Icóno de los 90, la protagonista de Baywatch acaba de publicar un libro de cocina.
Por Graciela Baduel
Para Clarín
Sin un gramo de maquillaje, con un jean amplio y el pelo alborotado, ella posa en la tapa de su libro de cocina. Solo el título apela su pasado como una de las mujeres más deseadas del mundo.
Se llama I love you, lo firma Pamela Anderson (sí, la bomba sexual de Baywatch) y abajo, más chiquito, se lee “Recipies from the Heart (Recetas desde el corazón).
El libro es una recopilación de los platos veganos que ideó para sus hijos, que la acompañan en este giro de su carrera.
La actriz combina este proyecto con la segunda temporada de Pamela’s Garden of Eden, una serie en la que se dedica a reformar la casa que tiene en Vancouver. Anderson también viajará a Los Ángeles para ayudar a su hijo Brandon Lee a redecorar su nueva mansión.
Lejos quedó aquel video íntimo con su marido de entonces, Tomy Lee, baterista de la banda de glam rock Mötley Crüe. Y las sucesivas operaciones para colocarse prótesis de siliconas cada vez más grandes.
No fueron exconejitas de Playboy, pero en Argentina también hubo chicas hermosas que se animaron a cambiar previendo que los años harían lo suyo, dejándolas fuera de combate.
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Antes de tener su programa infantil, Panam fue la rubia sexy que acompañaba a Raúl Portal y después “secretaria” en los programas de Gerardo Sofovich.
Lourdes Fernández, bailarina de ShowMatch, también tuvo su ciclo dedicado a los niños, previsiblemente llamado “El mundo de Lourdes”. Claro que, nobleza obliga, siguió luego con su carrera en el “Bailando”. Verónica Varano, exmodelo y actriz, condujo varios años “Utilísima”, donde se mostraban recetas y se daban clases de tejido.
Pero volvamos al foco: qué pasa con las celebrities cuando la belleza comienza a marchitarse. En una entrevista publicada en octubre, Jessica Bennett, de The New York Times, le muestra a Pamela una app que convierte a cualquier mujer en una nueva versión de C.J. Parker, la guardavidas de malla roja y pechos turgentes que la catapultó como ícono de los 90.
“Es de locos”, dice la rubia abriendo sus enormes ojos azules. Y se rehúsa a participar del juego. “Yo no lo voy a hacer. Yo no. Me niego”, agrega cuando Bennett la enfoca con el teléfono. Se ríe, pero habla en serio. No quiere verse de nuevo como una veinteañera.
Le pasa todo lo contrario a Lizzie Sparkle (Demi Moore) en la reciente película La sustancia. Cuando la reemplazan en su programa de gimnasia por tevé porque ya es demasiado vieja, no puede tolerarlo.
Y se embarca en el uso de una droga que le permitirá crear una nueva versión, “más joven y más perfecta” de ella misma. El filme avanza de manera macabra, como en un Retrato de Dorian Grey en clave gore.
Cuando ya es demasiado tarde, Lizzie decide abrir el obsequio que le había dado Harvey, el presidente de la cadena de tevé (Dennis Quaid) a propósito de su despedida, para que se mantenga ocupada. Casualmente, o no, un libro de cocina.