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Opinión y Actualidad

“Perspectiva 2025 en los mercados globales”

2024: el año que descolocó las previsiones. Para entender qué llevó a que los pronósticos oficiales se quedaran cortos, conviene revisar los principales factores que impulsaron la actividad económica.

Hoy 08:24

Por Pedro Chavez Atia (*), para Diario Panorama
Cuando el año 2024 inició, los principales analistas y organismos oficiales —desde la Reserva Federal (Fed) hasta el Congressional Budget Office (CBO) — coincidían en señalar que la economía de Estados Unidos avanzaría con lentitud. Pronosticaban un crecimiento apenas superior al 1,4% o 1,5%, reflejando los temores de que la política monetaria más estricta y una inflación elevada socavarían la demanda interna. Sin embargo, al cierre de 2024, la sorpresa fue mayúscula: el Producto Bruto Interno (PBI) subió alrededor de 2,7%, quedando muy por encima de estas estimaciones iniciales.

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Para entender qué llevó a que los pronósticos oficiales se quedaran cortos, conviene revisar los principales factores que impulsaron la actividad económica. Por un lado, el consumo privado se mantuvo como el gran sostén de la demanda interna, apoyado en una mejora de salarios y en un mercado laboral que, pese a los augurios de deterioro, se mantuvo con una tasa de desempleo inusualmente baja. Por otro, la inflación, si bien persistió por encima de las metas de la Reserva Federal, no escaló de forma descontrolada gracias a la debilidad de la manufactura y a la caída de los precios de bienes duraderos, que actuaron como ancla desinflacionaria.

De igual manera, la política monetaria, tras un período de endurecimiento en 2023, dio algunas señales de flexibilizarse a medida que la inflación de bienes se moderaba y el crecimiento del empleo continuaba de forma vigorosa. Esa postura, un tanto más complaciente de la Reserva Federal, terminó de apuntalar un escenario de consumo robusto que, en conjunto con la fortaleza del sector servicios, empujó la tasa de crecimiento por encima de lo que los mismos funcionarios de la Fed proyectaban.

En paralelo, no se deben soslayar factores internacionales: la energía, particularmente el petróleo y el gas, registraron precios más bajos de lo previsto, aliviando costos logísticos y de producción. Todo este panorama generó un 2024 que pocos habrían imaginado tan positivo en materia de crecimiento, aunque, por supuesto, dejó abiertas numerosas preguntas sobre la sostenibilidad de este ritmo de expansión, máxime cuando el déficit fiscal estadounidense se mantiene en niveles muy altos y la inflación permanece por encima del objetivo oficial.

De cara a 2025, el escenario se complica. El triunfo electoral de Donald Trump, quien asumió un segundo mandato de forma arrasadora, introduce elementos de alta incertidumbre en lo comercial, en lo migratorio y en la relación con la Reserva Federal. Aun así, muchos inversores siguen confiando en la “excepcionalidad” de la economía estadounidense, con la convicción de que continuará creciendo por encima de su potencial. Este texto examina los factores que podrían sostener dicha excepcionalidad, pero también los focos de riesgo que podrían truncarla.

Antecedentes históricos: similitudes y diferencias con otras etapas
Para comprender el momento actual de la economía de Estados Unidos, resulta útil contrastarlo con otros capítulos de su historia reciente. Uno de ellos es la etapa posterior a la crisis de 2008. En aquel momento, la contracción económica obligó a la Reserva Federal a implementar políticas monetarias ultralaxas (Quantitative Easing), y el gobierno puso en marcha planes de estímulo que sostuvieron la demanda interna. El crecimiento que siguió fue moderado, pero sostenido, cimentado en la recuperación del mercado inmobiliario y la reestructuración bancaria.

La diferencia con la situación de 2024-2025 radica en que hoy la inflación se encuentra en un plano superior y la economía no proviene de una recesión sistémica, sino de un auge pospandemia que impulsó la demanda de bienes y servicios de forma abrupta desde 2021.

Tampoco es comparable con los años setenta, cuando la estanflación —alta inflación y bajo crecimiento— reinaba en buena parte del mundo desarrollado, al compás de las crisis petroleras de 1973 y 1979. Si bien la palabra “pegajosa” se utiliza con frecuencia para describir la inflación actual, esta se ubica lejos de los picos que obligaron a la Fed, bajo Paul Volcker, a subir las tasas por encima del 15% a comienzos de los ochenta.

