Ryan Reynolds y Hugh Jackman unen sus fuerzas por primera vez en 'Deadpool y Wolverine', el resurgir del universo Marvel en las salas de cine.
Por Fausto Fernández
Para Fotogramas
Cuando Ulises se encontró con Aquiles en el Inframundo, este le dijo que prefería ser esclavo en el mundo de los vivos que rey en el de los muertos, poniendo en entredicho esa búsqueda obsesiva e irracional a la cual todo héroe parece estar predestinado. El Aquiles de esta más autorreflexiva y mitológica (sobre mitologías) que simplemente gamberra y destroyer aparición cinematográfica del más bocazas personaje de la Marvel es, por supuesto, Wolverine. Un hombre-X que alcanzó la inmortalidad de la heroicidad de manera trágica, un héroe que se arrepiente de ello en el olvido de los muertos, rodeado de las voces de estos en un eterno tormento. Quien desciende al Inframundo a su encuentro es el Ulises por antonomasia de la citada editorial Marvel: Deadpool. Deadpool, como Ulises, es picaresca, simpatía, ingenio, supervivencia y chulería innata. Alguien que aunque coquetea con la idea de ser esclavo/secundario entre los vivos ("¡quiero ser un Vengador!") valorará que en ocasiones reinar entre difuntos es el verdadero Paraíso. Deadpool es, literalmente, el caballo de Troya que se coló tras las puertas ampulosas y pagadas de sí mismas de la voraz Disney superheroica (y galáctica: detecten el fugaz guiño de la película dirigida por Shawn Levy al respecto) con la excusa de la parodia, la autoparodia y el descaro del pariente lejano y pobre invitado a la cena de Nochebuena. 'Deadpool y Wolverine' junta a Ulises y Aquiles para que se replanteen qué es y qué significa ser un héroe. Para que descubran que la muerte, la destrucción y la cancelación no son el fin, y sí el comienzo.
El Inframundo de 'Deadpool y Wolverine', comedia salvaje y necrófila que comienza en la fosa del bufón de 'Hamlet', calavera incluida, es el Vacío, un erial que conocimos en la televisiva 'Loki', lugar posapocalíptico a mitad de camino (al olvido) entre la Tierra Baldía de la saga 'Mad Max' (los gags al respecto no faltan) y el Medievo asolado por la peste en 'El séptimo sello', de Ingmar Bergman. En ese vertedero se fragua una de las muchas batallas en las que Wade Wilson y Logan, aparte de las suyas propias (uno de los sadomasoquistas gags recurrentes del film, sobresaliendo la del utilitario a ritmo del 'The One That I Want' de 'Grease'), somatizan la heroicidad que uno persigue, y el otro repudia. Un paraje de la memoria donde toda la Marvel que la todopoderosa y cuqui Disney desterró o canceló se resiste a ser olvidada, a ser espectros de un cine tal vez fallido, pero que respiraba más respeto y amor Marvel que los restos post 'Endgame'. Que un logo derruido y enterrado en la tierra (como la estatua de la Libertad en la arena de la playa epilogal de 'El planeta de los simios') de la 20th Century Fox presida esta lucha de poder (de dignidad y reivindicación de un puñado de entradas cinematográficas en una Marvel no disneyana) se convierte no solo en figura emblemática de 'Deadpool y Wolverine', sino en la razón misma de la más mitológica y combativa de la ahora trilogía.
Junto a pequeñas, grandes secuencias con un poso de crepuscular belleza a lo 'Logan', no únicamente con Wolverine, también con Deadpool consciente de que su escudo protector, más potente que el del Capitán América, que cualquier otro superpoder, autoregeneración inclusive, es el chiste, el improperio y el comentario ácido, la película es un repertorio non stop de burradas y el mayor arsenal gay desde que la comunidad arcoiris cayó en la cuenta de que el primer gran blockbuster sobre multiversos estaba 'Over the Rainbow', en 'El Mago de Oz'.
Deslenguada (este Ryan Reynolds no es el de 'La proposición', no), bitchie, arrebatadoramente cómplice y malota, 'Deadpool y Wolverine' acaso nos regale los más conmovedores, y molones, cameos Marvel y/o superheroicos, sin necesidad de la AI silenciosa y distante de 'The Flash'. Cameos presentes, ausentes y de los que se habla con cariñosa mala leche (y desde asimismo el chiste privado), los cuales no desvelaré aun a riesgo de ser obligado por garras de adamántium ejerciendo de consolador digno de la imaginería ZAZ. El ritmo endiablado del largometraje, regodeándose en desafiar a la cultura de la cancelación, la inquisición woke y la Disney misma… que lo distribuye, no impide saborear esos cameos, aplaudirlos y soltar una lagrimita; como también preguntarse si en realidad el afectadísimo personaje de Matthew Macfayden, su tupé, su vestuario y su actitud no esconden en realidad la idea (digna de Deadpool) de haberle ofrecido el rol a Kevin Spacey.
En los extensísimos títulos de crédito finales de las superproducciones Marvel suele aparecer una lista de agradecimientos a los guionistas y dibujantes que han aportado su talento al personaje o personajes de turno. Una formalidad que a veces no se nota en las películas. En 'Deadpool y Wolverine', la primera gran peli de superhéroes en años (y la primera gran comedia basta y maleducada en décadas) están esos créditos, pero sobre todo están los Leifeld, Wein, Claremont, Byrne, Romita padre y un largo y selecto etcétera en primer plano, citado y ovacionado a viva voz por este par de héroes inmortales, la extraña pareja que Homero jamás imaginara como blockbuster guasón, marranote, violento. Ulises y Aquiles cabalgan (en varios sentidos) de nuevo, esclavos de nadie, reyes del universo Marvel Fox… ¿puede que Disney?
Para marvelitas vieja escuela a favor de la gran y definitiva broma asesina.