El Presidente y la expresidenta juegan el juego que más les gusta y logran que no se vea nada ni nadie más que ellos; pero el dispositivo tiene fallas.
Por Claudio Jacquelin
Para La Nación
Javier Milei y Cristina Kirchner volvieron a jugar el juego que mejor juegan y que más les gusta. Un juego de espejos en un laberinto en el que el Presidente y la expresidenta se proyectan a sí mismos y logran que no se vea nada ni nadie más que ellos, sin su permiso. Pero el dispositivo tiene fallas. Al final, potencia los puntos débiles de cada uno y cristaliza sus propios problemas.
La nueva semana de fuego y furia retórica (también normativa) de Milei no impidió que salieran a la luz del sol las debilidades de su espacio en dos dimensiones estructurantes de la narrativa oficialista: la eficiencia y la ética.
Por un lado quedaron expuestas, otra vez, las dificultades que sigue teniendo para llevar adelante medidas y proyectos. Por el otro, se manifestaron conductas que se suponían patrimonio excluyente de “la casta” que el libertario prometió erradicar, como el escándalo de los asesores del presidente provisional de la Cámara de Senadores, Bartolomé Abdala. Y todavía queda mucho por conocerse.
En el caso de Cristina Kirchner, por debajo del lanzamiento de su nueva polémica (pretendidamente) académica sobre la economía, asoma la crisis que sigue atravesando su espacio para revincularse con la sociedad, más allá del núcleo duro de sus fieles, así como para ofrecer alguna muestra de renovación dirigencial capaz de satisfacer las nuevas demandas ciudadanas.
La estrategia de ambos sigue siendo la misma: ocupar el centro de la escena con estridencia, culpar a otros (y al otro), criticar para evitar autocríticas y, sobre todo, para que no queden expuestos sus errores, sus fragilidades, sus contradicciones y sus limitaciones.
Milei y Cristina Kirchner corren una carrera contra el tiempo estructurada sobre la base de cálculos disímiles, aunque no necesariamente antagónicos, respecto del éxito o el fracaso de las políticas oficiales, especialmente en materia económico-social.
“El mejor gobierno de la historia argentina”, según el irrefutable índice Milei, exhibe, recorta, edita y promociona indicadores económicos destinados a prolongar su popularidad y sostener la expectativa social.
Sin embargo, la curva descendente de la caída de la inflación y la curva ascendente de la recuperación de la actividad no terminan de cruzarse para alcanzar el punto de quiebre y llevar a la economía hacia un sendero virtuoso consistente. Demasiadas dudas se suman en la superficie y demasiados restos se acumulan bajo la alfombra, según una mayoría de economistas que potencian luces de alarma, con el cepo cambiario y las reservas en el centro de la escena.
De todas maneras, la dimensión económica junto con la gestión de la seguridad y el control de la calle, así como la determinación y la retórica de Milei, siguen siendo los activos sobre los que se sostiene el oficialismo. A ello se suma la fragmentación y la confusión que sigue atravesando a la oposición.
Sin embargo, nada de eso termina de allanar el camino, no solo por la capacidad de obstrucción de los distintos sectores opositores, que se juntan y se separan por temas y circunstancias. También opera como un obstáculo constante (y creciente) la heterogeneidad, la escasa idoneidad y la impericia de algunos funcionarios y de la mayoría de los legisladores, potenciada por la ausencia de una conducción política en el terreno. Un problema de cantidad y calidad.
“Los nuestros, no sólo son pocos, sino que demasiados son malos o inexpertos. Y con eso hay que lidiar todo el tiempo”, admite entre resignado y exhausto un funcionario con despacho en la Casa Rosada, que prefiere no hablar de las interferencias que suele haber en la línea de mando. Menos de la “sombra terrible” (diría Sarmiento) de Santiago Caputo que se cierne sobre todos.