Otra analogía que se suele emplear es el boom tecnológico de finales de los noventa, impulsado por las “puntocom”. En aquel entonces, un mercado laboral sólido, una inflación controlada y la euforia por las nuevas tecnologías de internet se tradujeron en un mercado alcista prolongado, hasta que la burbuja puntocom estalló en el año 2000. Hoy el furor parece concentrarse en la inteligencia artificial (IA), la robótica y la nube, focalizado en unas pocas empresas gigantes (las llamadas “Magnificent 7”), lo que genera temores sobre la concentración y la aparente desconexión de la bolsa con algunos indicadores fundamentales.

Lo que sí se extrae de la historia es que Estados Unidos ha demostrado tener una notable capacidad de adaptación a escenarios complejos, combinando políticas fiscales y monetarias de forma pragmática, con un tejido empresarial proclive a la innovación. En 2025, esa innovación se centra en la IA y la reconfiguración de cadenas de valor (reshoring, nearshoring) que busca reducir la dependencia de China e impulsar la manufactura local. El interrogante es si los riesgos fiscales y políticos no terminarán saboteando esta aparente robustez económica.

El segundo mandato de Donald Trump: incertidumbre y promesas
La aplastante victoria de Donald Trump para un segundo mandato abre numerosas incógnitas sobre la profundidad y la velocidad con que implementará sus promesas de campaña. Entre ellas, destacan:

Política arancelaria y comercial. Trump ha amenazado con elevar aranceles sobre las importaciones de México y Canadá (sus socios en el T-MEC) y con aplicar un arancel adicional de 10% a China. Si esto se lleva a cabo, aumentaría la probabilidad de represalias, intensificando una posible guerra comercial que encarecería los bienes de consumo para el mercado interno e introduciría mayores presiones inflacionarias.

Migración y fuerza laboral. El presidente insiste en la deportación masiva de millones de inmigrantes indocumentados, aunque la logística para alcanzar tales cifras parece inviable. Aun así, un clima más restrictivo para la inmigración dañaría la oferta de mano de obra en sectores que actualmente sufren carencias de personal, impulsando al alza los salarios y la inflación, y comprometiendo la competitividad.

Política fiscal expansiva. El plan de recortes de impuestos, combinado con un gasto militar en ascenso, mantiene el déficit en niveles cercanos al 7% del PBI, muy alto para un período de crecimiento y bajo desempleo. El propio Trump, a través de su flamante Secretario del Tesoro, Scott Bessent, señala que su prioridad es recortar impuestos, pero ello no se alinea fácilmente con la reducción del déficit. El programa 3-3-3 (definir el déficit en 3% del PIB, crecer al 3% anual y extraer 3 millones de barriles de petróleo o su equivalente adicional al día) padece tensiones internas difíciles de conciliar.

Desregulación y estímulo a las pequeñas empresas. Desde la victoria de Trump, el ánimo de las pequeñas y medianas empresas ha mejorado, ya que se espera que muchas se beneficien de una menor carga regulatoria y de incentivos fiscales. No obstante, algunos sectores como el energético o el tecnológico podrían hallar resistencias, ya sea por cuestiones ambientales, por la volatilidad comercial o por la escasez de mano de obra calificada.

Este cóctel político hace de 2025 un año potencialmente explosivo en términos de volatilidad. La orientación proteccionista y la confrontación comercial se combinan con la necesidad de sostener la demanda interna y de mantener bajos los costos de financiación del Tesoro, todo ello en un contexto internacional enrarecido por las tensiones geopolíticas.

Un año de volatilidad: la FED y la política monetaria en la mira
La Reserva Federal desempeña un papel crucial en este escenario. Con la inflación todavía por encima de la meta del 2%, el organismo dirigido por Jerome Powell (o su sucesor, si hubiera cambios) se debate entre la necesidad de contener las presiones de precios y la tentación de apuntalar el crecimiento en un entorno político que podría amenazar su independencia.

Desde 2022, la Fed ha enfatizado que su postura está “sujeta a la evolución de las cifras”, es decir, reacciona con cada dato de empleo e inflación más que seguir una senda predeterminada de tasas. Esto genera una volatilidad notable en los mercados financieros, ya que cada informe (como los Non-Farm Payrolls o el IPC mensual) se convierte en un factor que puede cambiar la expectativa de la curva de rendimientos.

El endurecimiento monetario de 2023 logró contener parte de la inflación, pero el debilitamiento de la manufactura —y con ello la caída en la inflación de bienes— permitió que la Fed recortara 100 puntos básicos en 2024. No obstante, el rendimiento del bono del Tesoro a 10 años subió casi 90 puntos básicos desde septiembre, reflejando que los inversores no confían plenamente en que la inflación caerá rápido ni en que la Fed seguirá bajando tasas sin toparse con más presiones de precios.

