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Mayo de 2024
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Opinión y Actualidad

La respuesta militar contra el narcotráfico

Las complejas y salvajes acciones del narcoterrorismo aumentan el interés en los Estados Unidos por desplegar soluciones que implican la militarización de las estrategias para hacerle frente.

02/02/2024

Por Jorge Riaboi (*), en diario Clarín
Las complejas y salvajes acciones del narcoterrorismo que hoy se detectan en casi toda América, en su mayoría inspiradas en los enfoques que adoptan los carteles mexicanos de la droga, lograron generar una muy seria reacción en cadena de legisladores y otros partícipes de la política y el pensar de los Estados Unidos.

Las nuevas propuestas reflejan el deseo de militarizar los esfuerzos destinados a producir el desguace real de los ejes del narco negocio que engendró la actual Crisis del Fentanilo (Fentanyl).

Entre quienes hacen punta en esa cruzada figuran los senadores Lindsey Graham (coronel retirado), John Neely Kennedy, Michael McCaul y la ex gobernadora y ex embajadora ante la ONU Nikki Haley, alguien que hoy disputa, sin grandes chances, la candidatura republicana a la presidencia de su país.

El objetivo central de tales propuestas es desarticular el incesante flujo de drogas a territorio estadounidense, mediante la aplicación de una o varias de las siguientes opciones: a) el sistemático bombardeo a los movimientos de los carteles de la droga con sede en México; b) desalojar, con el uso presencial de tropas o fuerzas especiales como las empleadas contra el Estado Islámico (ISIS), con o sin el consentimiento de las autoridades soberanas de México, las posiciones territoriales que hoy ocupan esos carteles; c) declarar a los carteles como “organizaciones terroristas extranjeras” tal como se hizo tiempo atrás con Al Qaeda, ISIS y otros grupos de presencia global; d) dar al Fentanilo el tratamiento de “arma química”; y e) sumar, hipotéticamente, según explican algunas fuentes, la posibilidad de que el actual Presidente Joe Biden ponga en marcha la noción de atacar a los mencionados carteles con un modelo similar al que Estados Unidos puso en práctica al realizar el desbande de las células de Estado Islámico (conocido por su sigla ISIS).

Hasta donde se sabe, ninguno de los protagonistas de este sensible teatro de operaciones ignora que tal lucha está regida por el temor a las violentas reglas de juego que imponen los barones de la droga agrupados en Carteles como el de Sinaloa o el de Jalisco de Nueva Generación, cuyas áreas de prevalencia territorial es relativamente conocida en ambos lados de la frontera común.

La actividad de las organizaciones narcoterroristas mexicanas ocasionó la muerte violenta de unas 351.000 personas, según se documenta en videos, fotografías y temerosos testigos oculares, cifra que sólo cubre lo sucedido entre 2006 y 2021. El lector debe tener en cuenta que tales cifras pueden subestimar el alcance real de este genocidio, ya que la cultura tradicional del pueblo mexicano induce a evitar cualquier forma de exageración.

Al mismo tiempo, hay sectores de la vida política y académica de Estados Unidos que rechazan la militarización, por estimar que la falta de diálogo y cooperación intergubernamental puede originar, entre otras cosas, no sólo la permanencia de los graves problemas existentes, sino la migración de nuevos bolsones de violencia hacia su propio territorio.

Todo ello sin olvidar que resulta impensable concebir a México como una sociedad pasiva ante la posible vulneración de sus espacios soberanos.

Hasta el surgimiento de la aludida Crisis del Fentanilo, hubo continuos intentos de cooperación entre México y Estados Unidos conducidos en el marco del Entendimiento de Mérida de 2008 (el que también incluyó a la República Dominicana y a las naciones de América Central) y, desde 2022, el intento de desplegar los objetivos definidos en el Contexto del Bicentenario (Bicentennial Framework).

Esos acercamientos dieron vida a varios diálogos interrumpidos por fuertes e irritantes desacuerdos. A pesar de ello, la vía bilateral permitió discretas acciones tanto conocidas como encubiertas de persistente suministro de inteligencia, armamentos y personal capacitado estadounidense, factores que permitieron lograr éxitos de cierto valor.

Con sobradas razones el gobierno azteca suele enfatizar que Estados Unidos nunca toma en serio el papel que juega la demanda de sus consumidores de drogas, que son en primera y última instancia quienes financian el próspero negocio de los narcos, tal como se reconoce en informes reiterados del Instituto CATO.

Tampoco acepta responsabilidad práctica por el visible abastecimiento de las armas y tecnología de punta que exhiben los miembros del narcoterrorismo que integran los siniestros carteles.

