La fe profunda y comprometida de Mama Antula se nutre diariamente en la oración. Su amor fiel e incondicional a Dios, el discernimiento de su voluntad, la perseverancia en el cumplimiento de sus designios y la humilde alegría que adornaba su vida, se sustenta en su espíritu orante.
Por el Padre Mario Ramón Tenti
Dice San Agustín que la oración es “el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre”. Orar es encontrarnos con Dios, establecer una amistad, un vínculo de amor donde siempre la iniciativa es de Dios, porque aun tratándose de una acción humana, es primeramente un “don”, un regalo que Dios nos da.
El Apóstol San Juan nos sorprende al decir: “Dios es amor” (1 Jn 4, 8), es decir, es un Dios en salida, que se comunica, que se da. Y es este el origen del encuentro entre Dios y el creyente, el origen de la oración. Dios es amor que primerea, sorprende, y la oración es la respuesta a ese amor gratuito. Por eso, cuando oramos no buscamos principalmente la felicidad ni la salvación, sino dejarnos amar por Dios y responderle con amor. Entonces la oración deja de ser algo arduo, difícil de alcanzar, para convertirse en algo sencillo y placentero. La oración se transforma en una fuente de gozo permanente.
El trato amigable y asiduo con el Señor le permitió discernir su voluntad a la hora de tomar decisiones importantes en su vida: cuando se hizo Beata de la Compañía de Jesús, cuando tuvo que salir para ocupar su lugar tras la expulsión, comenzando a organizar los Ejercicios Espirituales en su Santiago natal, y luego por todos lados con el compromiso de llevar a Jesús para dar respuesta a la “notable falta de pasto espiritual que echamos menos y lloramos por estas partes, y principalmente en cuanto a misiones y ejercicios”. (Carta de Mama Antula al Padre Juárez, 7 de agosto de 1780).
En la oración desnuda ante Dios la preocupación y el dolor que le causa la falta de evangelizadores: “Cuando yo a mis solas, dentro del silencio de mí misma, reflexiono este punto, soy oprimida de aflicción, me lamento y suspiro incesantemente por el remedio que exigen tales necesidades, y no encuentro otro arbitrio de ser dichosa, sino en agitar aquél del cual dimana la precaución de estos males”.
Mama Antula reza por sus amigos exiliados, les pide que recen por ella y la obra que Dios le encomendó: “encomiéndeme a Dios nuestro Señor, que no levante la mano de su obra. El mismo Señor guarde muchos años a ud.” (Carta de Mama Antula al Padre Juárez del 22 de agosto del 1785).
El reconocimiento de la obra que Dios realiza a través de su misión anima su espíritu de oración y la conducen a la alabanza de su misericordia reconociendo su propia pequeñez y la grandeza de Dios a quién da toda gloria y honor.