Los motochorros volvieron para robarle el casco y el celular mientras estaba tirado en el pavimento. Nahuel Rigoni, de 24 años, relató lo difícil que es ser repartidor ante tanta inseguridad.
“Sabía que en algún momento me iba a tocar”, lamentó Nahuel Rigoni desde la cama del hospital Pedro Fiorito de Avellaneda, donde está internado desde el pasado 11 de julio. Ese día, mientras trabajaba como delivery, motochorros lo empujaron de la moto, lo hicieron chocar a toda velocidad contra un poste y hoy está vivo de milagro.
Todos los días, Nahuel salía temprano de su casa en Lanús y hacía doble turno, a la mañana y a la noche. Solo por la tarde cortaba algunas horas para tomar mates con su madre. El día del ataque, se despertó con un mal presentimiento. “Sentía que me iba a pasar algo y mi mamá me dijo que no vaya porque hacía frío”, contó el joven de 24 años en diálogo con TN.
Quizás esta premonición venía acompañada del sobresalto que había sufrido días atrás. Una semana antes y casi a la misma hora, otros motochorros intentaron robarle: “Apenas entregué el pedido, miré por la derecha y venían a una cuadra”. En esa oportunidad llegó a escapar a tiempo y no le pasó nada.
Sin embargo, el jueves 11 no tuvo con la misma suerte. “Venía de entregar un pedido, doblé en una calle y veo por el espejo un faro blanco”, relató sobre lo que sería el comienzo de la persecución, y siguió: “Cuando me di cuenta estaban al lado mío y me empezaron a correr, pero yo no me frenaba”.
Durante siete cuadras, intentó escapar de los dos delincuentes que iban a bordo de una moto. Solo le quedaba media cuadra para llegar al local de comidas rápidas donde estaban todos sus amigos repartidores.
“Se acercaron, veo la patada que me tiran y me dan en la pierna. Debido a que iba a mucha velocidad, me tiraron para el costado y me di contra el palo de luz”, narró sobre el impactante momento que quedó registrado por una cámara de seguridad.
Te recomendamos: Motochorros mataron a un delivery y sus compañeros incendiaron un patrullero en reclamo de justicia
Nahuel quedó tendido en el asfalto gravemente herido, pero a los motochorros no les importó. Cuando parecía que la secuencia terminaba ahí, los asaltantes regresaron: “Les pedí que me ayuden, pero no me dijeron nada y me robaron el casco y el celular”. La secuencia ocurrió a menos de 100 metros de uno de los principales shoppings de Avellaneda.
“El casco me ayudó una banda, aunque caí al piso y sentí que me estaba muriendo”, aseguró. Cerca del lugar se encontraba un nene que fue quien les avisó a los compañeros de la víctima lo que había sucedido.
Lo primero que hizo cuando sus colegas se acercaron fue acordarse de su madre: “Cuando estaba tirado en el piso, pedí que la llamen y que le digan que fue un golpe para que no se le suba la presión”. Tras media hora de espera, llegó la ambulancia y lo trasladaron de urgencia al Fiorito.
Te recomendamos: Una policía fue arrastrada 300 metros para evitar que motochorros le roben un bolso y el arma reglamentaria
En estas dos semanas tuvieron que operarlo dos veces en la pierna derecha. “La tibia se me había salido para afuera”, describió sobre el motivo de la primera cirugía. El próximo miércoles, los médicos lo operarán por tercera vez para hacerle una limpieza en esa pierna y así ponerle la prótesis que necesita.
“Con el tema de la humedad me duele mucho por estar tanto tiempo estar acostado. No me puedo ni sentar, estoy acá quieto”, señaló sobre cómo son sus días en el hospital. Al mismo tiempo, lamentó: “Es feo despertarte, ver tu pierna rota y no poder hacer nada. Siempre me levantaba temprano para trabajar, estaba todo el día en la calle. Me arruinaron la vida”.
“Hacen pedidos falsos y te están esperando para robarte”
Te recomendamos: Un policía se enfrentó a balazos con motochorros: uno quedó detenido y el otro logró huir
Nahuel dijo que trabajar como delivery en Avellaneda es un padecimiento constante. “A la noche hacen pedidos falsos y te están esperando ahí para robarte”, apuntó. De hecho, insistió en reiteradas oportunidades con que ya no quiere trabajar más como repartidor por la inseguridad que se vive día a día.
“Antes trabajaba tranquilo, pero llegó un punto en el que se oscurecía y ahí vas con el corazón en la mano. De noche no anda nadie en Avellaneda”, manifestó.
El joven trabajó un tiempo en la construcción y hace un año que se dedicaba a hacer repartos, aunque ya tiene claro que no lo quiere hacer más: “Siempre decía que ojalá algún día encuentre otra cosa”. Una vez que se recupere, sueña con ponerse un lavadero de autos.
Los doctores le dijeron que una vez que se realice la última operación, tendrá alrededor de un año de rehabilitación. Por otra parte, los delincuentes todavía siguen prófugos.