Las efectividades conducentes mandan en el planeta presidencial, sin dejar de atravesar umbrales discursivos ni de forzar las fronteras de lo factible para plantar las banderas del relato libertario.
Por Claudio Jacquelin
Para La Nación
Javier Milei nunca deja de ser disruptivo y singular, pero, al mismo tiempo, empieza a mostrar cierta previsibilidad en su acción pública. El paso del tiempo en la presidencia ya deja evidencias de la existencia de un patrón de la conducta presidencial, que en la Cumbre del G-20 en Río de Janeiro vino a consolidarse.
El presidente libertario se empeña en correr, permanentemente, todos los umbrales dialécticos, casi de manera ilimitada. En los hechos relevantes, en cambio, empuja los límites, pero frena cuando advierte que el golpe es inminente y puede tener consecuencias demasiado costosas o irreversibles.
Es lo que ocurre en el terreno nacional (después de algunos duros traspiés iniciales) y en el de las relaciones internacionales, donde Milei se empeña en destacarse por sus modos y sus posiciones extremas, alejadas de convenciones protocolares y de consensos mayoritarios.
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La posición final argentina en el G-20, tanto en lo que respecta a la Alianza Global contra el Hambre y la Pobreza, que impulsó el presidente brasileño, Luiz Lula da Silva, como al documento definitivo de la cumbre, consolidó esa pauta de comportamiento mileísta.
Las más que arduas discusiones previas, en las que los negociadores argentinos, entre los que se destacó el sherpa Federico Pinedo, transpiraron a mares y no por el calor carioca, parecían destinadas a terminar sin la adhesión de la Argentina al documento final de la cumbre.
Sin embargo, una vez más, cuando todo parecía al borde de la ruptura, el Presidente transitó la diagonal que tanto Brasil como la Unión Europea se dispusieron a habilitar para lograr la adhesión y evitar que no se llegara a la unanimidad buscada. Los funcionarios y diplomáticos argentinos respiraron aliviados. No había sido fácil negociar y discutir desde posiciones maximalistas, sin recibir mayores precisiones.
Milei marcó sonoras disidencias y puso la marca libertaria respecto del texto definitivo en una comunicación posterior, pero no lo bloqueó y estampó su firma, lo cual arroja dos conclusiones sobre ese desenlace. Por un lado, se destaca la posición del Gobierno, que se jacta de no romper con el orden imperante, pero deja su huella contra todo dirigismo y sus derivas “socializantes”, según le gusta llamarlas al oficialismo. Allí incluye las agendas de género y medio ambiente, así como cualquier objetivo que tienda a poner algún límite a las ganancias empresariales (como un impuesto a los súper ricos) con el que se busca tratar de atenuar las desigualdades económicas y sociales en el mundo. Un mensaje tranquilizador para los seguidores más ideologizados. El evangelio libertario no se mancha y el profeta sigue adelante en su cruzada. El relato goza de buena salud.
Por otro lado, sobresale la actitud práctica tanto del mandatario argentino como de la mayoría de los de los demás países, quienes, como suele ocurrir en todos los organismos multilaterales y en los Parlamentos nacionales, privilegiaron lo urgente y lo importante: que se apruebe el texto promovido sin preocuparse porque quienes tengan posiciones críticas dejen constancia pública de ellas por fuera del acuerdo.
“Nosotros nos llevamos la ley y a ellos les dejamos los gritos”, suele ser la máxima parlamentaria que, en este caso, un veterano diplomático la convirtió en “poné lo quieras en tus comunicados, porque lo que vale es el fondo de lo que se aprobó”. Esa, dicen, fue la premisa con la cual Lula y los principales jefes de Estado se dispusieron a allanar el camino hacia la firma.
A la espera de Trump
La disidencia parcial tanto como la firma de Milei deben interpretarse, además, a la luz no solo de los principios ideológicos que él defiende y representa, sobre todo ante la propia tribuna nacional, sino también en función de la reconfiguración en curso del mapa internacional, a partir de la elección presidencial de los Estados Unidos de hace solo dos semanas.