En paralelo, la Fed continuó con su ajuste cuantitativo (QT), reduciendo en 2 billones de dólares su hoja de balance desde 2022, hasta que, en 2025, se espera ponga fin a este drenaje de liquidez para no poner en jaque la estabilidad del mercado de repos, como sucedió en 2019. Ese cese del QT podría inyectar optimismo en las bolsas, pero la insistencia de la Casa Blanca en reactivar el crecimiento vía gasto fiscal y desregulación puede elevar el riesgo inflacionario, presionando a la Fed a ser menos acomodaticia.

El mayor temor de algunos analistas es la “dominancia fiscal”: cuando la política monetaria se subordina a la necesidad de financiar el alto déficit del gobierno, dejando en segundo plano el control de la inflación. Si la Fed cediera a las presiones y bajara las tasas por motivos políticos, el peligro sería un repunte inflacionario que exigiera correcciones más bruscas más adelante.

El dilema de la inflación: servicios versus bienes
Uno de los rasgos distintivos de 2024 fue la divergencia entre la inflación de bienes y la de servicios. Los precios de bienes duraderos cayeron ante la debilidad de la manufactura y la mejora en las cadenas de suministro pospandemia, lo que contribuyó a la moderación general de la inflación. Sin embargo, la parte de servicios, impulsada por la fortaleza del empleo y los salarios, se mantuvo “pegajosa”. Sectores como el de la vivienda (shelter) vieron una baja relativa en los alquileres, pero no lo suficientemente profunda para alinear la inflación con el objetivo del 2 por ciento.

Mientras que la energía también se abarató respecto a los picos de 2022-2023, los costos de servicios como la salud, la educación y la hostelería siguieron al alza. El crecimiento de los salarios es un factor clave: en un mercado laboral ajustado, las empresas de servicios enfrentan mayor presión de costos laborales que suelen trasladar a los precios. Este componente resulta difícil de enfriar sin afectar el empleo, por lo que la Fed se enfrenta a un sendero complejo: si sube demasiado las tasas, podría desinflar violentamente la demanda y causar despidos; si las mantiene bajas, podría permitir que la inflación de servicios se consolide, forzando subidas posteriores aún más agresivas.

La historia demuestra que, tras episodios de alta inflación, la vuelta al objetivo puede verse interrumpida por “repuntes” en ciertas categorías, especialmente servicios, dada su inelasticidad. En 2025, las perspectivas inflacionarias dependen en buena medida de la interacción entre la demanda interna (que aún se proyecta fuerte) y la política de la Fed.

Las presiones que vendrían de la Casa Blanca para aligerar el coste del dinero se encuentran con la determinación declarada de la Fed de mantener a raya la inflación. El mercado, por ende, vive en una constante expectativa de bandazos.

El factor geopolítico: hacia un mundo más fragmentado
El año 2024 dejó entrever la aceleración de cambios geopolíticos que continuarán en 2025. La confrontación comercial con China, la presión de Estados Unidos en materia de tecnología y la guerra en Ucrania son solo algunos de los frentes abiertos. Al mismo tiempo, otros conflictos siguen vivos en Oriente Medio y en la relación entre Taiwán y China.

Este clima de polarización potencia el fenómeno de la multipolaridad, en el que diversos bloques comerciales y políticos (Estados Unidos, Unión Europea, China, Rusia, potencias emergentes como India y Brasil) configuran alianzas y acuerdos al margen de la hegemonía estadounidense de las últimas décadas. Uno de los efectos más notables es el nearshoring y el friendshoring: la relocalización de cadenas productivas en países cercanos o aliados para eludir riesgos arancelarios o políticos. México, la India y parte del Sudeste Asiático podrían beneficiarse si las tensiones comerciales con China se mantienen o agravan, recibiendo inversiones manufactureras que busquen menor dependencia de Pekín.

Asimismo, la reconfiguración de la geopolítica energética se hace evidente. El gobierno de Trump prioriza la expansión de la producción de hidrocarburos en suelo estadounidense, en tanto Europa busca estrategias para desvincularse de la dependencia energética rusa. Esto incide directamente en los precios internacionales del petróleo y del gas, sumando volatilidad a los mercados de materias primas.

La foto de los consumidores: fortaleza general versus vulnerarabilidad focalizada
Buena parte del éxito de la economía norteamericana en 2024 se sustentó en el consumo privado, el cual representa alrededor de dos tercios del PIB. Sin embargo, al interior de este consumo se perciben brechas importantes que pueden moldear el comportamiento hacia 2025. Los hogares de ingresos altos han gozado del alza de los salarios y la revalorización de activos (accionarios, inmobiliarios), mientras que los de ingresos bajos y medios-bajos enfrentan un escenario de precios todavía elevados y un mercado laboral que, si bien está tenso, no siempre ofrece salarios reales que compensen la inflación.