Una internación sintomática
El trastorno intestinal que terminó ayer en la internación del jefe de Gabinete y ministro del Interior, Guillermo Francos, parece reafirmar la máxima psicológica de que el cuerpo habla a través de sus síntomas. Los propios, tal vez más que los ajenos, le están dando trabajo extra.
“Han sido y son semanas muy duras”, reconoce un estrecho colaborador del jefe de los ministros. Su primer informe ante la Cámara de Diputados, en el que debió responder más de 2500 preguntas, junto a varios cuestionamientos incisivos y que, finalmente, fue interrumpido por los incidentes ocurridos en las afueras del Congreso, resultó la parte visible y no la más complicada de lo que debió superar Francos en los últimos días.
La permanente tensión en el seno del Gobierno, las diferencias de criterios y el constante equilibrio que está obligado a hacer entre su rol de constructor de puentes con la dirigencia política y, al mismo tiempo, el de defensor/moderador de las posiciones extremistas (en las formas y en el fondo) del “triángulo de hierro” del Gobierno habrían dejado terreno liberado para que se ensañe algún virus gastrointestinal.
Nada se trata de nuevo ni grave para los que ejercen el poder. Pero sí es un llamado de atención para una estructura en la cual Francos es una pieza clave, sin recambio a la vista. El paso casi sin escalas, ni pretemporada, de la confortable Washington a la ultramaratón mileísta ha sido un salto abrupto.
El paso del tiempo empieza a ser, así, un factor cada vez más gravitante. Las últimas encuestas que llegaron a la mesa del poder de dos de las encuestadoras a la que Milei respeta y presta atención muestran que, por debajo de una benévola superficie de alta popularidad y apoyo, empieza a advertirse cierta fatiga en los sectores más afectados por el impacto y la prolongación del ajuste sobre sus hábitos cotidianos.
El mandato de aguantar, más el rechazo hacia el pasado y el temor a un vacío político fuera del oficialismo siguen modelando la dinámica colectiva, pero muestran una potencia declinante como ordenadores del humor social.
El último paro dispuesto por los sindicatos aeronáuticos que volvió a trastornar impiadosamente la vida de decenas de miles de argentinos y extranjeros sirvió como demostración de esa realidad compleja, que tiene más grises que blancos y negros.
La mayoría de la sociedad rechazó (y rechaza) las medidas de fuerza, pero no hay unanimidad en cuanto a la magnitud de esa impugnación ni a la justificación que se haga de las medidas de fuerza en reclamo de mejoras salariales.
La mayoritaria paciencia con la que los pasajeros varados enfrentaron el paro es todo un síntoma del singular momento que se vive en la Argentina. Salvo el oficialismo duro y la oposición más extrema, nadie tiene certezas sobre lo que sucede y menos sobre lo que vendrá.
Eso genera que entre los antagonistas se libre cada día una pelea de largo plazo contra el tiempo en la que cada uno adopta estrategias según el resultado que imagina del actual proceso.
Cristina, la ofensiva defensiva
“Yo no apuesto a que esto vaya a fracasar y menos en el corto plazo. Es más, creo que puede imponerse, pero con resultados nefastos”, le ha dicho Cristina Kirchner a varios de sus interlocutores.
Por eso, además de discutirle a Milei en el terreno en el que este se autopercibe el mejor de todos (un premio Nobel de Economía), lanza propuestas para tratar de actualizar el ideario perokirchnerista ante el clima de época que amenaza su vigencia, aunque sin hacer autocrítica ni cambiar su cosmovisión.
El documento titulado “Es la economía bimonetaria, estúpido”, que publicó el viernes pasado en las redes sociales y con el cual (gracias a Milei), volvió a reinstalarse como la retadora del “mejor del mundo”, es una continuidad del anterior pronunciamiento del 14 de febrero pasado. Solo cambian algunas bolillas del mismo programa.
Tras la nueva clase de economía política y monetaria, la expresidenta volvió a abrir la puerta para discutir lo que podrían ser herejías en otra época reciente y hoy son tópicos ineludibles, como privatizaciones (a su manera), modelo educativo y hasta la representación sindical, entre otros.