Demás está decir que el actual presidente de México, cuyo mandato termina a fin de año, enfureció al conocer estos y otros proyectos orientados a reemplazar las acciones bilaterales contra el narcoterrorismo, por el uso preferente de las vías unilaterales.

En semejante escenario, a principios de este año el Instituto Quincy de Washington convocó a un grupo de especialistas académicos, cuyos enfoques antagonizaron severamente con la tesis sostenida por quienes adhieren a la vía unilateral y militar. Ellos dieron vida a un panel que dialogó acerca del útil paper elaborado por la profesora Aileen Teague, orientado a proponer la “Responsable Desmilitarización de las Relaciones de Seguridad entre Estados Unidos y México” (traducción propia).

El texto de ese trabajo académico detalla muchos insumos de valor y alude a las muy tirantes circunstancias que atravesaron las relaciones bilaterales, las que fueron mechadas con la detención, por separado, y quizás bien fundada, de un par de miembros del gabinete nacional mexicano como un ex Secretario (Ministro) de Seguridad y un ex Secretario de Defensa de ese país, ambos acusados de corrupción y de otras formas de connivencia con el narco negocio.

Lo cierto es que tampoco la desesperación de la clase política estadounidense está exenta de sólido fundamento. En 2022 (último dato anual por ahora disponible), ese país computó la muerte de unas 109.680 personas por sobredosis de opioides, principalmente por el abuso del consumo de cocaína y de fentanilo (fentanyl).

Esa última es la droga que ese año cercenó la vida de 73.654 personas que buscaban placer comprando, a bajo precio, pastillas que están de moda, con lo que eligieron y bendijeron el arma que generó sus propias muertes.

No en vano, el Acuerdo de la OMC sobre la Aplicación de Medidas Sanitarias y Fitosanitarias (adoptado en 1994 y vigente desde 1995 en adelante), prevé en su Artículo 5:4 la necesidad de ponderar el carácter excepcional que tienen las medidas de política comercial sobre los “riesgos humanos a los que se expone la gente voluntariamente” (acotación con énfasis del autor de esta columna), una regla que confirma que nada es totalmente nuevo bajo el sol.

Si uno pone en perspectiva esta modalidad pandémica que es el narcoterrorismo, entenderá que esas drogas resultaron ser en 2022 unas 37 veces más destructivas que la voladura de las torres gemelas del World Trade Center (WTC) o casi 27 veces si sólo se comparan con los decesos provocados sólo por el fentanilo (enfoques y cálculos propios).

Cabe recordar que el asentarse la trágica polvareda que dejó el acto de terrorismo realizado el 11 de septiembre de 2001, las autoridades reconocieron 2.996 muertos y unos 25.000 heridos de distinta gravedad. Y a pesar que desde entonces el mundo fue absorbiendo el dolor causado por estos hechos, nació otra mirada acerca del quién es quién y Washington recibió no sólo solidaridad global, sino una tácita carta blanca y ayuda para buscar, juzgar, encarcelar y, si procede, ajusticiar a los cabecillas de operación criminal.

Pero ese cuadro tiene más aristas. Según una nota que publicó el Semanario británico especializado en medicina The Lancet, entre 2020 y 2029 podrían morir en Estados Unidos unos 1,22 millones de personas por el consumo de sobredosis de esos opioides.

Esta lúgubre visión se contrapone con el estúpido rayito de luz que aportan ciertos columnistas médicos que trabajan en la televisión mañanera de los Estados Unidos, quienes alegan que existe una sobreactuada exageración en el análisis de estos problemas.

Uno de ellos dijo que la ciencia hizo viable mitigar los riesgos de muerte que impone el consumo de fentanilo, dado que hoy existe en el mercado una sustancia llamada Nardorone, que puede neutralizar los efectos letales de una sobredosis. Dio la sensación de equiparar ese medicamento a las propiedades de las vacunas contra el Covid-19.

Además, esa lógica supone un gran incentivo para que los entusiastas de la falopa piensen y digan “avanti bersagliere, che la vittoria e nostra” (faltan acentos).

Pero antes de reír o llorar ante semejante tontería, miremos las noticias cotidianas de Rosario, el AMBA y otros centros del país.

En otro orden de cosas, los economistas tampoco ignoran que las oportunidades de inversión y empleo de México están severamente neutralizadas debido a que no son muchos los capitales dispuestos a poner grandes masas de dinero en sectores inexplorados como los productos ambientales de nueva generación, la inteligencia artificial y los inherentes al replanteo de las cadenas de valor, cuando uno se halla ante un mercado que sobresale por su inseguridad y por la desconfianza que origina su peculiar orden institucional.

(*) Periodista y diplomático