El director danés plantea en "Godland" un diálogo con el cine a través de la historia de un sacerdote del siglo XIX que viaja a Islandia para predicar la palabra de Dios y fotografiar a sus habitantes.
Por Manu Yáñez
Para Fotogramas
Sobre el paisaje agreste y escarpado de la costa islandesa, se perfila la figura de un hombre temeroso, una criatura cuya debilidad de carácter sólo aparece compensada por la fe que alimenta su empresa vital. El hombre en cuestión (encarnado con fiereza por Elliott Crosset Hove) es un joven sacerdote danés que llega a la Tierra del Hielo, a finales del siglo XIX, dispuesto a predicar la palabra de Dios y fotografiar a los habitantes de la región. Un episodio real que ‘Godland’ explora tomando como primera inspiración las viejas instantáneas tomadas por el cura. Este compromiso con la imagen primitiva es llevado por el cineasta Hlynur Pálmason hasta las últimas consecuencias, al rodar en soporte analógico y formato cuadrado la accidentada odisea del protagonista, quien se descubre atrapado entre la rectitud de sus dogmas y el carácter anárquico de la naturaleza salvaje.
De algún modo, pese a su apariencia ‘vintage’, ‘Godland’ interpela de forma directa a las heridas del cine y el mundo contemporáneos. Rebelándose contra un presente audiovisual en el que el poder de la imagen está siendo destronado por las ideas de serialidad y ‘universo’ (del MCU al UDC), Pálmason estruja el potencial expresivo de cada encuadre de ‘Godland’ en su defensa de un cine capaz de cuestionar los pilares de la realidad y la Historia.
Para quienes siguen confiando en el poder subyugante de las imágenes.