Sin rendirse, instala y reformatea todo eso que no se hizo o “se torció” durante el gobierno del vapuleado Alberto Fernández por su incapacidad y resistencia a la conducción cristinista, según la versión kirchnerista. O por la obstrucción tácita y explícita del cristinismo, según el relato de exfuncionarios albertistas y de peronistas no cristinistas.
Mileístas y kirchneristas pura sangre celebran la reinstalación de lo que para ambos es el superclásico que los potencia a ambos y para el resto resulta apenas una estelar remake de Titanes en el ring. Lo cierto es que el rating se lo llevan ellos dos, aunque en ese programa el único ganador siempre termina siendo el Martín Karadagian de turno.
“Entre los gobernadores no kirchneristas y los intendentes no abonados al camporismo no cayó bien lo de Cristina. Lo interpretan como un ‘córranse de esto los peronistas tradicionales porque no están a la altura de la batalla que se viene’. Y los sindicalistas lo leyeron como un ‘ustedes ya representan poco’. Pero también la mayoría de esos se calla en público porque aunque con ella no quieren estar, temen que sin ella dejen de existir”, explica un baqueano que transita por todos los campamentos del panperonismo, incluido el kirchnerismo.
La imagen del ancla que evita que los vientos libertarios arrasen con el perokirchnerismo y la del tapón que impide que surja nada nuevo vuelve a agitar el desconcierto y los conflictos entre la dirigencia del multifacético justicialismo.
Por eso, el alter ego de Axel Kicillof, el ministro de Gobierno bonaerense, Carlos Bianco, salió a decir que el gobernador está abocado a la gestión, que no está trabajando para ser candidato a Presidente. Y luego señaló: “Tenemos que transformar nuestra fuerza política en una alternativa […] Volver sería volver a un gobierno nuestro que fracasó. Hace falta algo distinto a lo que fracasó hace un año. El peronismo deberá tener un liderazgo”.
Mientras recorre el país y teje vínculos con gobernadores peronistas y no peronistas, el mandatario bonaerense quiere evitar verse en el espejo de Horacio Rodríguez Larreta, convertido en candidato presidencial inevitable antes de tiempo, obligado a resolver el dilema de someterse o confrontar con quien ha sido y es su líder partidario. Cristina y Máximo Kirchner lo saben demasiado bien. Y lo explotan.
Mientras tanto, desde el entorno del activo, pero silencioso, Sergio Massa juegan como siempre a varias bandas. El triderrotado candidato a Presidente mantiene los vínculos con madre e hijo, sin dejar de marcar diferencias y de oficiar de puente cuando se tensan las relaciones de los Kirchner con Kicillof. Al mismo tiempo, disputa espacios, leyes y cargos con el gobernador y con La Cámpora. Massa en estado puro.
Desde allí, los massistas le bajan el valor al pronunciamiento de la expresidenta: “Cristina salió a ponerle freno a su descomposición interna”, cuentan que Massa les dijo a dirigentes del Frente Renovador. La definición llega después de que desde lo más alto de La Cámpora negaran negociaciones con el Gobierno y le enrostraran al massismo, a través de Eduardo “Wado” de Pedro, algún de tipo de sociedad con el mileísmo, expresada en la permanencia de exfuncionarios massistas.
“Wado salió porque ellos estaban negociando la ampliación de la Corte y Sergio se le plantó”, explican cerca del exministro de Economía. Lo que no dicen es que Massa rechaza la idea kirchnerista porque no tiene reparos (sino más bien entusiasmo) frente a la postulación del cuestionado Ariel Lijo para integrar la Corte Suprema y no ve motivos para complicar su llegada. El problema es que los votos en el Senado los maneja el kirchnerismo.
Una demostración cabal de que, como en el oficialismo, en la oposición kirchnerista los chispazos no ocultan sino que iluminan los problemas y los conflictos.