, estrellas, brindis y Reyes Magos. Los noticieros mostraban, a la par, episodios de violencia escalofriantes en distintos puntos de la Provincia de Buenos Aires.Y también en Capital. Accidentes de autos y motos, peleas, heridos, una alcoholemia que fue –según decían- la más alta del mundo.

Y, lo más triste de todo, para mí y para muchos, fue la muerte de Jorge Lanata, el 30 de diciembre.

El fin de año se convirtió así en un velorio, en un duelo , en un funeral. Perdimos al más grande y audaz de los periodistas argentinos, maestro de maestros. Un buscador de Verdad, un auténtico investigador de fraudes, mentiras, corrupción y de lo peor que se ocultaba entre las bambalinas del Poder.

Ver a tanta gente queriendo despedirse de sus restos, cantando el Himno Nacional y llevando carteles con las palabras “Gracias, Jorge”, también me confirmó las ideas que esbocé en el inicio de esta nota.

Todos albergamos en nuestro interior, bondad y maldad. Pero la magia de las Fiestas y la muerte de un periodista argentino irreemplazable hacían que gran parte de la sociedad se enfocara en la gratitud, en el afecto, en la emoción y en lo mejor de sí. Exhibía su lado más elevado, más sensible y sentimental, más empático.

¿Qué pasaría – me pregunto- si ese fenómeno ocurriese no una semana al año, sino todos los días? Si todos los hombres (y mujeres) del mundo “se dieran la mano” (como se titulaba aquella estimulante película de Christian-Jacque en los años’50)? ¿Si se creara una cadena planetaria de solidaridad? ¿Si todos sacaran lo mejor de sí y no empoderaran a sus demonios?

No habría guerras, ni torturas, ni crímenes . No habría competencias despiadadas, ni discriminaciones, ni codicias, ni grietas, ni maniqueísmos. En el pasado, no hubiesen existido Caín y Abel, ni Auschwitz ni Hiroshima, ni las purgas stalinistas. ¿Y las guerras actuales y las injusticias y los inquietantes usos de la tecnología y las manipulaciones oscuras?

Martin Luther King dijo que la historia del hombre era justamente el relato de la lucha entre el Bien y el Mal. Ya Juvenal, en el siglo I, afirmaba que “Ninguna persona mala es feliz”.

Si sacáramos lo mejor de nosotros, otro sería el mundo. Nuestra vida sería como si el tema Imagine de John Lennon se hiciera realidad. O el “What a Wonderful World” cantado por Louis Armstrong, una certeza. El filósofo francés Ernest Renan escribió: Nada grande se hace sin quimeras. Lo creo. ¿El reto? Apuntar siempre a lo mejor, porque todo es utópico hasta que deja de serlo.