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Opinión y Actualidad

La democracia en América

Tras cuatro décadas de relativa estabilidad institucional los signos de alarma por el grave deterioro social y la notoria decadencia nacional se multiplican.

09/12/2024

Por Ricardo De Titto
Para Clarín

Se cumplen 200 años de la batalla de Ayacucho, la fecha más importante de la historia americana. Es oportuno periodizar la historia continental –con matices locales y regionales– en cinco grandes etapas: la conquista y colonización, el dominio colonial, la lucha generalizada por la independencia; la construcción republicana de los Estados nacionales y los intentos de democratización social y política, período que incluye una reiteración de golpes y dictaduras.

Son, también los cien años del famoso discurso de Leopoldo Lugones que invocó para esa ocasión recordatoria la irrupción de “la hora de la espada”, modelo de nacionalismo autoritario que, lamentablemente, dejó huella profunda.

Tras cuatro décadas de relativa estabilidad institucional los signos de alarma por el grave deterioro social y la notoria decadencia nacional se multiplican.

Una pregunta flota en el aire: ¿es que fracasó el modelo democrático-republicano y se impone un giro decisivo desechando ese pasado fallido? ¿O se trata de priorizar valores de modo tajante para intentar reconstruir motores averiados, carrocerías abolladas y vidrios rajados?

Sobran los indicadores para sospechar que buena parte de la población percibe o “siente” que el viejo sistema cumplió su ciclo.

La historia puede auxiliarnos: fechas coincidentes construyen este largo y sinuoso camino. Hace 500 años Francisco Pizarro partió de Panamá y con Diego de Almagro pone en marcha la conquista del imperio inca; poco antes Cortés había consolidado la derrota del azteca. Serán tres largos siglos con América como colonia europea. De democracia, ni hablar.

Hacia 1770 comienzan los levantamientos contra ese orden –colonos blancos del Norte, aborígenes del Perú, esclavos de Haití, criollos de Sudamérica– que culminan en una guerra continental. La primera revolución democrática de los Estados Unidos origina una constitución inédita que servirá de faro para las colonias españolas: los ejércitos libertadores coronan la independencia y ven la luz nuevos países.

El contrato Social de Rousseau conjuga la ilustración francesa con el liberalismo británico de Smith y el ejemplo de Jefferson; las ideas de libertad e igualdad animan a la nueva “opinión pública” y construyen “ciudadanía” al calor del derecho de la retroversión de la soberanía en los pueblos.

En la década siguiente Tocqueville, en La democracia en América, analiza puntos fuertes y débiles del republicanismo en acto: sostiene que el movimiento democrático del pueblo precede al político; que para cambiar la política se debe, primero, modificar la estructura social, y que allí radica el éxito norteamericano, en la cultura cívica de sus habitantes.

La ley de leyes es el principio de soberanía depositada en cada individuo quienes la respetan y animan en sus tres instancias: el municipio, el condado y el Estado, de abajo hacia arriba. Tocqueville advierte que el enemigo es la mediocridad: aquellos que poseyeran verdadera virtud y talento quedarían limitados en el “desagrado en la persecución”. Bemoles de la democracia; puede dar pábulo a peligrosos “gobiernos absolutos” con respaldo ciudadano.

Sarmiento lo lee y reafirma su dicotomía de “civilización o barbarie”: el caudillismo típicamente hispánico anida en la ignorancia de la sociedad: “El poder, la riqueza y la fuerza de una nación dependen de la capacidad industrial, moral e intelectual de los individuos que la componen”: en el nuevo ring republicano el combate es mayorías contra plutocracias, democracia versus caprichos.

Los pueblos luchan en guerras civiles; debaten; acotan fronteras; aprueban constituciones variadas: se forjan los Estados Nacionales y lo rural da paso a lo citadino; extendiendo el sufragio, mientras las viejas pandillas y clubes derivan en partidos políticos. Entretanto, Estados Unidos llega a 1900 postulándose como nuevo imperio y confirma su Doctrina Monroe; “América para los americanos”: invade Cuba como primera acción de una larga lista de intromisiones de todo calibre.

Hace 80 años el fin de la Segunda Guerra abre una ventana para los países “periféricos”. México, Brasil, Argentina y algunos más dan cuerpo a gobiernos y regímenes que proclaman renovar su independencia. Pero el priísimo, el peronismo o el varguismo, que alzan banderas de “democracia social”, lesionan las libertades individuales y derivan hacia fórmulas autoritarias, verticalistas y corruptas.

Los partidos son reemplazados por movimientos sin democracia interna y nuevas estructuras corporativas –como las sindicales– encorsetan a las “masas”. Severa cuestión: la libertad queda por debajo de la igualdad; subordinación que implica el corte abrupto de una adolescencia democrática y las asociaciones pierden entidad lo que ayuda a comprender por qué el individualismo crece en las sociedades que desafían ese modelo.

Nadie duda que atravesamos un cambio de época; diversas voces neoliberales y neofascistas lo pregonan en diferentes idiomas mientras América latina atraviesa una verdadera encrucijada. Casi en soledad, Javier Milei agita su “libertad, carajo” con escaso éxito entre sus vecinos, la mayoría de ellos despreciados como un lote de “zurdos de m…”.

Recogiendo sabios legados intelectuales, tal vez, podamos superar las puertas giratorias entre populismos de diverso discurso pero similar matriz. Frente a quienes mueven sus sortijas demagógicas presentadas como “batallas culturales” –que ya cansan– la límpida voz de José Martí puede ayudarnos: “De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace, ganémosla a pensamiento”.