Luego del controversial cumpleaños de la empresaria, la pareja llegó a la capital italiana y recorrió sus rincones más emblemáticos.
Wanda Nara se planta frente a la Basílica de San Pedro con la elegancia de quien sabe que cada paso es un flash y cada pose, una postal. El amanecer romano despliega su magia: un cielo azul profundo abraza la cúpula majestuosa, mientras las luces doradas de las ventanas despiertan como si el templo renacentista respirara. A sus espaldas, la imponente creación de Miguel Ángel parece observar con solemnidad. Pero el contraste es ineludible: la arquitectura del Renacimiento y la modernidad de su vestimenta dialogan en un lenguaje inesperado.
Un abrigo camel que le cae hasta los tobillos, una campera negra con capucha y pantalones deportivos, como si estuviera preparada para una jornada común. Zapatillas blancas, despreocupadas pero calculadas, y un bolso negro que sostiene con firmeza. La empresaria posa relajada, con el cabello rubio ondeando bajo la capucha. Sus ojos miran hacia el horizonte, hacia algún punto que escapa del encuadre. Es un instante de calma tras el bullicio. Porque su viaje no pasó inadvertido: desde el Aeropuerto de Ezeiza, donde los periodistas hicieron del asedio un deporte olímpico, hasta este rincón sagrado de la Ciudad Eterna, la conductora no deja de ser noticia.
L-Gante, testigo y cómplice, documenta todo en sus historias de Instagram. Porque la foto no es solo una imagen: es un símbolo. La pareja posa ahora en el centro mismo de la Plaza de San Pedro, donde las columnas y ventanas iluminadas parecen abrazarlos. A un costado, el árbol navideño despliega sus luces brillantes, anunciando que la Navidad está cerca. Roma, vestida de fiesta, los recibe con los brazos abiertos.
HACÉ CLICK AQUÍ PARA UNIRTE AL CANAL DE WHATSAPP DE DIARIO PANORAMA Y ESTAR SIEMPRE INFORMADO
Pero Wanda y L-Gante no se conforman con un solo escenario. Como turistas absortos, pero con un toque de estrellato, se dirigen a otro emblema indiscutido: la Fontana di Trevi. Allí donde el mármol travertino se convierte en arte. El sonido del agua que cae se mezcla con el clic de las cámaras, mientras la luz artificial resalta las esculturas barrocas como si fueran de oro. En el centro de la escena, Oceanus, el dios del mar, se erige sobre una concha que simula un carro triunfal. Dos caballos marinos lo guían, uno dócil y el otro desafiante, símbolo del doble carácter del océano: apacible y furioso.
Te recomendamos: Ana Rosenfeld revela que Mauro Icardi rechazó recibir a los hijos varones de Wanda Nara
El monumento entero es un teatro de piedra y agua. Las figuras alegóricas que acompañan a Oceanus –Abundancia y Salubridad– parecen cobrar vida bajo el manto de luces. Y en lo alto, como si la historia nunca dejara de hablar, se erige el escudo de armas del papa Clemente XII, con la inscripción solemne: “CLEMENS XII PONT MAX…”. Cada detalle, cada columna corintia, cada adorno minucioso habla del poder y la magnificencia de una época. Allí, en medio de turistas y monedas lanzadas al agua en busca de deseos,la pareja se destaca como piezas de un rompecabezas moderno.
La imagen es clara: entre el peso de la historia y la liviandad de un viaje que algunos llaman “luna de miel”, Wanda cumple con otro propósito. Sus hijos, fruto de su relación con Maxi López, pasarán las fiestas con su padre en Ginebra, Suiza. Mientras tanto, Roma sirve de escenario perfecto para un capítulo más en su relato mediático, uno que mezcla la solemnidad de sus monumentos con la espontaneidad de la era digital.
Porque la Fontana di Trevi y la Basílica de San Pedro no son solo lugares: son testigos de un recorrido que es a la vez íntimo y público, simple y deslumbrante. Así es Wanda: una figura que se mueve entre dos mundos, tan natural bajo el resplandor de las luces navideñas como bajo el escrutinio constante de los reflectores. Un amanecer, una foto y el eco de Roma. Todo está dicho.