Las encuestas del consumidor muestran que aquellos con ingresos por debajo de 50.000 dólares anuales han visto deteriorada su salud financiera en 2024, con aumentos en deudas de tarjetas de crédito y menor margen para el ahorro. Esto coincide con lo reflejado en el comportamiento de las ventas de tiendas minoristas enfocadas en la población de ingresos bajos, en contraste con las grandes superficies que atienden a un público más amplio.

La consecuencia de esta disparidad es que, si la economía tropieza —por ejemplo, por un episodio arancelario o un retroceso de las bolsas—, el ánimo de los consumidores más vulnerables podría empeorar de forma acelerada, contrayendo el gasto en bienes y servicios discrecionales. La fortaleza del consumo es, por ende, un pilar con fisuras, cuya resistencia se pondrá a prueba en 2025.

Hacia una nueva década de déficit: la encrucijada fiscal
El déficit fiscal estadounidense se ubica en torno al 7% del PIB, una cifra inusitada para una etapa de bonanza económica y desempleo bajo. La trayectoria de la deuda se ha vuelto más empinada, pues la administración Trump apuesta por recortes de impuestos y un gasto militar creciente, confiando en que la desregulación y las rebajas fiscales impulsen lo suficiente al crecimiento como para estabilizar las cuentas públicas.

Este juego conlleva un riesgo claro: si el mercado comienza a dudar de la sostenibilidad fiscal, exigirá mayores rendimientos para financiar la deuda del Tesoro. Ya China y Japón, los mayores tenedores de bonos estadounidenses, han reducido gradualmente sus posiciones. Hasta ahora, otros inversores globales han mantenido la demanda de Treasuries, en parte por la reputación de refugio seguro que mantiene el dólar. Mas no está garantizado que dicha reputación se conserve si los déficits persisten en niveles tan altos y la deuda sigue creciendo sin freno.

El secretario del Tesoro, Scott Bessent, ha anunciado el plan “3-3-3”: bajar el déficit al 3% del PIB para 2028, impulsar el PIB al 3% con desregulación y producir 3 millones de barriles de petróleo o su equivalente adicional al día. La lógica es que la actividad económica más alta genere mayores ingresos fiscales y valide la deuda emitida. Pero se enfrenta a la paradoja de que la reducción de impuestos y el incremento del gasto militar y de infraestructura no se compadecen con una caída simultánea del déficit. Hasta ahora, la dominancia fiscal no se ha manifestado con toda su crudeza, pero el 2025 puede ser una prueba de fuego para la confianza en los bonos del Tesoro si la retórica del gobierno y la realidad de las cuentas fiscales colisionan.

Renta variable: ¿exceso de optimismo o fundamentos sólidos
El año 2024 fue extraordinario para la renta variable, con un S&P 500 que batió marcas históricas. Sin embargo, buena parte de esta subida se explicó por la concentración en un puñado de acciones tecnológicas líderes, denominadas “Magnificent 7”, ligadas al boom de la IA y las soluciones de nube. El resto del mercado mostró un desempeño menos impresionante, lo que algunos denominan “falta de amplitud” en el rally bursátil.

Para 2025, el interrogante es doble. Por un lado, si la economía estadounidense sigue creciendo por encima de su potencial y la Fed modera la política monetaria, es plausible que el mercado accionario mantenga su optimismo, alimentado por la fortaleza de las ganancias corporativas y la liquidez global que podría reavivar un “efecto riqueza”. Por otro lado, las valoraciones de ciertas acciones tecnológicas lucen muy elevadas respecto a los promedios históricos. Un choque inesperado —como un repunte inflacionario fuerte o el recrudecimiento de la guerra comercial— podría desencadenar una corrección significativa.

Mientras tanto, las compañías de menor capitalización (small caps) han sido las más castigadas por las tasas de interés elevadas y los costos de financiamiento. Si la Fed efectivamente recorta tasas y se confirma la promesa de recortes impositivos, podrían recuperarse con fuerza. Todo dependerá de la sincronización entre la política monetaria, la evolución inflacionaria y el ánimo de los inversores internacionales que, hasta ahora, han privilegiado a las grandes tecnológicas por su capacidad de crecimiento y sus balances sólidos.