“Milei ya está pensando en el próximo G-20 con la presencia de Donald Trump. Las últimas tres presidencias (de Indonesia, India y Brasil) y la que viene (Sudáfrica) vienen marcando una agenda muy Sur Global, en la que se imponen tópicos como clima, impuestos y reforma de organismos internacionales. Pero es muy probable que la próxima, ya con Trump, vaya a ser una disputa entre las fuerzas de la nueva derecha versus las fuerzas progresistas”, concluyó Federico Merke, experto en relaciones internacionales y profesor asociado de la Universidad de San Andrés.
Según fuentes argentinas y brasileñas, el ripioso camino hacia la firma del documento con la rúbrica del presidente argentino fue, en gran medida, pavimentado por su par francés, Emmanuel Macron, durante su visita a la Argentina.
“Hasta hace una semana en Brasil temían que Milei fuera a Río a romper, por lo que, en tal caso, preferían que no asistiera, pero no sin antes intentar una gestión de última instancia. Así que a Macron le tocó la misión de destrabarlo, porque Milei no tiene interlocutores en la región, ya que no se habla con Lula ni con la flamante presidenta de México, Claudia Sheinbaum. En cambio, el francés le resulta confiable y tiene buena relación con él. Así que gran parte del mérito de que haya estado la firma de la Argentina, más allá de los matices, es suyo”, confió una fuente de estrecha relación con los miembros más importantes de la delegación nacional que participó de las negociaciones previas y de la redacción del documento que terminaron acordando los jefes de Estado.
Así, tanto por las prevenciones previas como por sus actitudes durante toda la cumbre, Milei volvió a conseguir el objetivo de sobresalir casi permanentemente en cuestiones de fondo y de formas, como lo consignaron en sus aperturas y en diversas notas secundarias, a lo largo de toda la jornada, los portales de los principales medios brasileños.
La firma final con disidencias parciales, así como las arduas negociaciones previas con el presidente argentino, fueron tan destacadas como el frío saludo que se dio entre Milei y Lula. Además, resaltó la particularidad de que el argentino fuera el único mandatario que transitó por la alfombra roja y llegó acompañado (por su hermana Karina) para saludar al presidente brasileño y a su esposa, Rosangela da Silva. Como si necesitara apoyo para afrontar el difícil momento. No solo el argentino se veía incómodo, también Lula lucía molesto.
De cualquier manera, el desenlace resultó decoroso para todos. La salvaguarda de las banderas libertarias sin romper el G-20, con la adhesión al documento final, fue celebrada por los voceros oficialistas y reconocida por otros observadores. “Se trató de una muestra de pragmatismo. Se impuso el sentido común”, celebró el exembajador Diego Guelar. Mientras que el exembajador Jorge Argüello concluyó filoso: “Se pretende comprimir el complejo entramado global de intereses entre las rígidas caras de un cubo ideológico, pero, como en La profecía, de Rafael de León, ‘después la vida se impone’”.
Esa misma línea pragmática fue la que imperó en la suscripción de un acuerdo con Brasil (en paralelo con la cumbre y en medio de las tensiones presidenciales) para proveer de gas de Vaca Muerta a las industrias brasileñas, que celebraron fuentes diplomáticas y empresarios energéticos nacionales, tanto casi como el desenlace de la reunión.
El convenio fue considerado como el mejor lubricante para que, más allá de sus diferenciaciones, Milei haya puesto su firma tanto en la Alianza contra el Hambre, que Lula considera su gran legado internacional, como en el documento del G-20, que presidió el petista.
Las efectividades conducentes mandan en el planeta de Milei. Ya había ocurrido en la revisada relación con China. Pragmatismo en toda la línea. Sin dejar de atravesar umbrales discursivos ni de forzar fronteras de lo factible para plantar banderas. Pero sin romper todo. Un patrón de conducta mileísta que se consolida.