Tilda Swinton y Julianne Moore protagonizan el primer largometraje de Pedro Almodóvar en inglés, que compite en la Mostra de Venecia.
Por Manu Yáñez
Para Fotogramas
“Las historias de mujeres suelen ser historias tristes”. Esta frase transparente y dolorosa, con la que la escritora neoyorquina Sigrid Nunez decidió abrir uno de los capítulos de su novela ‘Cuál es tu tormento’, podría leerse como una definición más que pertinente del universo de Pedro Almodóvar. Dicho esto, no debería sorprender que la novela en cuestión haya engendrado una película como ‘La habitación de al lado’, una de las más transparentes y dolorosas del cineasta manchego. El relato imaginado por Nunez –en el que una mujer enferma de cáncer le pide a una amiga que la acompañe en el periplo final de su vida– aterriza en el imaginario del cineasta manchego de un modo diáfano, dando luz a una obra que persigue sus significados con determinación y serenidad, alcanzando la sabiduría propia de los que se atreven a mirar de frente al abismo de la existencia –“el sentido de la vida es que se detiene”, decía Kafka–.
Almodóvar lleva un tiempo, al menos desde ‘Dolor y gloria’, merodeando con aplomo por el territorio pantanoso de las verdades que duelen. Y la contención de la que hacen gala sus últimas películas resulta especialmente sorprendente si recordamos que no hace tanto su cine se caracterizaba por una cierta inclinación al desbordamiento. Hoy, sus imágenes se abisman sobre gestos mínimos. Donde antes había una intricada panorámica o un suntuoso plano cenital, hoy encontramos la delicadeza del plano-contraplano. Los que adoramos a Almodóvar tenemos la suerte de estar asistiendo a la depuración de un estilo guiada por la absoluta ausencia de reparos o temores. Y esto nos devuelve a la novela de Nunez, que en un pasaje memorable recordaba cómo, en su discurso de recibimiento del Premio Nobel, William Faulkner denunciaba el miedo que atenazaba a algunos de sus colegas y reclamaba “una vuelta a las viejas verdades universales: amor y honor y piedad y orgullo y compasión y sacrificio”. ‘La habitación de al lado’, el primer largometraje de Almodóvar hablado en inglés, orquesta la feliz reunión de todos estos componentes.
Como decíamos, ‘La habitación de al lado’ se encamina con decisión hacia un precipicio existencial –Nunez nos recuerda las palabras de Camus: “el sentido literal de la vida es todo lo que hagas para evitar matarte”–. Y el proyecto es tan osado que no es extraño que Almodóvar tenga algún traspié en el camino. En el inicio del film, los flashbacks al pasado del personaje de Martha (interpretada por Tilda Swinton) surgen como ramas que desdibujan el tronco del relato, que poco a poco se va enraizando en la relación que se establece entre Martha y su amiga Ingrid (a la que da vida Julianne Moore). En todo caso, el pasado de Martha como corresponsal de guerra permite a Almodóvar entretejer con un hilo casi invisible un conjunto de batallas disímiles: las que afectan a las naciones y llevan el nombre de guerras (Vietnam, Irak), las que discurren en el interior de las familias y engendran traumas, y aquella que nadie puede esquivar y que tiene como destino el cara a cara con la muerte.
En el tránsito de ‘La habitación de al lado’ hacia el corazón de su historia de amistad, Almodóvar ensaya el encuentro con la cultura estadounidense y con un idioma, el inglés, que ya había comenzado a dominar en los cortometrajes ‘La voz humana’ y ‘Extraña forma de vida’. Una exploración geográfica y una aventura idiomática que el cineasta emprende con una oportuna mezcla de respeto y erudición. Así, el recorrido de Almodóvar por Nueva York, una ciudad que lo idolatra como ninguna otra, se aleja de lo turístico en favor de una familiaridad genuina –‘La habitación de al lado’ funciona como la antítesis de los tours por ciudades europeas de Woody Allen–, mientras que el trabajo con los diálogos es de una precisión y claridad que ejemplifica la idea del maestro convertido súbitamente en alumno aventajado. De hecho, en su salto a la lengua de Shakespeare y Tennessee Williams, da la impresión de que Almodóvar se desprende parcialmente de la raigambre prosaica de sus diálogos para conquistar un vuelo poético: “I’ve had the death in my hands… I never imagined it would be so light” (“He tenido la muerte en mis manos… Nunca pensé que sería tan ligera”), recita un personaje.