La fiebre de la IA y la transformación de los sectores productivos
La Inteligencia Artificial se ha convertido en el gran motor de la narrativa de crecimiento a mediano y largo plazo en Estados Unidos. Empresas tecnológicas líderes han incrementado la inversión en data centers, microprocesadores de alto rendimiento (GPUs especializadas), softwares de entrenamiento masivo y soluciones de automatización. Se estima que el gasto en infraestructura digital supere los 700.000 millones de dólares para 2030, como parte de la construcción de ecosistemas de cómputo avanzado que hagan posible desplegar aplicaciones de IA a gran escala.

Sectores como la defensa y la ciberseguridad también se ven influidos por la IA, toda vez que las tensiones geopolíticas impulsan a los gobiernos a elevar sus presupuestos en inteligencia, drones, automatización de combate y protección de datos sensibles. Se calcula que el gasto militar global rozará los 3,4 billones de dólares en 2030, con una porción creciente destinada a tecnologías avanzadas. Asimismo, la industria de la salud se perfila como otro nicho ganador, pues la IA y la robótica quirúrgica prometen diagnósticos más precisos y tratamientos con menor costo y mayor eficacia.

No obstante, la historia enseña que las revoluciones tecnológicas suelen conllevar disrupciones en el empleo. A la vez que se crean puestos de trabajo calificados (investigación, desarrollo de algoritmos, mantenimiento), se destruyen otros vinculados a tareas rutinarias y repetitivas. La clave está en la adaptación de la fuerza laboral, en la reconversión y en la actualización de habilidades. Si esta adaptación no es fluida, se corre el riesgo de agrandar las brechas de desigualdad y de provocar resistencias sociales.

Real assets e infraestructura: un ancla defensiva en medio de la volatilidad
En medio de la incertidumbre política y monetaria, muchos inversores han vuelto la mirada hacia los activos reales (Real Assets), especialmente la infraestructura energética, de transporte y de telecomunicaciones. Estos activos presentan flujos estables y, en muchos casos, contratos indexados a la inflación que actúan como cobertura natural frente a la subida de precios.

La Agencia Internacional de la Energía (AIE) proyecta que la demanda de electricidad crecerá a un ritmo cercano al 2,4% anual hasta 2030, impulsada por la electrificación del transporte (vehículos eléctricos), la expansión de data centers y la digitalización de procesos industriales. Aun cuando Trump no prioriza la agenda verde, la modernización de las redes de transmisión y distribución se vislumbra como una necesidad imperiosa para sostener la competitividad. El auge de la IA, la robótica y el internet de las cosas (IoT) implica una necesidad exponencial de potencia de cómputo y de electricidad.

Por su parte, la Ley de Inversión en Infraestructura y Empleo (IIJA), aprobada en 2021, todavía cuenta con fondos millonarios por asignar a la modernización de carreteras, puentes, banda ancha y redes de agua. Con un consenso bipartidista que defiende la competitividad estratégica de EE.UU., se prevé que este gasto en infraestructura se mantenga, más allá de las tensiones por el déficit fiscal. El reshoring, a su vez, refuerza la reconstrucción de la manufactura local y el desarrollo de activos logísticos que faciliten la sustitución de importaciones críticas.

Renta fija:  entre el atractivo del carry y la amenaza inflacionaria
El mercado de renta fija se caracteriza por la dicotomía entre el carry atractivo que ofrecen los bonos estadounidenses —gracias a tasas más altas que en la década previa— y el riesgo de que la inflación no descienda al 2%. Muchos bancos centrales en el mundo (Europa, América Latina, Asia) han virado a políticas más relajadas o han finalizado sus ciclos de subidas de tasas, previendo un menor crecimiento global. Pero Estados Unidos mantiene una inflación superior a la meta, con un déficit fiscal elevado que empuja la emisión de Treasuries y la incertidumbre geopolítica que refuerza el apetito por activos seguros.

Los spreads de crédito en la deuda corporativa —tanto grado de inversión como high yield— permanecen en niveles bajos respecto a sus medias históricas, reflejando la confianza del mercado en la solidez de los balances empresariales y en la baja tasa de defaults. Sin embargo, un escenario de recesión no está puesto en precios, lo que deja poco margen para eventuales sorpresas negativas. Si la Fed se ve obligada a retomar las subidas de tasas o si un shock inflacionario presiona los rendimientos al alza, los precios de los bonos corporativos podrían resentirse.

La deuda emergente se enfrenta a los desafíos de un dólar fuerte y de la ralentización de China, a lo que se suman riesgos políticos internos en cada país. No obstante, algunos mercados, como India, destacan por su dinamismo y su creciente demanda interna, atrayendo flujos en busca de rendimiento. Aun así, la volatilidad permanece alta y la selectividad se hace imprescindible para los inversores.

