Aquí estamos reunidos los maradonianos, Diego, en el estadio más grande del mundo, en un espacio que no para de crecer: tu recuerdo.
Por Fernando Tranfo
Para Página 12
Es 30 de octubre y no sabemos qué hacer con tu ausencia, Diego, salvo, por supuesto, recordarte.
Es 30 de octubre, pero, así como el día de la madre es todos los días; no hay jornada en que quienes te hemos amado y te seguiremos amando no pensemos, con esas lágrimas tan parecidas a la transpiración de potrero, qué estarías diciendo ahora, cuál sería el equivalente a los “se le escapó la tortuga”, “me cortaron las piernas”, “la pelota no se mancha”. Nos cuesta, frente a algunas situaciones, pensar sin pensar, al mismo, tiempo, qué pensarías vos. Y entonces conjeturamos, fantaseamos, tratamos de copiar tus gestos, tu entonación ronca. Tratamos de condensar en una frase, como diría Sandro, “un mundo de sensaciones”. Pero no hay caso, nos interrumpe la mediocridad, Diego, porque no somos vos.
Para colmo de males, hoy nadie dice nada, Diego. Tienen más couching que ‘canching’; tienen pánico a ofender, pero no porque crean, noblemente, que no hay derecho a ofender, sino porque no quieren tener problemas. Suben tuits, sí; historias a Instagram, sí; estallan las redes, sí; proliferan los cobardes apócrifos, incapaces, de tanto country que hay, de saber qué es una esquina, y mucho menos de saber que ese es el lugar donde los muchachos de barrio –y del barro- dirimen los conflictos. ‘Segurola y Habana’ han sido desalojadas por los memes. No hay otro alambrado que las redes sociales. Los algoritmos, que seguramente no habrían podido sospechar que diez segundos después de tener la cancha mirando hacia Pumpido ibas a tener caído de culo a Shilton en el otro arco, hoy predicen todo.
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Extrañamos tus contradicciones Diego, porque nosotros, no te amamos ‘a pesar de’ tus contradicciones, sino ‘gracias a’ ellas. Veo gente que te sigue acusando de contradictorio y, de pronto, entreveo que tiene un tatuaje o un colgante con el símbolo del Yin y el yang… Vos no necesitaste leer el Tao te King para saber que uno es todo a la vez, y que a uno hay que amarlo con todo lo que es. Y que amar ´aspectos’ de alguien o decir “Yo a tal lo amo como repostero, pero no como cuñado” no es amar, o no es amar maradonianamente.
Vos, Diego, fuiste el último héroe analógico. Fuiste el reloj de pared que, como dice el bolero, marca las horas, y no esa suma de apps que te dicen hasta cuántas veces eructaste en un día, pero no qué hora es. No fuiste un perfil, no fuiste un receptor de likes o de las efusiones haters. A vos la gente te amaba o te odiaba en serio; a vos, todito, completo.
Fuiste el último héroe del rollo de 24 fotos. Ese al que uno quería sacarle una foto, y no ese con quien uno quería sacarse una selfie.
Fuiste contradictorio porque, para serlo, como mínimo hay que tener dos ideas, y vos tenías un montón. Fuiste contradictorio porque para serlo hay que tener emociones fuertes, y vos eras un manantial de ellas. Fuiste contradictorio porque para serlo hay que vivir, y vos te pasaste la vida viviendo.
Fuiste un dios, sí, pero al ras del piso. Tan lejos de este ‘compromiso de dron’ que hoy se estila en el mundo del deporte. Donde todos sobrevuelan cualquier polémica, donde personas que deberían ser las primeras en hablar dicen “Yo de eso prefiero no opinar”. Porque, claro, se entiende; es bravo opinar, te saca de esa falsa neutralidad que observa plácidamentte todas las tensiones, te garantiza habitar esa meseta en la que no están ni estarán el éxtasis de las cumbres ni el pavor a los precipicios. Hoy se habla de “salir de la zona de comodidad’’; por favor, si son tan amables, que reconozcan que la salida de esa zona la inventaste vos, Diego.