Aunque para elogiar en su justa medida el fluir acompasado y desnudo de los diálogos de ‘La habitación de al lado’, hay que destacar el magnífico trabajo de Swinton y Moore. La primera deslumbra por su capacidad para bascular entre un fondo límpido –que dibuja una oda a la resistencia estoica– y unos momentos de punzante ebullición. Al principio del film, cuando su personaje recibe un pronóstico aciago, Swinton estalla en un magistral collage de ira, desesperación, abatimiento y dignidad, como si fuese posible encapsular en unos pocos segundos todo el recorrido de aceptación de la muerte que se perfilaba en la monumental ‘Empieza el espectáculo (All that Jazz)’ de Bob Fosse. Y luego está Moore, cuyo atemperamiento actoral deviene uno de los síntomas más reveladores del sinuoso (y nada tempestuoso) registro dramático de ‘La habitación de al lado’. El punto de referencia lo demarca la propia Moore y su papel en ‘Magnolia’ de Paul Thomas Anderson, donde también interpretaba a una mujer que se encargaba de cuidar a una persona enferma de cáncer. Y, de hecho, hay una escena en la que Ingrid (el personaje de Moore en ‘La habitación de al lado’) es interrogada con suspicacia por una figura autoritaria, al igual que le ocurría a Moore en la mítica escena de la farmacia de ‘Magnolia’. Lo interesante de esta comparativa es que, en manos de Almodóvar, Moore sustituye la irritación por la calma, la ofensa por la resignación, y la ansiedad por un profundo remanso de paz.
Como es costumbre en la obra de Almodóvar, en ‘La habitación de al lado’ no faltan los guiños cinéfilos, aunque el cineasta manchego desestima algunos títulos mencionados en la novela de Nunez: empezando por la obra de Hitchcock –que solo aparece evocada por el aura noir de la intrigante partitura de Alberto Iglesias–, pasando por la magistral ‘Cuentos de Tokio’ de Yasujirō Ozu, y terminando con la sobrecogedora ‘No Home Movie’, la última película de Chantal Ackerman, en la que la cineasta belga diseccionaba su afectuosa relación con su madre bajo la sombra de la muerte (la madre moriría poco después, y Ackerman se suicidaría al año siguiente). Estas renuncias podrían sorprender si no fuese porque Almodóvar lleva ‘La habitación de al lado” a un terreno definitivamente propio. Por un lado, en el cara a cara con la finitud, surge la estela de Bergman, sobre todo el de ‘Persona’. En la segunda mitad del film, cuando la trama se despoja para densificarse y hacerse puro núcleo, los roles de Martha (Swinton) e Ingrid (Moore) alcanzan, en el glorioso retrato de su amistad, una comunión sobrecogedora. No hay duda de que es Ingrid quien, en la capa más superficial del relato, acompaña a la convaleciente Swinton; pero, en el fondo, ¿quién cuida de quién? ¿Quién enseña, quién aprende, quién entrega, quién recibe? Siempre las dos, convertidas en una sola en unos planos que, en ocasiones, aparecen tocados por el influjo especular y fantasmagórico que caracterizaba la labor del director de fotografía Sven Nykvist para las películas de Bergman.
En uno de los pasajes más estremecedores de la novela ‘Cuál es tu tormento’, la narradora, Ingrid en la película, explica cómo la cercanía con la muerte despierta en ella una “consciencia aguda de todo: luz entrando por una ventana, aroma y sabor del café, grano del suelo de madera…”. Esa sensibilidad extrema, casi una realidad aumentada, aflora en la sensacional recta final de ‘La habitación de al lado’, cuando la artificiosidad del cine de Almodóvar se afila para elevar el cantar de unos pájaros, para hacer táctiles las superficies de los objetos y para sublimar el valor afectivo de un beso en la mejilla. También es bajo ese fulgor sensorial que Almodóvar enhebra la cita más relevante de ‘La habitación de al lado’, que tiene como destino el relato ‘Los muertos’ de James Joyce, que luego llevó al cine John Huston en su última película, ‘Dublineses’. Así, de la mano de Joyce y Huston, Almodóvar compone una vibrante sonata invernal en la que vida y muerte se concilian para dar cuenta del valor de los legados familiares y los compromisos afectivos.
Para admirar al Almodóvar más sobrio y sabio.