Gladiator II: Ridley Scott se libra de cualquier complejo en una secuela que llega donde la primera no supo (o no quiso) y en la que Paul Mescal y Pedro Pascal hincan la rodilla ante el verdadero emperador de la interpretación.
Por Fausto Fernández
Para Fotogramas
"¡Traedme el guepardo!" Déjenme (tampoco pueden evitarlo ustedes, salvo el acto de eso que los jovenzuelos denominan scrolling) que antes de explayarme en lo locamente bien que me lo he pasado con 'Gladiator II' les caiga el peaje de las batallitas de este crítico viejales. "¡Traigan el guepardo!", exclamaba Ridley Scott (el hermano de Tony Scott para los, claro que sí, amigos) en el set almeriense de 'Exodus: Dioses y Hombres'. Tras haberse pasado 40 minutos de reloj recargando de objetos de atrezzo la terraza del príncipe Moisés (un Christian Bale esperando pacientemente con un móvil cuando entrar en escena), el director hizo traer del puesto donde trabajaba la segunda unidad, a varios kilómetros de distancia, al susodicho animal para una toma de escasos segundos, y donde creo recordar (he olvidado, por mi propia salud mental, 'Exodus') que ni se vislumbraba el maldito guepardo.
Durante esa, divertida, visita al rodaje de esa suerte de exploit descerebrado de 'Los diez mandamientos', de Cecil B. DeMille, versión hablada y en color, por supuesto, tuvo el vejete que esto escribe el placer de conversar con Arthur Max, diseñador de producción habitual de Ridley Scott, asimismo en 'Gladiator' y 'Gladiator II'. Ante mis felicitaciones por los espectaculares decorados que había levantado en el almeriense desierto de Tabernas, Max me sonrió, me dio las gracias y dijo: "casi ni los verás luego en pantalla. Ridley los digitalizará, alterará y parecerán otra cosa" ¿Por qué entonces construirlos físicamente?, inquirí en mi ignorancia. "Porque Ridley puede permitírselo". 'Gladiator II' existe, en su insania narrativa y en su demolición de las leyes de la secuela, y del blockbuster, simplemente porque el hermano de Tony Scott ha podido permitírselo. Es ese guepardo del que se encaprichó, al cual hizo traer, paralizando un rodaje durante horas, para nada, porque sí, porque podía permitírselo.
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Este Ridley Scott al borde de los 90 años se ha liberado de ataduras, ha hecho de su antipatía, mala educación e incorrección política el estilo de su cine. El pasotismo de quien convirtiera un biopic de Napoleón en un vodevil de cuernos digno de Sacha Guitry, Alexander Korda o Mariano Ozores le ha despojado de ínfulas, desnudando al espléndido publicista que diera el salto al cine en los años 70 del siglo pasado de complejos de autor. Así, sin filtros, 'Gladiator II' es el exploit de la plasta y pretenciosa 'Gladiator' que los italianos no llegaron a perpetrar. Siguiendo, paso a paso, el mismo esquema de la oscarizada película de hace ya 24 años, la secuela mejora exponencialmente a su predecesora: desaparecen la infame cámara lenta y ralentís que abochornaban al espectador cada cinco minutos; el insoportable tema principal de Hans Zimmer queda tan solo como recuerdo musical puntual; el sustrato dramático es sustituido por un melodrama abiertamente gay (no anda lejos, sin túnica y depilado, la hablada en latín macarrónico 'Sebastiane') y la violencia es ya explícita.
'Gladiator II' es exploit péplum italiano y mondo. Lo único que le interesa a Ridley Scott son las cafradas en la arena del Coliseo romano, la sangre y la pluma de su fraternal y sociópata pareja de emperadores sádicos. En ello, quien fuera capaz de emular a J. Antonio de la Loma en 'Todo el dinero del mundo' o a Fellini en 'La Casa Gucci' se revela a la exhibicionista y petarda vena del DeMille de 'El signo de la cruz', antecedente pre código Hays hollywoodiense de 'Quo Vadis' (asimismo pasto del alucinante desmadre de esta secuela de 'Gladiator'), o de la homosexualidad decadente y fetichista (la armadura, fúnebre, del Máximo que encarnara Russell Crowe) del Delmer Daves de 'Demetrius y los gladiadores', no por casualidad una continuación (de la horripilante 'La túnica sagrada') exploitation, protagonizada por un pésimo actor, Victor Mature, como pésimos son (aquí) Paul Mescal y Pedro Pascal.
'Gladiator II' pasa de manera rápida y fotonovelesca (a la italiana, a la péplum y a la Delmer Daves) por sus intríngulis dramáticos que jamás juegan a la sorpresa consanguínea, como si fuera disculpándose de la falsa importancia que se daba en lo mismo 'Gladiator', un mucho a lo que el montaje del director de 'El Reino de los Cielos' jugaba. Lo que le interesa al hermano de Tony Scott son las peleas cuerpo a cuerpo, las mutilaciones y el festín de los juegos pan y circo: terroríficos primates asesinos, guerreros madmaxianos a lomos de rinocerontes ciclópeos, naumaquias con tiburones (como los cocodrilos de 'Exodus') y otras delicatessen que únicamente un abuelete gruñón y de vuelta de todo podía imaginar, hacer que levantaran decorados inmensos y dibujar por encima de ellos con un rotulador CGI.
Sin embargo, y más allá de la juerga por la juerga y la senilidad creativa, lo que de verdad le gana a uno, levantando su pulgar al cielo del vamos a pasárnoslo bien, es un Denzel Washington que le arrea un puntapié a las actuaciones serias (pongan entre este paréntesis a quienes creyeron que 'Gladiator' tenía que ser declamación afectada y así lo perpetraron) y se libra al desmadre in crescendo. Loor a Denzel, a un villano como el péplum pirado se merece, a jugar a un 'Macbeth 2' imaginado por Joe D'Amato. Gracias a él, las secuencias de transición entre bizarrada gladiadora y bizarrada gladiadora se sobrellevan con interés, algo que jamás sucedía en la primera parte. Probablemente porque a Ridley Scott le importaba todavía "el cine" y no el desfase que es el cine. O porque no era lo suficientemente viejo, lo suficientemente joven e inconsciente que es.