La situación del libertario con EE.UU. es muy diferente a la de Carlos Menem y Mauricio Macri. De la necesidad de 500 cuadros K a la ausencia de herederos en el kirchnerismo.
Por Walter Schmidt
Para Clarín
El gobierno de Javier Milei, que pretende liderar la segunda era menemista, desempolvó el concepto de relaciones carnales con Estados Unidos, frase que en realidad nunca dijo el ex canciller Guido di Tella -de exquisito humor inglés-, que sí habló de “relaciones con carnalidad”. Ese alineamiento, tomó forma con el triunfo de Donald Trump en las elecciones, pero ni el contexto internacional ni la situación del libertario son similares a la de Carlos Menem ni la de Mauricio Macri respecto de Washington.
Menem leyó el camino a seguir tras la caída del comunismo a fines de los ’80 y se alineó con Estados Unidos y con su Consenso de Washington, una serie de políticas económicas que se les exigía a los países en desarrollo como ajuste, privatizaciones, apertura a las importaciones y mejores condiciones para los inversores que luego derivaría en el ALCA, un acuerdo comercial para todos los países del continente.
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“Somos del mismo palo” le llegó a decir Menem, líder del peronismo, al entonces mandatario George Bush padre cuando visitó la Argentina en los comienzos de los ’90.
Macri ostentaría una relación personal. “Este es amigo mío, quiere que lo ayuden”, fue la frase que Donald Trump le dirigió a sus ministros en el inicio de su primer mandato en 2016, para abrirle las puertas de su administración a Macri. El líder del PRO tenía una ventaja previa; lo conocía a través de los negocios de su padre Franco Macri que en algún momento intentó desembarcar en Nueva York y a partir de allí, se hicieron amigos. Ese nexo dio sus frutos con la intervención de EE.UU. para que el FMI aprobara un histórico stand by de US$ 57 mil millones para la Argentina.
En el segundo capítulo de Trump en la Casa Blanca, con un poder mayor al que algunos consultores norteamericanos asemejan con el de Juan Domingo Perón en Argentina pero con sólo cuatro años por delante, es innegable la predilección del republicano por Milei en la región. Y es lógico que el libertario busque acelerar y alimentar esa relación personal que aún no tiene, más allá del intercambio permanente de elogios y la idolatría que siente por el empresario.
Cualquier logro ante el Fondo que pueda ser obtenido vía Trump será celebrado por la Casa Rosada. Y siendo uno de los principales socios el exitoso Elon Musk, que también alaba a Milei, es inevitable pensar que el beneficio en materia de inversiones podría llegar por el lado de la tecnología satelital y, quizás como fantasea el Gobierno, la radicación de un polo global en la Patagonia.
Un eventual acuerdo de libre comercio Buenos Aires-Washington como acaba de lanzar el Presidente es incierto acerca del provecho que pueda tener para la Argentina, pero sería el comienzo del fin del Mercosur que apenas ha alcanzado el status de un bloque comercial. A partir de diciembre la presidencia pro tempore del Mercosur quedará en manos de la Argentina. ¿Pregonará Milei ese acuerdo con Estados Unidos entrando en colisión con Brasil y pateando el tablero en el bloque regional o revertirá su posición y dejará que el tema se diluya como una declaración más?
El otro elemento dudoso de colocar casi todos los huevos en la canasta de Trump es que en general, la Casa Blanca elige defender sus intereses en América del Sur eligiendo como socios a líderes que puedan ser sus interlocutores en la región y que tengan vocación de diálogo. Ocurrió con Menem, dueño de un carisma que le permitía tener buenas relaciones con sus colegas sudamericanos y pulsear de igual a igual por el liderazgo regional con el brasileño Fernando Henrique Cardoso pese al poderío dispar; o alimentar el alineamiento con Washington y, a la vez, compartir un habano con Fidel Castro. Con Macri, de buen trato con sus pares, ocurrió en menor medida algo similar, pese a que el gobierno de Cambiemos optó por el multilateralismo ante la consolidación de China como el otro polo.
En cambio Milei abona el purismo ideológico, lo que le impide entablar relaciones políticas con mandatarios de otro credo.
En ese punto hay similitudes del Presidente con Cristina Kirchner, a la que el oficialismo subió al ring porque se siente más cómodo. Ella tampoco le abre las puertas del Instituto Patria a cualquiera pero cada vez tiene menos dirigentes de peso a su lado.
“Necesitamos renovar nuestros cuadros, sumar gente joven, formar 500 cuadros de no más de cuarenta años”, reflexionaba Néstor Kirchner a fines de 2007. Ganada la pulseada contra Eduardo Duhalde por la conducción del justicialismo, apuntaba a la renovación del peronismo.
En algún momento el surgimiento de la juventud kirchnerista a través de La Cámpora pareció suplir aquélla falencia que percibió el santacruceño. Diecisiete años después, queda en evidencia que la carencia nunca se superó.
Debajo de Cristina Kirchner no hay prácticamente cuadros políticos que puedan suceder a la ex vicepresidenta en la conducción del kirchnerismo. Máximo Kirchner con La Cámpora fue un proyecto que quedó en el camino más allá de la portación de apellido. De aquéllos dirigentes camporistas, apenas un puñado adquirió experiencia de gestión.
Nombres como Eduardo “Wado” de Pedro o Andrés “Cuervo” Larroque tuvieron un protagonismo transitorio que no logró despegarse aún del fracaso del gobierno de Alberto Fernández, secundado y puesto por Cristina. Y el único sobreviviente de aquél proceso, Axel Kicillof, adelantó una pelea con Cristina provocando que los seguidores de la ex mandataria ahora desconfíen de la lealtad de su ahijado político y gobernador bonaerense.
“El peronismo atraviesa una debilidad espiritual en gran parte de su dirigencia. Tenemos que ofrecerle a la sociedad un proyecto de país mejor que este”, argumentaba Máximo Kirchner días atrás. Omite señalar que el proyecto también debería ser superador de la gestión de Alberto Fernández, y es allí donde el kirchnerismo no logra mostrar rostros ajenos al fracaso del último gobierno.
Cristina tampoco está dispuesta aún a firmar su herencia política. Su actual protagonismo tiene más que ver con la interna en su propio partido y con las causas judiciales o la reciente condena por corrupción que con un remozado proyecto político. Eso frena el proceso de sucesión. Algo que Mauricio Macri también empieza a vivir en carne propia en el PRO. Nada es casual. Milei se siente más cómodo triangulando con los dos ex presidentes a los que observa como el pasado.