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Opinión y Actualidad

Vocación

La importante decisión que tomamos al elegir una carrera universitaria. Las experiencias vividas en retrospectiva de la elección de mi carrera profesional. Lo trascendente de ser fiel a las convicciones.

13/04/2024

Por Pablo Argañarás, Lic. en Cine y Televisión
Recuerdo de manera vívida mi pavor  al tener la epifanía de saber lo que quería estudiar en la universidad.  Corría el año 1993 y mi afición por el séptimo arte se agigantaba.  Consumía muchísimos filmes en formato de VHS que era lo que se estilaba por aquellas épocas como formato de consumo masivo de películas.  Una noche fuimos con un grupo de amigos al cine y al salir dije para mis adentros que quería estudiar cómo hacer películas.  No sabía si existía una carrera formal de estudios sobre ello, no sabía si se estudiaba en una universidad, academia o instituto ni en dónde.  Lo que sabía era el amor y pasión que me despertaba lo que veía y que ya no me bastaba el papel de espectador, sentía la necesidad de formar parte del armado de esas maravillas.   De niño creía que las películas eran, que poseían entidad.  Que nadie las hacía sino que existían per se.  Como las plantas o los animales.  Perdida ya la edad de la inocencia supe que había gente que se dedicaba a contar esos cuentos en imágenes.

Poder hablar de esto con mi familia fue muy complicado. Era alumno de un colegio con orientación bancaria, de excelente promedio y desempeño queriendo estudiar cine. Lo conversé,  no recuerdo el momento ni lugar, lo que si recuerdo fue que no me pusieron peros, apoyaron mi decisión con un terror que lo podía percibir a kilómetros de distancia.  Se alcanzaba a oler el miedo de mis padres y de mi familia toda al dilapidar mi futuro en una carrera para nada tradicional en el año 1995.  Ya para ese entonces sabía que la Licenciatura en Cine y Televisión se estudiaba en Córdoba y fui allí a un departamento compartido con otros dos santiagueños.

Acostumbrarme a la Docta fue desafiante.  Absolutamente todo me resultaba ajeno y extraño.  En seis horas que duraba el viaje en colectivo de Santiago del Estero a Córdoba Capital se me trastocó la vida.  Nada era ya lo que había sido.  Era otro mundo.  Mi única certeza, mi guía y motor era mi amor por la carrera que había elegido.  El frío de esa ciudad nueva, la soledad, lo extraño del entorno, me parecía surreal todo.  Lo único que me mantenía en eje era el estudio y las prácticas que me fascinaban y me hacían dar cuenta que había acertado en mi llamado interno a elegir la carrera que había optado.

Si me daban un texto para leer yo leía tres libros más relacionados al mismo tema, estaba enamorado de mis estudios.  Despertarme a las cinco, en plena mañana congelada cordobesa, poner la pava y tomar unos mates para estudiar me parecía bello.  Cada vez que leía sobre las materias y temas más me gustaba y más me interesaba todo.  Era como una especie de esponja ávida de absorber todo lo que podía del mundo del séptimo arte.  Con el tiempo me acostumbré a esa nueva provincia y todo fluyó como sucede con la vida y con el trascurso del tiempo.

Me gradué de técnico a los tres años en 1998 y de licenciado en el 2000.  Esos años de estudio creo que fueron los años más felices de mi vida.  Descubrí un mundo en el cual estoy inmerso hasta el día de hoy.  Mi amor está intacto por el cine.  Trabajo en cuestiones relacionadas al quehacer audiovisual y comunicacional.  Sigo siendo un poco ese joven de 17 años que se fue en busca de su sueño.  Conservo esa sana avidez de aprender todo cuanto pueda de las cuestiones audiovisuales.  Extraño horrores a mis amigos que fueron quienes me forjaron un poco a ser quien soy por aquellos difíciles años de mi desarraigo.

Muchas veces imaginé que hubiese sido de mi vida de no haber elegido la carrera que elegí.  Jamás pude esbozar respuesta alguna pues no tuve opciones.  En mí no existía otra alternativa.  Fue un llamado interno tan fuerte que no me pude resistir.  Como un marinero que se deja llevar por el canto embelesado de una sirena.  Hacerme cargo de mi elección me costó mucho.  Fue tremendamente difícil.  Muchas veces, hasta el día de hoy, lo sigue siendo.  Pero lo vale.  El viaje que es mi vida por la senda del cine lo vale y valió todo.  Extraigo de este periplo la importancia de saber escucharnos a nosotros mismos.  Siempre primero a nosotros.  Darnos el lugar de la reflexión a nuestra voz interna.  Dejar para después las voces de los demás.  Sernos fieles a nuestra naturaleza, a nuestros procesos internos y llamados.

Ahora que escribo estas líneas y reflexiono al hacerlo, creo que tal vez nosotros no elegimos nada.  Que jamás fui yo quien escogió estudiar cine sino que estamos predestinados a los que nos toca, como una especie de premio o castigo vaya uno a saber de qué.   Tal vez el cine me eligió a mí,  y yo sucumbí a sus encantos como todo enamorado.  De lo que estoy orgulloso es de haber defendido con uñas y dientes la convicción de mi llamado.  Hoy soy quien soy gracias a que a mis 17 años me fui escuchando mi voz interna que me decía que era lo correcto y hoy a mis 46 años no me arrepiento absolutamente de nada de haber tomado las decisiones que tomé y de haberme escuchado.  Soy lo que soy gracias a ello y no sería quien soy sino fuera por el cine.