El oro: viejo activo, nueva relevancia
El oro concluyó 2024 con un sólido desempeño, impulsado por la compra de bancos centrales de potencias emergentes que buscan diversificar sus reservas más allá del dólar, y por inversores que lo ven como un refugio ante la inflación y las tensiones geopolíticas. Históricamente, un dólar fuerte y tasas de interés reales altas han sido factores desfavorables para el metal precioso, pero la percepción de que la inflación no está definitivamente dominada y la inquietud sobre la solvencia fiscal de EE.UU. compensan esos elementos.

La incertidumbre en torno a la dominancia fiscal, la posibilidad de choques geopolíticos (un escalamiento de la guerra comercial, un conflicto militar en Taiwán o Medio Oriente) y la preferencia de varios países de alejarse del dólar como moneda de reserva se unen para mantener el oro en una posición destacada como diversificador de carteras. Aun cuando las criptomonedas han rivalizado con él como activos especulativos, el oro conserva la credibilidad histórica de ser un refugio en tiempos de disrupción.

Internacional stocks: oportunidades selectivas fuera de Estados Unidos
La renta variable internacional permanece rezagada frente a Wall Street, un fenómeno que se ve desde hace varios años. Sin embargo, algunos mercados podrían presentar oportunidades interesantes en 2025, ya sea por valuaciones más atractivas, por flujos de nearshoring o por el carácter defensivo de ciertas economías.

Europa, por ejemplo, se ha visto afectada por los costes energéticos y la proximidad al conflicto entre Rusia y Ucrania, además de un marco regulatorio denso que frena la innovación tecnológica. Pero hay multinacionales europeas con alto retorno sobre el capital invertido y posiciones líderes en ciertos nichos (industria química, bienes de lujo, farmacéuticas). Si las tensiones geopolíticas se relajan y el gasto en defensa se mantiene, algunas de estas compañías podrían repuntar.

Asia (excluyendo China y Japón) se perfila con un crecimiento del 4,4% según proyecciones del FMI, muy superior a la media global. India sobresale por su demanda interna y su floreciente sector tecnológico, que la ubica como posible sustituto parcial de China en manufacturas de gama media o alta. Taiwán y Corea del Sur, aunque cargan con riesgos geopolíticos, siguen liderando en semiconductores de alto rendimiento y podrían verse impulsados por el auge de la IA.

Latinoamérica, por su parte, posee recursos estratégicos (litio, cobre, petróleo, agricultura) y la ventaja de la distancia respecto a los principales focos de conflicto mundial. Sin embargo, la región adolece de volatilidad política e institucional. México podría beneficiarse del nearshoring si se mantienen las tensiones con China, al ser el socio más cercano de Estados Unidos. Con todo, los inversores en emergentes deberán vigilar la fortaleza del dólar y la evolución de las tasas globales.

Mercado argentino: efectos y oportunidades
La coyuntura estadounidense descrita en los apartados anteriores no solo repercute en los grandes mercados desarrollados o asiáticos, sino que también ejerce un influjo notable sobre economías como la argentina, caracterizada por un elevado riesgo país y una fragilidad macroeconómica crónica (alta inflación, brecha cambiaria y desequilibrios fiscales). Esta vulnerabilidad hace que la Argentina sea especialmente sensible a la política monetaria de Estados Unidos y a las tendencias de la economía global.

En el plano de las tasas de la Reserva Federal y el financiamiento externo, si la Fed prolonga un contexto de tipos de interés relativamente altos, el costo de fondeo internacional para la Argentina se encarece. Esto dificulta la posibilidad de acceder a créditos en dólares para financiar déficit o proyectos de inversión y también presiona sobre los tipos de cambio alternativos (CCL, MEP), con un impacto directo en la dinámica monetaria local.

Respecto a los commodities y la balanza comercial, la Argentina depende de la exportación de productos agropecuarios (soja, maíz, trigo) y, en menor medida, de ciertos metales y energías (litio, gas). Una economía estadounidense en expansión puede sostener la demanda global y apuntalar los precios de estos bienes, favoreciendo la balanza comercial argentina. Pero un recrudecimiento de la confrontación con China o un enfriamiento global perjudicaría la demanda internacional, afectando los ingresos por exportaciones.

En cuanto a los flujos de capital y el riesgo país, en un escenario de alta incertidumbre global los inversores suelen refugiarse en activos más seguros (bonos del Tesoro, dólar estadounidense) y salir de mercados emergentes con estructuras macrofinancieras endebles. Si la volatilidad aumenta en Estados Unidos, la percepción de riesgo sobre Argentina puede empeorar, ampliando los spreads soberanos y dificultando aún más la emisión de deuda o la obtención de rollovers.

