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Opinión y Actualidad

¿Es por ahí Australia?

Ese país prohibirá el acceso a redes sociales a los menores de 16 años. Dicen que es para protegerlos de los trastornos mentales que generan las plataformas, pero no sería el mejor camino para lograrlo.

03/12/2024

Por Ricardo Braginski
Para Clarín

El mal uso de las redes sociales está generando una suerte de epidemia de trastornos mentales entre los adolescentes. Lo afirman expertos de todo el mundo, que se muestran preocupados por el aumento de la ansiedad, de la depresión, y hasta de los suicidios. Los padres no saben qué hacer ante estas plataformas cada vez más usadas y adictivas.

Frente al desconcierto, el Congreso de Australia cree haber encontrado la solución. Aprobó una ley que prohíbe el uso de redes sociales a menores de 16 años. Entrará en vigencia el año que viene.

La ley exige a las empresas tecnológicas que tomen “medidas razonables” para impedir que menores de edad accedan a las redes. En caso de incumplimiento, enfrentarán multas de hasta 32 millones de dólares.

Las compañías deberán definir cómo implementarán la barrera de entrada. Eso sí, no podrán pedir el escaneo de un documento oficial, para preservar la privacidad de los mayores de 16 años.

La ley busca llevar tranquilidad a las familias y surge en el contexto de una campaña electoral. Pronto habrá elecciones en Australia.

Si bien la iniciativa parece positiva para la sociedad civil y negativa para la voracidad de las grandes tecnológicas, en realidad corre el riesgo de resultar todo lo contrario.

¿Por qué? En primer lugar, porque es casi inviable. Chicos y adolescentes muy pronto encontrarán la forma de saltar la barrera. Y, además, de usar las mismas redes para compartir y viralizar la forma de hacerlo.

Además, prohibidas las redes sociales serán mucho más atractivas. Crecerá el interés y el uso. Es así: siglos de historia de prohibiciones lo avalan.

Y en todo caso, si pudieran limitar el acceso, los australianos rápidamente advertirán que sus jóvenes quedarán al margen de las oportunidades que hoy abre el mundo conectado. ¿Cómo competirá, en el área de programación, por ejemplo, un joven que recién va a conocer las redes a los 16 años contra otros -en el resto del mundo- que ya las viene transitando desde más chicos?

Y ni hablar de los aspectos positivos que tienen las redes, y de los que los jóvenes australianos se verán privados.

Por eso, si realmente quieren poner fin al daño que ocasionan las redes sociales en la salud mental de los adolescentes, en vez obligarlas a prohibir el acceso, deberían forzarlas a buscar las formas de que el contenido perjudicial no llegue a los menores.

No es tan difícil. Si hoy con algoritmos pueden enviar contenido personalizado a cada usuario del mundo (para generar más tráfico o por intereses comerciales), también podrían lograr que no les llegue los mensajes inadecuados.

La ley podría también comprometer a las tecnológicas a que apoyen iniciativas de educación digital, para que los adolescentes usen las redes en forma saludable.

No es afuera de las redes la solución. Es adentro, pero con más seriedad, compromiso y educación.

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