Quevedo decía –o Borges dice que Quevedo decía- que lo intenso es una forma de lo eterno. Por eso vos ya eras eterno antes de tu viaje a ese tiempo sin tiempo. Siempre estuviste, por intenso, fuera del tiempo. Siempre estuviste en un más allá de vos mismo. Por eso te hablamos hoy como si estuvieras; no es un mero desatino de la fe que nos empecina; estás porque dedicaste tu vida a hacer cosas que siempre estarán. Y por eso te hablábamos antes, cuando estabas, como si ya no estuvieras, porque algo del orden de lo metafísico siempre merodeaba tu presencia.
Siempre fuiste paradojal. Por eso hoy tu ausencia está en todas partes, tu silencio nos habla a los gritos y tu estadía en los cielos está más cerca del suelo que nunca. Por eso los pibes que nunca te vieron te conocen, y los que quieren ignorarte no pueden hacerlo más que con una omisión que no hace otra cosa que nombrarte.
Sos el mejor contradictorio de todos los tiempos, Diego, y eso es insoportable para los mediocres.
Decías que no había que mezclar lo político y lo futbolístico, y una hora después estabas haciendo contra Inglaterra los dos goles más emblemáticos de nuestra historia futbolera y de nuestra Historia como patria. Hiciste contra ellos el gol más hermoso de todos los tiempos, y también ese otro en el que eludiste a seis ingleses. No fuiste un futbolista, simplemente, Diego. Fuiste alguien que usó el fútbol (o a quien el fútbol usó) para que en esos 90 minutos en los que pasa lo que pasa en la vida, todos los matices de la existencia dijeran ‘presente’. Por eso tu fútbol fue todo: lo sublime, lo valiente, lo artístico, lo épico, lo desafiante, lo imprevisible, lo dramático. Lo maradoniano.
Lograste, por cierto, que ‘maradoniano’ se transformara en un apelativo con potencia cultural, como ‘kafkiano’, ‘borgiano’, ‘marxista’, ‘darwininiano’, ‘medieval’. Si cien personas cualesquiera escribieran en un papel diez cosas (y sí, ‘diez’) sobre qué significa ‘maradoniano’ te aseguro, Diego, que en nueve estarían todas de acuerdo. ¿Sabés por qué, Diego? Porque eso pasa con la gente que anda por la vida siendo, ni más ni menos, ella misma.
Le preguntaron a Oscar Wilde (o a Bernard Shaw… o a alguien de genialidad equivalente) qué pensaba sobre la mala crítica que había tenido una de sus obras teatrales, y dijo: “He viajado por todo el mundo y jamás vi, en ningún lugar, que le hayan hecho una estatua a un crítico”. Las paredes están llenas de vos, Diego; las hinchadas de todos los clubes tienen tu rostro hermoso en sus banderas, Diego; las canciones te evocan; Diego; la literatura te honra, Diego; los cuerpos están surcados por tu tatuaje, Diego. No hay murales ni poemas ni canciones ni banderas ni tatuajes de periodistas, de moralistas, de voceros presidenciales. Cualquier aspirante a arqueólogo que hubiese aprobado con cuatro la primera materia de su carrera podría llegar a un distópico mundo devastado y darse cuenta, con una palita en la mano, que fuiste amado.
Hace unos días participé, invitado por el gran Ariel Scher; a un debate sobre “Literatura y deporte”. Hablamos dos horas y media de vos, Diego. Hablamos de cómo narrarte es una de las desesperadas maneras que tenemos de amarte. Un pibe –Pablo- dijo que te ama desde sus cinco años, ¿cómo? ¿Por qué? Porque a los cinco años vio cómo su viejo lloraba cuando te sacaron del mundial 94. Lloraba a cántaros el viejo, lloraba como para morirse llorando, como lloramos todos, lloraba como si el llanto hubiese sido inventado nada más que para llorarte a vos, Diego; a tus logros incomparables, a tus caídas, a tu última caída, en ese noviembre sombrío de 2020.
Es 30 de octubre, Diego. Hoy cumplirías 64. Como yo, además de maradoniano soy ’beatlemaníaco’, pienso en la canción ‘Cuando tenga 64’ de Sargeant Pepper y, como buen maradoniano, pienso que esa tapa, que algunos consideran la tapa más emblemática de toda la historia del rock, tiene un defecto imperdonable: no estás vos. Si lo ves a John comentale esto, seguramente me dará la razón.
Bueno, Diego querido, feliz cumple. Yo ando medio falto de fe, pero contradictorio como soy te hablo como si me escucharas. No puedo saber, obviamente, si estás en alguna parte.
Acá, creéme, andás por todos lados.