El fenómeno del nearshoring/reshoring en la región también podría ofrecer oportunidades puntuales para la Argentina, sobre todo si se establecen políticas públicas que fomenten la inversión en sectores como la economía del conocimiento o la producción de energías renovables.

Por último, el correlato entre la evolución del dólar y la dinámica de precios en Argentina sigue siendo un punto crítico. Aun con los recientes avances en el control de la inflación local, un eventual fortalecimiento del dólar a nivel global o un aumento de las tasas estadounidenses podrían ejercer presión sobre las monedas emergentes. En el caso argentino, la coexistencia de múltiples tipos de cambio y la influencia que aún tiene la cotización del dólar en la formación de precios internos implican que un nuevo salto en el valor de la divisa podría alterar el clima de estabilidad y dificultar los esfuerzos de contención inflacionaria. Precisamente por ello, la política de baja de tasas que plantea Trump adquiere relevancia para la Argentina, ya que contribuiría a moderar el atractivo del dólar a escala mundial y, con ello, reduciría la presión cambiaria y las tensiones inflacionarias que pueden originarse en nuestro país.

En síntesis, para el mercado financiero argentino y para su economía, la evolución de la política monetaria de Estados Unidos y de la situación comercial y geopolítica en general puede aportar ventajas —como precios de commodities atractivos y momentos de mayor liquidez internacional— o amenazar la estabilidad, a través de un costo de financiamiento más alto, fuga de capitales o apreciaciones del dólar a nivel global. Tal como se mencionó, si la política de tasas más bajas en EE.UU. reduce el atractivo del dólar en los mercados emergentes, la presión cambiaria sobre el peso argentino se atenúa y se facilita la contención de precios internos, aun en un contexto de múltiples tipos de cambio y persistente incidencia de la divisa norteamericana en la economía local. No obstante, aunque la economía argentina ha evidenciado una recuperación importante y ha reforzado sus indicadores macroeconómicos, resulta fundamental afianzar un programa interno de estabilización y crecimiento que consolide esos avances. De lo contrario, un giro repentino en la coyuntura internacional podría erosionar la competitividad local y comprometer parte de los logros alcanzados en materia de solidez macro e inflación.

Balance general y perspectivas para 2025
Los analistas anticipan que Estados Unidos, pese a todo, continúe registrando un crecimiento por encima de la media de otros países desarrollados, con proyecciones en la franja del 2-2,3%. Varias dinámicas respaldan este optimismo: el mercado laboral sólido, las hojas de balance corporativas sanas, la inversión en IA y la probable finalización del QT que inyectaría más liquidez. A la vez, el gasto en infraestructura y el reshoring impulsado por la Casa Blanca refuerzan la demanda interna.

No obstante, el cúmulo de riesgos es considerable. Las promesas electorales de Trump sobre aranceles y migraciones siembran dudas sobre la continuidad del buen clima de negocios, el alto déficit fiscal presiona la curva de rendimientos, la Fed se halla entre la espada de la inflación y la pared de la demanda, y el panorama internacional está plagado de conflictos abiertos (Rusia-Ucrania, tensiones Taiwán-China, tensiones energéticas en Medio Oriente). Cualquiera de estas variables podría desatar un episodio de volatilidad severa en los mercados.

En el frente de la inflación, el consenso se inclina por niveles cercanos al 3% más que al 2%, al menos durante buena parte de 2025. Una inflación persistentemente superior al objetivo complicaría la labor de la Fed si Trump presiona por recortes de tasas para estimular la economía. El peligro de la dominancia fiscal radica en que la Reserva Federal, al ceder a dichas presiones, termine alimentando una inflación más alta y perdiendo credibilidad, lo que llevaría a sacudidas más fuertes en el futuro.

Para los inversores, la consigna principal se centra en la diversificación y la gestión activa. El mercado bursátil estadounidense luce caro en ciertos segmentos, pero ofrece oportunidades en otros (como las small caps y empresas ligadas a infraestructura). La renta fija paga cupones atractivos, mas está expuesta a la volatilidad de las tasas. El oro, las materias primas y los activos reales (infraestructura, sector inmobiliario selecto) se mantienen como coberturas ante la incertidumbre geopolítica y fiscal. Para los actores argentinos, en particular, una lectura cuidadosa de los movimientos de la Fed y de la Casa Blanca es vital para anticipar cambios en el costo de fondeo, en los precios de commodities y en la dinámica de flujos emergentes.

Reflexiones finales: la montaña rusa de 2025
En conjunto, 2025 perfila como un año de volatilidad transversal, donde la elevada liquidez y el apetito inversor coexisten con graves interrogantes sobre la inflación, la sostenibilidad fiscal y la geopolítica. El “excepcionalismo estadounidense” podría proseguir impulsado por el consumo y la tecnología, pero la pregunta es cuánto tiempo puede sostenerse sin un ajuste en las cuentas públicas o sin un enfriamiento de la economía que estabilice los precios.

La victoria de Trump introduce ingredientes de imprevisibilidad adicional: la política migratoria restrictiva choca con la necesidad de mano de obra para varios sectores, la política arancelaria endurece las relaciones con China y otros socios, y la meta de recortar impuestos sin reducir el gasto complica la disciplina fiscal. La Reserva Federal, por su parte, se ve presionada a mantener las tasas moderadas para no dañar el crecimiento ni agravar la carga de la deuda, a la vez que se esfuerza por no perder credibilidad frente a la inflación.

Ante este panorama, la historia sugiere que Estados Unidos suele reconfigurarse con rapidez y que la dinámica empresarial y la innovación tecnológica a menudo salvan el día. La IA, la automatización y los planes de infraestructura y reshoring proponen un potencial de crecimiento robusto, y el mercado laboral se mantiene resiliente. Sin embargo, la experiencia también indica que los ciclos alcistas no duran para siempre y que un exceso de confianza puede agravar las consecuencias de un choque repentino.

De este modo, 2025 se presenta como un año donde la única certeza es la volatilidad. Para los inversionistas globales, la gestión activa y la diversificación regional y sectorial se tornan fundamentales. Para las empresas estadounidenses, la planificación debe contemplar escenarios de tensiones comerciales y de costes laborales al alza. Para los hogares, la contención de la inflación y el mantenimiento de los ingresos reales serán la clave que defina si el consumo continúa impulsando la economía o se frena abruptamente ante cualquier revés. Y para economías como la argentina, la atenta lectura de estos movimientos se vuelve crucial para navegar los ciclos internacionales con un menor grado de vulnerabilidad.

Estados Unidos ingresa así en una fase de alta imprevisibilidad, donde la fortaleza de su mercado interno y su capacidad de innovación podrían prevalecer, pero no sin atravesar, seguramente, episodios de convulsión política y financiera. En este entorno, cada indicador de empleo, cada comunicado de la Fed, cada gesto de la Casa Blanca y cada hecho geopolítico pueden desatar olas de volatilidad, configurando una montaña rusa en la que la atención a los detalles y la prudencia serán las mejores aliadas de quienes busquen salir airosos.

La estrategia para sobrevivir a la tormenta global
El actual tablero internacional —cruzado por tensiones geopolíticas, cambios en la política monetaria de Estados Unidos y una economía argentina que, si bien muestra indicios de solidez, todavía enfrenta riesgos externos— exige una estrategia de inversión muchísimo más dinámica y robusta. Cada viraje en las tasas de la Reserva Federal, cada fluctuación en los mercados de commodities o de capitales, repercute en la cotización de los activos locales y puede modificar, de la noche a la mañana, las perspectivas de rentabilidad.

En este contexto, apostar por una sola clase de instrumento es poco menos que un salto al vacío. La amplitud de carteras —con activos en moneda local y en dólares, bonos de diverso perfil, acciones ligadas a la exportación e incluso posiciones de resguardo o de infraestructura— permite disipar parte de la incertidumbre y aprovechar las oportunidades cuando la coyuntura cede un respiro. Sin embargo, nada de esto funciona sin una mirada profesional que ensamble todas las piezas.

Aquí es donde cobra relevancia la figura de un asesor financiero registrado ante la Comisión Nacional de Valores (CNV): solo un especialista habilitado para operar en el mercado de capitales puede calibrar con precisión los objetivos personales, la tolerancia al riesgo y las posibles avenidas de inversión, tanto a escala global como local. Esa visión integral es la que marca la diferencia entre capear con éxito los embates de la volatilidad —transformando la montaña rusa de la coyuntura en una oportunidad— o sucumbir a la vorágine de variables que conforman la tormenta perfecta en 2025.

(*) Por Pedro Chavez Atia AP 2057 – Comisión Nacional de Valores (CNV) – República Argentina.

Aclaración: El objetivo del presente es brindar a su destinatario información general, y no constituye, de ningún modo, oferta, invitación o recomendación para la compra o venta de los valores negociables y/o de los instrumentos financieros mencionados en él.